Es que un gobierno de incompetentes es un gobierno temible. Hasta ahora es lunes, lunes 24 de mayo –y siempre es lunes en esta presidencia aterrada e inhóspita–, pero ya Duque se entrevistó a sí mismo en inglés de cara al país, ya el consejero de Paz que reseteó los diálogos con el Eln fue reemplazado por un financiador del no a los acuerdos con las Farc, ya esta istración acorralada por su pequeñez, refugiada en la convicción de que no estamos pasando por la pobreza brutal de veintiún millones de colombianos, sino por un paro, le exigió respeto al Estallido social como exigiéndoselo a una fuerza de la naturaleza, encargó de lavar sus culpas, en Washington, a una serie de embajadores desmentidos hasta la náusea, y, en la tradición de las tiranías de Venezuela y Nicaragua, cerró sus puertas de vidrio –“por ahora”– en la cara de la CIDH.
Sobra la noche acá en Colombia. Porque a plena luz, vestida de blanco o de gris, la “gente de bien” hostiga, allana, destierra y mata defensores de derechos humanos. Podría la CIDH hablar de los 61 líderes sociales y los 23 firmantes de paz asesinados hasta mayo, pero hoy lunes habla de 1.038 manifestaciones destrozadas por 51 asesinatos, 132 desapariciones y 87 actos de violencia sexual por parte de agentes de la ley. Habla de destrucciones de cientos de bienes públicos. De 976 civiles y 966 policías heridos después de veintiséis días de protestas. De cómo se debe reconocer el derecho al tránsito luego de reivindicar el derecho a la protesta. Pero este gobierno necio e infantil, “¡él empezó!”, se niega a pedir perdón por la violencia que le corresponde: Dios, qué peligro un gobierno con miedo.
Durante años, EL TIEMPO publicó crónicas fascinantes de las sesiones del Congreso, duelos de ideas e ingenios que valían la pena del país, pero hoy basta una enumeración entre guiones –la plaza de Bolívar se llenó de coronas de flores que en cualquier sociedad habrían zanjado la discusión, el partido de gobierno trató de impedir las intervenciones de las víctimas, un legislador uribista e increíble soltó cifras de “la Rusia comunista”, y unos pocos opositores, que se cuentan con los dedos de la mano izquierda, presentaron 462 archivos que documentan los abusos policiales– para reseñar y para respaldar otra moción de censura a otro ministro de Defensa escoltado por nuestros generales: el Congreso fue el “protestódromo” que el ministro soñó una vez, sí, un grito en horas de oficina que él va a desoír, y hasta ahora es lunes.
Cada lunes algún lector pide a algún columnista “soluciones en vez de quejas” porque le suenan abstractos estos llamados a no matar, a no desaparecer, a no violar, a permitir la juventud, a dejar de gobernar para los financiadores de las campañas y los fieles, a seguir la ruta de los acuerdos de paz, a ofrecerles disculpas a las ciudadanías segregadas con un plan de choque de inversión social, como acaba de hacerlo la alcaldesa de Bogotá –al parecer de vuelta, hoy, de un año de bruma–, pero no sobraría que este gobierno de pensamiento mágico e imagen negativa del 76 %, un gobierno capaz de usar el contramonumento de Doris Salcedo como salón comunal, reconociera que ni la zozobra, ni la protesta pacífica apoyada por el 98 % del país –según Gallup–, han sido obra de Maduro o de Petro, sino cosecha de su clase política.
Basta ya de no acusar recibo de los intentos de moción de censura. Basta ya de esperar que la solución no sea un Estado justo. Basta ya de lamentar en sus paisajes de los domingos, con esas poses de colonialistas hechos acá, que un país tan bello sea arruinado por “los violentos”, por “los otros”, pues esta tierra profanada hasta la infamia no va a llorarnos cuando no quede nadie más.
Ricardo Silva Romero
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