En ocasiones, especialmente en casos de alta exposición mediática, los abogados debemos hacer frente a ataques que, en realidad, están dirigidos a nuestros clientes. Quedamos en medio de las refriegas. El poder, o más bien su reflejo, incentiva aún más estas cosas. Por eso, para quienes nos dedicamos a los litigios y a las defensas jurídicas, sin agendas políticas ni intereses ocultos, este siempre es un factor que dificulta el ejercicio tranquilo de nuestra profesión.
Cuando esta labor se ejerce respecto de asuntos de interés público, especialmente en un contexto de alta polarización política, la tensión es muy alta. No importan los mecanismos de precaución que uno adopte: no recibir contratos con el Estado, no aumentar el portafolio de clientes y ser claro en que el servicio es exclusivamente jurídico y no de cabildero. Es igual; nada alcanza a prevenir completamente los ataques malintencionados que buscan afectar al cliente a cualquier costo.
Son los gajes del oficio, dicen. El litigante carga con los problemas jurídicos del cliente, libra con él su batalla legal y le ayuda, en la medida de sus capacidades, a salir adelante. Sin embargo, a los abogados, especialmente a los litigantes, no se les debe identificar ni confundir con las causas o las personas a las que representan. Cada quien está en su labor. Por eso, el abogado no debe distraerse en causas políticas ni dejarse arrastrar por intereses ajenos a su encargo, ya que su responsabilidad se centra exclusivamente en lo jurídico. Lo político pertenece a los políticos.
El abogado no debe distraerse en causas políticas ni dejarse arrastrar por intereses ajenos a su encargo, ya que su responsabilidad se centra exclusivamente en lo jurídico. Lo político pertenece a los políticos
En el mundo actual, quizás sea difícil creer que alguien cumpla con su tarea, cobre lícitamente por su trabajo y no busque otros beneficios del poder, porque en las redes y algunas cloacas de opinión corren los rumores y falsedades como aguas sucias en una alcantarilla. Eso hace que sea necesario decir algo que, en puridad, no tendría por qué siquiera mencionarse. Como en los letreros de “No se vende, no se permuta, no se hipoteca”, para evitar estafas a terceros, bien valdría la pena andar con un aviso colgado que dijera: “No se hace ‘lobby’, no se gestionan favores, no se cobra por citas”.
Como “los ladrones juzgan por su condición”, hacen circular versiones y rumores anónimos sobre los negocios, ‘lobbies’ y las opacidades que harían, hacen o han hecho cuando están cerca del poder. Pero se les olvida que la dignidad –ya perdida en ellos– no tiene precio, pero sí un valor incalculable, que con tiempo y paciencia se puede hacer respetar en los tribunales ante el mínimo asomo de bellaquería desde las sombras y los muros de la infamia.
Mi trabajo como defensor del Presidente está concluido desde lo penal, ha sido a todas luces una experiencia profesional muy gratificante. Gracias al respeto que siempre me ha sido dispensado, he podido ejercer mi labor de la manera en que mis maestros me enseñaron a hacerlo. Tuve la ocasión de conocer, de primera mano, una realidad histórica para nuestro país, que hoy se continúa escribiendo, y en todo caso cada momento me ha reafirmado el valor de nuestra profesión, de las instituciones, del derecho como la mejor forma de solución de conflictos de cualquier sociedad civilizada, y de la necesidad, hoy, de una conversación democrática entre adultos responsables.
MAURICIO PAVA