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De regreso al terruño y en tiempos del fascismo

La casa de Mamá Icha, en Mompós, e Intemperie con ira andaluza.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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Documental colombiano de paciente construcción que describe los reiterados deseos de una abuela momposina, radicada treinta y tres años en Filadelfia, para venirse a pasar sus últimos días en el lugar que la vio nacer; película española de aventuras estilo chorizo wéstern, cuyo protagonista es un niño campesino huyendo de las garras del malvado terrateniente. Mientras que un virtuoso documentalista antioqueño recalca el dilema económico y familiar acarreado por tan comprensible decisión, otro veterano cineasta de origen andaluz y formado en Cuba recrea los pasos perdidos del régimen franquista que sumió en la pobreza absoluta al campesinado.
La casa de Mamá Icha (Óscar Molina, 2020). La momposina María Dionisia Navarro vivió más de treinta años con hijas y nietos en el estado de Pensilvania, beneficiada por una pensión o subsidio social para inmigrantes; mes tras mes enviaba remesas a Colombia para construir su propio hogar a futuro. A la nonagenaria, desde su discreta vivienda americana, se le presentó un conflicto de naturaleza monetaria, que, de hecho, podría afectar a su núcleo residente: insistentemente deseaba regresar a Colombia, pero tal determinación significaría renunciar al soporte brindado por el Gobierno estadounidense y dejar de sostener a los suyos.
Se impuso su voluntad y viajó sola de vuelta a casa para encontrarse con una triste realidad: la casita suya en Mompós estaba bastante deteriorada y el hijo que la cuidaba no le había hecho los suficientes arreglos. A pesar de todo estaba feliz de volver a su tierrita, el sustento se hizo difícil y había que vender la propiedad para repartir en vida su herencia. Más allá de la bienvenida brindada, con frecuencia se quejaba de que no le habían cuidado sus cositas y que algunas de ellas habían desaparecido. Lo demás es historia de otra migrante a la inversa, cuya única esperanza personal radicó en ahorrar y tener un refugio digno para pasar los últimos años de su existencia.
Bien editada y fotografiada, esta historia de vida se caracteriza por haberle hecho un respetuoso seguimiento a un adulto mayor que se mantenía en sus cabales, pero tuvo dificultades para caminar y debió luchar contra el rutinario e implacable paso del tiempo. Mamá Icha pronuncia una frase memorable: “Que lo pasado, pasado está; pero lo que está adentro queda adentro”. En su primera parte, en territorio estadounidense, hay una pintoresca escena sobre cómo conservar nuestras costumbres, particularmente aquellas tradiciones culinarias costeñas, y de paso ayudarse con los gastos del hogar: mesitas instaladas al aire libre donde se venden almuerzos y variedades de fritos, arepas de huevo y carimañolas.
Del bullicioso transcurrir urbano del país del norte al sosiego momposino y los cuadros bucólicos de las ciénagas del río Magdalena. El cansancio normal, la desesperación y las ansiedades por retornar se reflejan en las expresiones del mestizo rostro de esta obstinada señora como quizás ninguna actriz profesional hubiera podido representarlas. Sin dejar pasar por alto los problemas presupuestales y del entorno, que esperaban a la vuelta de la esquina, Mamá Icha cumplió su cometido y volvió a ser feliz en su tierrita del alma.
Intemperie (Benito Zambrano, 2019). Algunos años después de la Guerra Civil, hacia 1946, el sistema feudal y la pobreza del campo imperaban. Filmada en espacios abiertos del sur de Andalucía, en inmediaciones de Granada –una llanura seca, arenosa, sol ardiente y cuevas habitables–. Historia sencilla, pero muy dramática: un niño que le fue arrebatado a sus padres campesinos huye del cortijo regentado por un déspota señor (capataz) vinculado con el franquismo; en su fuga, bajo las inclemencias del terreno y el peligro de ser atrapado, se alía con un pastor errante que hizo parte del ejército republicano en Marruecos.
“Lo vamos a encontrar, aunque tengamos que buscarlo en España de punta a punta” –dicho por el villano–. Como si estuviéramos en un emocionante spaghetti western inspirado por El bueno, el malo y el feo, su adaptación del libro de Jesús Carrasco a la pantalla se llevó merecidamente un Goya. Excelente dirección actoral: Luis Tosar (pastor), Luis Callejo (capataz) y el chaval Jaime López. Moraleja: “Toda una vida por delante, no la malgastes odiando”, palabras del redentor.
Cabe recordar un antecedente del mismo Zambrano: La voz dormida (2011). Experiencias penosas posteriores a la Guerra Civil y mujeres ajusticiadas por nexos comunistas o de resistencia. Pepita, ingenua joven cordobesa, se dirige a Madrid con el único fin de visitar en la cárcel a su hermana Hortensia –quien espera un bebé y será ajusticiada después del parto por cuanto su marido se halla fugitivo y combate contra el fascismo–. Con la derrota de los republicanos y el ascenso del franquismo, la nación ibérica se sumió en una cadena ininterrumpida de crímenes atroces, represión y totalitarismo, exilio, torturas y desapariciones. Ni siquiera las mujeres embarazadas se libraron de tal martirio, acusadas, a su vez, de rebelión al mantenerse firmes en sus ideas democráticas o socialistas.
MAURICIO LAURENS
(Lea todas las columnas de Mauricio Laurens en EL TIEMPO, aquí)

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