Para continuar con la celebración de sus 36 años de existencia, se presentó, en el Teatro Metropolitano de Medellín, ante un público repleto de adultos y jóvenes tan entusiastas como las mejores audiencias internacionales, la inmortal ópera cómica de Wolfgang Amadeus Mozart y libreto en italiano del poeta Lorenzo dal Ponte, Las Bodas de Fígaro, estrenada en 1786.
Con sus tipos humanos pintorescos y diversos, su contenido político sigue vigente en cuanto a la tendencia a denunciar y ridiculizar desde el arte escénico, la idea de reconocer clases sociales superiores en derechos. En este caso, el del conde de Almaviva, que piensa reinstalar el derecho feudal de pernada que le permite al noble acostarse con la prometida de su súbdito, la noche anterior a la boda. Pero la astucia, la burla y el humor evitan la injusticia.
Desde la Orquesta Filarmónica de Medellín y el Coro de Cámara Cecilia Espinosa hasta los cantantes líricos, un conjunto uniforme de artistas de innegable talento. Lo más destacado: el balance armónico y la alta calidad de lo que se escuchó y vio en escena. Liderados por la precisión musical y elegancia de batuta de Andrés Orozco Estrada, nuestro director de orquesta estrella en Colombia y en otras latitudes, por fin entendimos su gesto de aplaudir a los intérpretes en medio de la ejecución orquestal. Más allá de estimularlos, presumimos que es un intento de hacer pedagogía de formación de públicos. Para que aprendamos cuándo sí y cuándo no se puede interrumpir con un merecido aplauso.
Lo más destacado: el balance armónico y la alta calidad de lo que se escuchó y vio en escena.
Hábil Pedro Salazar al delinear los personajes y sus proyecciones morales y psicológicas. Una filigrana de actuación de los cantantes difícil de lograr, a menos que se cuente con un talento como el de este joven director de escena que afianza, cada vez más, su sentido creativo.
Salvo el seductor conde del guapísimo semidesnudo uruguayo Marcelo Guzzo, los demás solistas son colombianos. Talentos como el del bajo Valeriano Lanchas, excelente en su personaje cómico del mezquino Bartolo; Julieth Lozano, que llegará muy lejos con su bella voz y actuación; el propio Fígaro del magnífico barítono Jacobo Ochoa, y el encantador timbre vocal de Eliana Piedrahíta, que interpretó a la celosa condesa que entrena como boxeadora para vengarse de su infiel marido. Otros personajes menos titilantes pero gustadores como Querubino, que a los 15 años se dedica a hablar del amor con él mismo, de Laura Mosquera. Sobresale la cómica Marcellina de Ana Mora. Con su ingenuidad en el papel de Barbarina, la joven soprano Verónica Higuita exhibió su atractivo talento. Un muy parejo nivel de excelencia.
El arquitecto Julián Hoyos mostró su maestría en diseño. Detalles como el del Volkswagen y las bicicletas que circulan por el escenario confirman la intención de atemporalidad y universalidad de la obra en esta concepción escénica. La combinación minimalista y colorida juega bien con las luces de Humberto Hernández y el imaginativo vestuario de Olga Maslova. Una distinción particular merece Juan David Mora, que acompañó al clavecín, con gusto y creatividad musical, los recitativos de la obra. Quien haya entrenado en dicción italiana a los intérpretes merece también un aplauso.
Loable el objetivo que se ha propuesto María Patricia Marín, directora del Teatro Metropolitano de Medellín, apoyada en esta coproducción por Ramiro Osorio, del Teatro Mayor de Bogotá, y la Compañía Estable, fundada por Pedro Salazar. Son gestores culturales que aúnan esfuerzos para fortalecer el movimiento del arte lírico en Colombia, con acciones concretas, que estimulan el alto nivel de talento alcanzado en nuestro país por la ópera, que es el arte de todas las artes.
MARTHA SENN