A Colombia la azota hoy una tormenta perfecta. Estamos atravesando simultáneamente siete crisis: covid-19, económica, social (la exacerbación de la pobreza y la desigualdad detonada por la pandemia), ambiental, política (representada por el paro nacional), de agudización de la violencia y de desempleo (que afecta principalmente a los jóvenes). Es una situación que se enmarca en una tormenta perfecta mundial cuyos principales componentes a escala global coinciden con buena parte de los de la situación nacional, pues, en últimas, estamos en una misma tormenta; se trata de la suma de la crisis de la pandemia, la crisis de la pobreza y de la desigualdad (en los países y entre los países), la crisis económica, la crisis de la democracia, y la emergencia climática.
Muchos coincidimos en que en Colombia nunca habíamos vivido algo así, lo que indica la gravedad de la situación si consideramos las complejas y trágicas situaciones por las que ha atravesado el país. En Colombia, la tormenta social tiene tales características, del hoy y del ahora, que la crisis ambiental –representada principalmente por la emergencia climática y la destrucción de la biodiversidad– se encuentra en bajísima prioridad entre los principales problemas identificados por los jóvenes (puesto 12), en contraste con falta de empleo, pobreza, corrupción, demoras en atención de salud, e inseguridad que ocupan los cinco primeros lugares (Gran Encuesta Nacional sobre Jóvenes, Universidad del Rosario, EL TIEMPO, Cifras y Conceptos, mayo 2021).
Es una tormenta nacional e internacional cuyo final está lleno de riesgos e incertidumbres, y, más grave aún, que podría no tener fin. Y es que podría no tenerlo en virtud de que la solución a la emergencia climática, que es la más profunda y grave de todas las crisis que el mundo enfrenta, parecería encontrarse hoy sin una salida cierta. Y lo está, en parte, por la prioridad que se está dando a superar la crisis económica y las situaciones de pobreza que se agudizaron en el mundo como consecuencia de la crisis generada por la pandemia.
Estamos en una misma tormenta; se trata de la suma de la crisis de la pandemia, la crisis de la pobreza y de la desigualdad, la crisis económica, la crisis de la democracia y la emergencia climática
El Banco Mundial estima que los nuevos pobres globales inducidos por la pandemia estarán entre 119 y 124 millones en 2020 y que aumentarán entre 143 y 163 millones en 2021. Según los expertos responsables de estos estimativos, “Quizás la única certeza en esta crisis social es que realmente no tiene precedentes en la historia moderna” (Lakner et al., 2021). Es una situación que está llevando a los gobiernos nacionales a desarrollar en este campo los programas que sean posibles, en medio de la recesión y los procesos de recuperación económica, aplazando así la solución de la crisis climática. Obviamente, en el mundo de lo político los problemas que arriesgan a desestabilizar las sociedades o a conducirlas a situaciones de anarquía, siempre tendrán la prioridad.
En mi columna anterior señalé que para enfrentar la tormenta mundial es posible, según reconocidos expertos, generar una convergencia entre la lucha contra la desigualdad y la pobreza, el cambio climático y el declive de la biodiversidad, y transformar la economía para que se alinee con esos propósitos. Sin embargo, lo que está sucediendo en materia de cambio climático está lejos de buscar esa convergencia.
Desde que se firmó el Acuerdo de París, 2020-2030, quedó claro que la suma de las metas establecidas por los países conduciría al planeta a un incremento de la temperatura promedio, hacia finales de siglo y en relación con la era preindustrial, de 2,7 °C, cuando la ciencia fija el límite en 1,5 °C. En los cuatro últimos meses se realizaron dos ruidosas cumbres para subir la ambición, una de ellas convocada por el presidente Biden. Los resultados no son alentadores: la brecha se disminuyó en 0,3 °C, a 2,4 °C, es decir, estaríamos rumbo a una catástrofe sin precedentes en la historia. Es lo que augura la ciencia si se mantiene esta situación, no es el producto de un ambientalista con cabeza caliente.
MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA