¿De qué hablamos cuando hablamos de instituciones? La mayoría asocia las instituciones con los actores del Gobierno y las agencias del Estado, pero las ciencias sociales, el derecho y la historia, entre otras disciplinas, le dan al término una concepción más amplia. El derecho aporta, tal vez, la definición más cercana a lo que todo el mundo tiene en la cabeza, cuando piensa en las instituciones como las estructuras formales del Poder Judicial, los marcos legales y los cuerpos regulatorios del Estado. Es cierto que los marcos legales y regulatorios moldean el comportamiento y las expectativas de la sociedad.
Hay, sin embargo, otros tipos de reglas que juegan papeles igualmente preponderantes en dar forma a las interacciones sociales y "ordenar la casa". La religión, la educación y la familia, por ejemplo, son fuentes externas de control sobre el comportamiento individual. Sistemas culturales como el parentesco y el matrimonio son parte integral de la vida cotidiana. Hay normas no escritas, expectativas y roles sociales que internalizamos y afectan cómo pensamos y nos comportamos en distintos ámbitos, como el colegio o el lugar de trabajo. Aquí, de un tiro, he despachado irrespetuosamente en un párrafo la aproximación de la sociología, la antropología y la sicología a las instituciones. Pero se dan una idea. Pueden hacer la lista mental de las preguntas sobre el rol de las instituciones que se desprenden de estos abordajes.
La economía ve las instituciones como creadoras (o destructoras) de incentivos para la inversión, la innovación y la cooperación, y por tanto, como centrales al desarrollo.
La filosofía y la historia se han preguntado cómo surgen y evolucionan esas reglas formales e informales que gobiernan el comportamiento de las sociedades. La discusión filosófica explora el surgimiento de instituciones como producto de una intencionalidad colectiva y creencias compartidas. Y la historia estudia la forma que toman según el contexto sociopolítico de su época. Estudia las instituciones de largo plazo como moldeadoras de los procesos históricos.
La ciencia política y la economía, que comparten la influencia de tres premios Nobel en Economía –North (1993), Ostrom (2009) y Acemoglu, Johnson y Robinson (2024)–, han aceptado una definición amplia de las instituciones como esas reglas del juego, formales e informales, que contienen y orientan el comportamiento de los distintos actores económicos y sociales. Las dos disciplinas se diferencian en que la primera pone el foco sobre las interacciones políticas y la forma en que se distribuye el poder, y la segunda se centra en las interacciones económicas y en todo aquello que es crucial para reducir la incertidumbre futura, y permitir que los mercados funcionen lo mejor posible, como la capacidad de hacer cumplir los contratos, y el aseguramiento de los derechos de propiedad. Los economistas vemos las instituciones como creadoras (o destructoras) de incentivos para la inversión, la innovación y la cooperación, y por tanto, como centrales al desarrollo.
De una manera muy incompleta, en esta columna quiero dar una idea sobre la riqueza de la conversación que pone de nuevo sobre la mesa el premio Nobel de economía de 2024. Y también sobre la complejidad que representa extraer de ella lecciones para ir hacia adelante. Porque "mejorar la calidad de las instituciones" es todo y nada. ¿Por dónde comenzar, si desde el Gobierno quisiera priorizarse la mejora institucional y se lograra el consenso para dar unos pasos? Muchas de las instituciones que dan forma a los comportamientos individuales y de la sociedad que quisiéramos cambiar no son reglas escritas, ni se arreglan con leyes nuevas o decretos.
Entre las instituciones formales, yo priorizaría los sistemas de justicia y volcaría la mirada hacia las reglas de la descentralización en Colombia, que afectan la construcción de capacidad local, además de la calidad de la provisión de los servicios de salud, educación y agua potable, entre otros servicios esenciales.