El 16 de junio de 2020, el periodista Julián Martínez, el abogado Iván Cancino y yo participamos en el programa Cartas sobre la mesa, de Actualidad RT, para hablar sobre la serie Matarife, cuyo primer capítulo había sido estrenado unas semanas antes. En esa ocasión, dije que la serie me parecía novedosa por el formato, lo cual permitía su rápida difusión, y que su éxito se debía a que surgía en un momento en el que la imagen de Uribe alcanzaba niveles históricos de impopularidad.
Decidí ver los primeros capítulos de la serie porque no quería juzgarla a priori. Pero nunca creí que Matarife, por sí sola, debilitó al uribismo, ni que contribuiría a que Petro llegara a la presidencia. En ese entonces, tampoco conocía los trinos misóginos de Daniel Mendoza. En todo caso, no soy de las que dejan de ver una serie, o dejan de leer un libro, después de que su autor es acusado de violencia de género, todo lo contrario, eso permite aproximarse a la obra con otra mirada.
Sin embargo, el más reciente debate no fue sobre la serie, sino sobre la idoneidad de Mendoza para representarnos en el exterior como embajador de Colombia en Tailandia. No pretendo reproducir los trinos de Mendoza, solo diré que el petrismo, para justificar una decisión equivocada, actuó en dos frentes: exagerando la importancia de la serie, como si la presidencia de Petro se debiera a ella, y ensalzando la importancia de Mendoza como escritor. A continuación, explicaré por qué esta defensa fue equivocada y, sobre todo, torpe.
Lo primero es que todo cambio histórico es acumulativo. El cambio consiste en la suma de pequeñas acciones que, día tras día, van modificando nuestra percepción sobre algo. Por esto, soy de las que creen que el triunfo de Petro no es el resultado de un solo hecho, sino de varios. Incluso las revoluciones son el resultado de cambios graduales porque para que se dé una revolución varios factores deben confluir, factores también fruto de transformaciones graduales.
Un gobierno que impulsa una política exterior feminista no podía designar a Mendoza como embajador.
Por esto, la serie Matarife, como lo discutimos en 2020, estaba mostrando algo que muchas organizaciones habían denunciado por años. El mismo trabajo de Petro en el Senado denunciando el paramilitarismo no hubiera sido posible sin el paciente trabajo de las organizaciones defensoras de derechos humanos. Algunos tienen más visibilidad haciendo esa labor que otros, pero la información proviene de varias fuentes y es fruto de un trabajo colectivo.
Lo segundo es que, para restarle gravedad al contenido misógino de los trinos, sobreestimaron la capacidad artística de Mendoza. Petro lo comparó, de manera absurda, con Henry Miller o con Nabokov y siguió diciendo que esos trinos eran transcripciones de su libro, lo cual es falso.
Por último, nadie en su círculo cercano fue capaz de convencerlo de que estaba equivocado; todo lo contrario, parece estar rodeado de zalameros profesionales. Del Pacto Histórico (PH), solo tres mujeres, Francia Márquez, Jahel Quiroga y Karmen Ramírez, se pronunciaron públicamente contra ese nombramiento. Arlene Tickner y Laura Gil también lo hicieron, pero ellas no provienen del PH, y, por lo tanto, tienen más libertad para cuestionar a Petro.
Pero la mayor torpeza fue no entender que hubo un cambio cultural que el mismo Gobierno busca propiciar al hablar de "política exterior feminista". Todo esto teniendo como telón de fondo el caso de Gisèle Pelicot, quien, durante 10 años, fue drogada por su marido para que él y decenas de hombres pudieran violarla.
Por todo esto, el Gobierno colombiano no puede tener a un embajador que escribe trinos misóginos mientras afirma que su política exterior es feminista y todo el mundo grita: "Gracias, Gisèle". Al parecer, los únicos que parecen no entenderlo son Petro y sus más fervientes seguidores.