Los “torcidos” que algunos directivos del Gobierno –a espaldas del presidente Petro-, les vienen aplicando a los procesos istrativos y a las transacciones de los bienes públicos para encorvar el rumbo del Estado y doblegar el sistema democrático y de derecho hacia la corrupción, no obstante ser casos aislados, persisten en el modelo de pudrición evolutiva que les sirve a los tradicionales adversarios de la derecha para afianzar sus licenciosas conductas.
Todo ello ha creado un ambiente de inconformidad casi colectiva, aunque no mayoritario, y ha ido minando la credibilidad y, con ello, disminuido la legitimidad gubernamental, lo cual aparece reflejado y aprovechado por las encuestas contratadas por los sectores privados y actores políticos cavernarios para mancillar el proceso de cambio y ‘engrosar’ las estadísticas antipetristas.
Tales eventos amenazan la concreción de los programas sociales y violentan la moralidad pública. Desde luego, constriñen la voluntad de quienes guardan la esperanza de que el actual gobierno pueda reorientar su liderazgo progresista y afianzar una institucionalidad sin sesgos. De lo contrario, el proceso de transformación anunciado por la Colombia Humana estaría generando un profundo malestar en la vida pública.
Al examinar este panorama desde la filosofía ética, bajo el modelo de Kant, en situaciones similares de los países y culturas en desarrollo, huelga decir, lo que Wittgenstein descubre es de primordial importancia: “puesto que vivir bien, en un sentido ético, es ser feliz, en un sentido no empírico sino trascendental; para expresar dicho estado de ánimo recurren no a descripciones, sino a imágenes análogas, a símiles, a metáforas”.
Así, pues, sientan las bases de una ética no consecuencialista, ni siquiera meramente deontológica (la rama de la ética que trata de los deberes, en especial de los que rigen actividades profesionales, así como el conjunto de deberes relacionados con el ejercicio de una profesión. A su vez, es parte de la filosofía moral dedicada al estudio de las obligaciones o deberes morales).
No podemos olvidar que la vida del individuo se halla íntimamente relacionada con el desarrollo de sus procesos intelectuales.
Sin embargo, la reflexión ética no puede ser un mero ejercicio discursivo e intelectual, un “juego de damas” o un alarde de malabarismo lingüístico. Al contrario, lo que se les debe predicar a las comunidades y ciudadanía en general comprometidas con el cambio y a los funcionarios encargados de su conducción teórica y a quienes elaboren sus guías prácticas, es precisamente que cuando se reflexiona genuinamente, este propósito tendrá también profundas e inevitables repercusiones en la vida de quienes las realizan.
La istración y la persuasión suelen ser –casi siempre- los instrumentos de Gobierno más fáciles y más seguros, mientras que la fuerza y la violencia son los peores y los más peligrosos; sin embargo, al parecer la natural insolencia del hombre es tan grande que casi nunca se digna utilizar el buen instrumento, excepto cuando no puede o no se atreve a utilizar los medios perversos para golpear o ganar la carrera por el poder.
Concluyamos esta breve digresión advirtiendo que el gran error, especialmente del pensamiento político, consiste en elevar el poder amenazador a la categoría de poder más influyente, cuando en realidad dista mucho de serlo.
El no entender este criterio suele ser la causa de muchos errores en las decisiones humanas, tanto en el plano individual como en el de quienes dirigen o coordinan instituciones, más aún si se trata de establecimientos corporativos o poderes públicos.
No podemos olvidar que la vida del individuo se halla íntimamente relacionada con el desarrollo de sus procesos intelectuales de observación, aprendizaje y contrastación con los que alimenta de forma constante sus procesos de sabiduría y conocimiento.