Uno de los graves problemas que tienen los políticos es que cuando están en el asfalto de la oposición critican muchas cosas que, cuando asumen el poder, ellos mismos no solo aplauden, sino que promueven. En otras palabras, son veteranos en hacer lo contrario de lo que prometen, e incurren en contradicciones monumentales. Yo no sé si, aparte de la corrupción, este puede ser el más grave defecto de los políticos, pero no me cabe duda de que sí es uno de los más recurrentes.
Los ejemplos abundan, y no se inscriben en un color partidista ni son monopolio de ninguna ideología, y se dan a nivel local y nacional. Precisamente ahora, al ver cómo el alcalde Carlos Fernando Galán nos muestra los avances de los trabajos del metro de Bogotá, recordé que con sus críticas al metro elevado, Enrique Peñalosa protagonizó en su momento uno de los casos más protuberantes de incoherencia política.
Según decía en 2010 el exalcalde, "las líneas de metro elevadas hacen daños urbanísticos severos a la ciudad. Estas líneas de metro elevadas oscurecen, ocasionan desvalorización y criminalidad a sus alrededores". Y, por si las dudas, remataba sus aseveraciones con una afirmación contundente que dejaba poco margen de esperanza: "En las ciudades avanzadas del mundo se demolieron casi todas las líneas elevadas del metro".
Tres doritos después, como alcalde reincidente, no solo demolió todos los argumentos, reparos y objeciones que tenía sobre el metro elevado, sino que resolvió dirigir sus modestas apreciaciones contra los metros subterráneos. "Es que a los ciudadanos les parece muy sexi el metro subterráneo porque no lo han usado, pero cuando ya tienen que meterse bajo tierra como una rata todos los días, en unos túneles que huelen a orines con mucha frecuencia... En cambio, el metro elevado es mucho más agradable, es casi un sobrevuelo bajo por la ciudad, con luz natural, se puede ver el cielo azul, la sensación de seguridad y además es mucho más económico", decía en una de sus sesudas observaciones en 2017.
Con sus críticas al metro elevado, Peñalosa protagonizó uno de los casos más protuberantes de incoherencia política.
Con esa frescura ambientaba el camino con el que nos engrampó en un metro elevado, cuya construcción le entregó en una curiosa licitación a un consorcio chino, poco antes de concluir su segunda istración. Atrás había dejado sus teorías fatalistas sobre los metros elevados, que pasaron de ser lo peor a convertirse en el último grito en temas de movilidad y urbanismo.
Por cierto, unos años antes Peñalosa también se oponía con patas y manos a la construcción del metro de Medellín, al que calificó como "un proyecto innecesario". Lo dijo en una columna publicada en El Espectador en 1984, donde también afirmaba que "habría sido lógico dar prelación a la racionalización del sistema de buses". Menos mal que ni los paisas ni el Gobierno nacional le hicieron caso a tan desinteresados y agudos comentarios, y la capital de Antioquia se convirtió –pese a las demoras y los sobrecostos– en la primera ciudad con metro en Colombia.
Desde luego, todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión. El problema es que cuando incurren en sus contradicciones, nuestros dirigentes –además de creer que los ciudadanos somos amnésicos– se niegan a reconocer el error. Peor aún: en uno y otro caso defienden con toda vehemencia sus ideas, aun a sabiendas de que pueden ser equivocadas.
No estaría de más que los políticos, ya que no son capaces de ofrecer disculpas, al menos se tomaran el trabajo de explicar las razones por las cuales cambian de parecer. ¿Será mucho pedir?
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Colofón. La partida de Jorge Cárdenas Gutiérrez es una noticia lamentable. En medio de la crisis política y social que aqueja a este país, hacen falta personas con su generosidad, su visión y su talante para explorar nuevas salidas.