Se llenaron al tope las funciones de Las bodas de Fígaro, ópera bufa de Mozart, en el Teatro Mayor, y el ciclo de las cinco sinfonías de Mendelssohn, en el Teatro Colón. ¡Qué buen público!
Los protagonistas mozartianos, algunos extranjeros, ofrecieron presencia escénica y buen talento lírico a pesar de los lamentables descuadres musicales con la Orquesta Filarmónica Juvenil. Se sentían abandonados por el director austriaco Martín Haselböck, que, al no regular el volumen de la masa orquestal, ni respetar la riqueza de los contrastes sonoros, les tapaba con frecuencia las voces.
Sobresaliente la dirección escénica de Pedro Salazar, que fortalece su estilo propio con buen gusto y sentido estético para armonizar actuación, escenografía e iluminación.
Puede que parte de la audiencia anhele la versión escénica clásica de esta ópera, ubicada en tiempos feudales, en la que se protesta con comicidad contra condes, servidores y suntuosidades aristocráticas. Pero la imaginación creativa de Salazar es legítima y ante ello, nadie debe sorprenderse porque la condesa entrene boxeo mientras canta, y el conde se duche y atraviese el palacio medio desnudo frente a sus sirvientes. Esas son expresiones libres que muestran la furia de los celos femeninos y la estupidez del donjuanismo, emociones marcadas en el libreto de Lorenzo da Ponte.
Impecable en estilo el acompañamiento de los recitativos hecho en el clavecín por el pianista Sergei Sichkov. Se destacó, en su breve intervención de Bartolo, Valeriano Lanchas con una voz de reconocible belleza tímbrica y potente proyección. La graciosa Julieth Lozano en el papel de Susanna fue muy aplaudida. Simpáticos y bien interpretados los personajes de Querubino, Barbarina, Marcelina, Antonio y Basilio.
Acentuaban la elegancia de los protagonistas un exquisito vestuario diseñado por Olga Maslova y una sencilla, minimalista y atemporal escenografía de Julián Hoyos, con evocadores videos complementarios de Pablo Castillo.
Con ofertas líricas que tanto público atraen, cabe preguntarle a la ministra de Cultura: ¿llegaremos a tener una Ópera Nacional de Colombia? Los talentos requeridos están disponibles y bien formados en nuestro país.
Una programación de gran calibre, digna de presentarse en escenarios de otros lares, es la de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.
Una programación de gran calibre, digna de presentarse en escenarios de otros lares, es la de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia. Tuvo rotundo éxito al interpretar las cinco sinfonías de Mendelssohn bajo la dirección del maestro Andrés Orozco-Estrada, que, para orgullo de nuestro país, viene haciendo una carrera de gran reconocimiento internacional.
Fueron tres conciertos en dos fines de semana. Además de escuchar estas obras inmortales, el joven director, con su carisma, ilustró al público sobre las características de estas sinfonías, el momento histórico en el que se crearon y la personalidad del genial compositor alemán, al que le sobraba talento para ser también un buen pintor paisajista y escritor epistolar.
La segunda, una combinación de sinfonía y cantata, tiene una gran masa coral que de alguna manera evoca la Novena sinfonía de Beethoven, pero es aún más larga. Estuvieron fantásticos el coro y su directora Ana Paulina Álvarez. Bello color y proyección en la voz de la mezzosoprano Paula Leguizamón. Dentro de ese conjunto armónico, el espiritual recitativo requiere una preciosa voz hablada que hizo falta escuchar.
Soñemos con que Andrés Orozco-Estrada sea algún día el director titular de la Orquesta Sinfónica de Colombia y que Juan Antonio Cuéllar continúe, desde la dirección general, elaborando magníficos programas que contribuyen al disfrute de la música clásica y a la formación del público ¡Qué gran dupleta de maestros se tendría!
MARTHA SENN