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Opinión

¿Quién dice la verdad?

En esta era de la desinformación, establecer los hechos debe ser parte de un esfuerzo deliberado y constante.

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ECONOMISTA JEFE ADJUNTA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE EN EL BANCO MUNDIALActualizado:

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En la era de las redes sociales, y la inteligencia artificial, es cada vez más difícil distinguir entre la verdad y la mentira: cada cual elige la verdad que mejor se ajusta a su visión del mundo o simplemente adopta como propia la verdad que otros le contaron. La capacidad de cuestionar y protegerse de la manipulación es cada vez más escasa entre personas de todas las generaciones y todos los niveles de educación. Cuestionar la verdad que uno se cuenta a sí mismo sobre la persona que uno es y el mundo que lo rodea ya de por sí es una virtud muy rara, incluso antes de comenzar a pensar en los retos que plantean las formas en que nos comunicamos en la actualidad. En general, no tenemos el hábito de cuestionar. Llegamos mal equipados a un momento de la humanidad que requiere cuestionarlo todo.
(Le puede interesar: Las instituciones).
Los políticos, los gobernantes, los activistas, los periodistas, los odiadores profesionales y hasta los compañeros de clase usan las nuevas posibilidades que traen consigo las tecnologías de la comunicación para presentarse al mundo y ganar adeptos. La felicidad o el logro, simplificados en el número de personas que nos adoran por redes. En algunos espacios sin consecuencias más allá del círculo inmediato, pero en otros con la posibilidad de cambiar el curso de sociedades enteras, con repercusiones inmensas. Está buenísima la intervención del secretario de Transporte de Estados Unidos, Pete Buttigieg, en un evento reciente en la Universidad de Harvard, en la que llama a su auditorio a alejarse lo más posible de las redes sociales en un ejercicio de autoprotección. Creo que debemos hacerlo todos.
Pero la cuestión de establecer cuál es la verdad para decidir y actuar en consecuencia con ella va más allá de asimilar que podemos ser el objetivo de comunicadores inescrupulosos en redes. Requiere también la práctica de dudar de nuestras convicciones y ser conscientes de nuestros prejuicios para protegernos de nosotros mismos al aproximarnos a lo que oímos de otros. Por ejemplo, la noticia que dice algo malo del político que no nos gusta exige el ejercicio de no creerla automáticamente. De ver cuál medio la saca y quién lo financia. De preguntarse por los intereses ocultos que se ven favorecidos al sacar la noticia. De no apresurarse a juzgar. Y de sancionar socialmente a todo el que utilice una posición de poder para enlodar injustificadamente el nombre de otro, incluso si fue alguna vez alguien que iramos. La sanción social tendría que funcionar como una herramienta para evitar que en la sociedad ocurran y se normalicen ciertas cosas.
Cuestionar la verdad que uno se cuenta a sí mismo sobre la persona que uno
es y el mundo que lo rodea ya de por sí es una virtud muy rara.
El ejercicio de entablar conversaciones honestas y profundas con personas que se encuentran ideológicamente en orillas diferentes, de invitar a los que piensan distinto a ser parte de la misma conversación, es otra forma de búsqueda de la verdad. El cerebro se atrofia cuando uno habla solo con gente que sabe y piensa lo mismo que uno.
Es cierto que frente a algunas cosas hay maneras distintas de comprender una sola realidad, que cambian según el que observa y el lente a través del cual observa, y pueden traducirse en verdades subjetivas distintas. Tengo muy presente El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, con su juego de contar en los tres primeros tomos la misma historia desde la mirada de personas distintas –dos protagonistas de la misma historia y un observador externo–. Está bueno acordarse de que las historias pueden tener más de un lado. Cada cual puede guardarse un pedazo o ver algo que otros no ven. Pero también hay hechos.
En esta era de la desinformación, establecer los hechos debe ser parte de un esfuerzo deliberado y constante. Así como identificar en quién es posible confiar. Escribo pensando en el devenir de la política y el quehacer democrático en el mundo y en Colombia también. Me gustaría que se crezca un candidato/a incapaz de enlodar a otro con mentiras. Alguien que personifique la integridad y la decencia, esos valores antiguos.

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