Groenlandia es inmensa pero vacía, probablemente rica en recursos naturales pero inhóspita y sepultada por hielo. Allí se vive –lo escribí aquí hace unos años– una especie de infierno helado compuesto de desarraigo, altísimas tasas de alcoholismo y de suicidios juveniles; violaciones, abusos de padres a sus hijos, violencia y soledades.
Por estos días está en la mira del mundo, porque un rey la ha mirado con ojos posesivos; ha saltado a los medios –en Dinamarca todos los días hay crónicas y opiniones– por el gas, el petróleo y las tierras raras, sin que muchos se pregunten por el profundo drama humano que padecen sus pocos habitantes. Es cierto que en otros lugares se viven problemáticas similares, pero este de Groenlandia parece querer decirnos algo, más allá de las cifras y los sucesos, quizá en una dimensión de lo humano y de la Tierra que persistimos en ignorar.
Groenlandia podrá ser la isla más grande y rica del mundo en minerales que prometen "grandezas" a quienes primero lleguen, pero no creo que sean muchos los que querrán ir a trabajar allí.
Son cincuenta y siete mil, y el tamaño de su población comparado con la extensión de su territorio y su probable riqueza configuran también la paradoja de un mundo acorralado en sí mismo, preso quizá de una trampa compuesta por afán de crecimiento a toda costa, desarraigos de diversos orígenes, crisis climática y extravío de la noción de progreso colectivo que, en el evidente malestar de una cultura, parece estallar en mil pedazos.
Sí, Groenlandia podrá ser la isla más grande y rica del mundo en minerales que prometen "grandezas" a quienes primero lleguen, pero no creo que sean muchos los que querrán ir a trabajar allí. Poca luz, en invierno amanece a las once, 15 grados bajo cero, un poco menos cuando sopla el viento del Ártico. Los inuits están tristes porque saben lo que pasa. Dinamarca es su dueño, pero no olvidan que fue algunos de sus gobiernos el que impuso lo de la espiral, una campaña no consentida de esterilización masiva de sus mujeres. Hay desplazamiento forzado de pescadores porque se les acabó su fuente de alimento, se les acabó el paisaje, azul y hermoso; padecen solastalgia, la nueva enfermedad mental del cambio climático.
En la capital son desarraigados de sí mismos, del mundo, del futuro. Groenlandia es probablemente el patético laboratorio de ese mundo distópico que quizá entrevió Georg Trakl, un poeta atormentado y luminoso: "Hora de duelo, taciturna mirada del sol, es el hombre un extraño en la Tierra".