Sorpresivamente, el Partido Liberal ganó las elecciones más difíciles de celebrar en una democracia: las elecciones para jóvenes. Esta vez se realizan para poner en marcha los consejos municipales de juventud, establecidos por la Ley 1622 de 2013. Y fue una sorpresa porque, cuando ya muchos lo creían acabado, los liberales ponen más de 100.500 votos, el doble del Centro Democrático y cinco veces los votos de la Colombia Humana de Petro, que se supone tiene su mayor fuerza entre los jóvenes.
Digo que son las elecciones más difíciles, porque los jóvenes no votan. En ellos predomina una especie de alergia electoral a convertirse en un votante. Ellos se expresan, se movilizan, protestan, incluso llegan a proponer, pero no quieren votar. Solo lo hacen cuando hacen parte de los partidos o tienen la convicción de que con su voto va a cambiar el rumbo de las cosas. Con la convocatoria a los jóvenes de entre 14 y 28 años, estábamos ante un potencial electoral de 12’200.000 votantes. Pero el que hayan participado solo 1’200.000 personas llevó la abstención un nivel cercano al 90 por ciento. Nada que revele más precisamente la realidad de la escasa participación de los jóvenes en la política que semejante abstención.
Sin embargo, por alto que haya sido el abstencionismo, la victoria liberal revela que ese es un partido con votos, pero sin proyecto político. Al contrario de los ‘verdes’ de Antanas Mockus (primera época), que era un partido con proyecto, pero sin votos. En la política, el proyecto es lo que da los votos y lo que hace crecer los partidos.
Desde hace años, el liberalismo se quedó sin proyecto político. El presidente Gaviria, con su credo sobre las virtudes del mercado, en el desarrollo de la Constitución acabó con las mediaciones políticas, como lo hicieron los gobiernos neoliberales de la época. Desconectó las políticas nacionales de las necesidades territoriales, debilitó los partidos políticos y creyó que la tecnocracia tenía la fórmula del cambio. Dejó que las fuerzas del mercado político fueran las que condujeran el curso de la política en Colombia. Y por eso pasó lo que pasó: que la política quedó regida por la oferta y demanda de votos, y no por la deliberación de las ideas políticas. Y como la votación no estaba mediada por la fuerza de las ideas, sino por puestos, terminó mediada por el poder de la burocracia. Por ejemplo, con las reformas de Gaviria y luego el gobierno Samper, el liberalismo les quitó a los alcaldes y gobernadores el poder político que les había dado la Constitución y lo convirtió en poder burocrático en manos de los congresistas.
Tiene muchísimo valor que más de 100.000 jóvenes hayan apostado a votar por el Partido Liberal, y desde la militancia liberal. Ellos han demostrado ser más grandes que sus dirigentes
Fueron esas convicciones las que llevaron que la votación liberal a las presidenciales cayera de 5’600.000 votos en 1998 a 1’400.000 votos en 2006, a 638.000 votos en 2010, y a solo 396.000 votos en 2018.
Con esta pobreza de política, tiene muchísimo valor que más de 100.000 jóvenes hayan apostado a votar por el Partido Liberal, y desde la militancia liberal.
Estos jóvenes han dado una dura lección. Han demostrado ser más grandes que sus dirigentes. Que no hay que buscar candidato en la rectoría de los Andes, ni que tampoco hay que salir corriendo para donde Petro o para donde Duque buscando un escampadero. 100.000 jóvenes están pidiendo a su dirigencia quedarse al frente del barco, pero con una carta de navegación en la mano. Un proyecto de país que haga que la gente vuelva a soñar, se vuelva a ilusionar con un futuro. La política está ahí para ser construida.
O el presidente Gaviria responde al desafío y emprende la tarea de trazar una ruta, armar un proyecto político que recupere el lugar del liberalismo, o es mejor que dé un paso al costado y permita que otro lo haga. Porque con ese manejo político que le está dando, muy seguramente no superará los 100.000 votos que ya han puesto sus jóvenes militantes.
PEDRO MEDELLÍN TORRES