Basta con observar nuestro entorno para notar que algo está pasando. Nos topamos a diario con impactantes mensajes que muestran cómo el planeta está transitando hacia caminos aún desconocidos por todos nosotros. Irónicamente, lo que más tenemos seguro en estos momentos es la convivencia con la incertidumbre.
Para mí ya es normal encontrarme con imágenes desgarradoras de migraciones y desplazamientos climáticos por todo el mundo, leer artículos en prensa sobre las especies que han ido desapareciendo a lo largo de los años ―saber que en parte ha sido por nuestra directa incidencia―, o hablar con mis amigos y familiares sobre las altas temperaturas que se están registrando actualmente en el continente europeo.
Al tiempo, nos comunican esto de manera apocalíptica. Nos invitan a perder la esperanza y a pensar que aquello que está en nuestras manos no pesa de manera significativa. Todos los días vivo en carne propia la necesidad de actuar de manera urgente. Sé la importancia que tiene actuar y pensar con más estrategia.
Cada vez más, por eso, me acerco a la sostenibilidad y la comprendo como un ejercicio profundo y transdisciplinario para lograr objetivos en común. En un mundo que convive diariamente con tantas crisis profundas, muchas estructurales, necesitamos buscar soluciones holísticas que puedan intervenir de manera eficiente las actuales formas de producción, consumo y vida. Encuentro en la sostenibilidad una vía para hacerlo.
Las empresas y organizaciones generalmente encuentran en la sostenibilidad una viabilidad para activar procesos y transformaciones, tanto sociales como ecológicas, aplicando alternativas de transición; es decir, cambios en los modelos de gestión del pasado-presente hacia el futuro.
En un mundo que convive diariamente con tantas crisis profundas, muchas estructurales, necesitamos buscar soluciones holísticas.
¿Contamos entonces con una receta para lograr esta anhelada sostenibilidad? Claramente no. A pesar de que contamos con indicadores y metas (algunas bastante descriptivas para acercarnos al cumplimiento de las necesidades actuales del mundo), no constituyen una fórmula mágica que indique el camino exacto que debemos seguir.
Por ejemplo, algunos apalancarán la sostenibilidad a través de dietas vegetarianas, lo cual repercutirá sobre otros en términos de huellas ecológicas. Por esta razón, el riesgo de la sostenibilidad también implica desbalances que no se podrán integrar en una sola “receta”.
Lo cierto es que no hay un solo camino para ser sostenibles. No existe una única vía para aplicar la sostenibilidad y allí es donde emerge la oportunidad de contar con un abanico de ideas y acciones que posibiliten transiciones en diferentes contextos, espacios y momentos. Finalmente, la magia de la sostenibilidad es permitirnos pensar fuera de la caja, y priorizar la vitalidad y funcionalidad de todos los seres vivos.
MARÍA EUGENIA RINAUDO