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Ser madre a los 12 años

Discursos sobre sexualidad en colegios no han cambiado. Siguen hablando de religión y prohibición.

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Comienzo con un dato frío: al año, 4.780 niñas de entre diez y catorce años se vuelven madres en Colombia. Niñas confundidas, niñas atrapadas en un sistema de educación todavía incapaz de meterse en su mundo. Niñas que maduraron demasiado velozmente y que no pudieron vivir esta etapa de preadolescencia, de cambios y transición de una importancia monumental; niñas que quemaron los tiempos de las amistades y relaciones con sus pares, que quemaron los tiempos de hacerse mujer, de devenir mujer porque ya son niñas-mujeres.
Y de una vez traigo a colación otro dato casi tan impactante: son 118.000 adolescentes de entre 14 y 17 que también se vuelven madres en Colombia cada año. Cuántos proyectos de vida anulados, porque ya no creo lo que repetíamos hace unas décadas: que ser madre representaba justamente su proyecto de vida.
Los contextos han cambiado, el mundo ha cambiado, las redes sociales hicieron su aparición, la información circula de otra manera, pero parecería que los discursos relativos a la sexualidad, a los derechos sexuales y reproductivos en los primeros años de bachillerato no se han transformado.
Se sigue hablando de religión, de prohibición y poco de derechos. Poca formación de los maestros y de las maestras para lograr abordar estos temas con creatividad, escucha y valor para salir de los marcos de siempre de las cátedras previstas para tal fin. Pocas herramientas también puestas a su disposición, tales como series de televisión, películas, cuentos y, en general, un ambiente que podría permitir entender dónde se ubican los nudos vividos por estas preadolescentes y adolescentes.
Personalmente, pienso que la formación pedagógica relativa a estos temas, recibida por los maestros y las maestras, deja mucho que desear. Y quizás no sean ellos los que deberían hablar de los temas de sexualidad y de derechos. Quizás los colegios y sus rectoras, rectores, si estuvieran verdaderamente preocupados por las cifras de embarazos y de violencias sexuales, deberían llamar a otros profesionales para responder a estas problemáticas que no son poca cosa.
Por ejemplo, invitar unas ONG especializadas en la materia a sus clases; convocar a investigadoras de Profamilia a hablar con estas niñas, niños y adolescentes; invitar a colectivos feministas (¡ya oigo el grito en el cielo!) o también a unas mujeres jóvenes que hayan pasado por esta dura etapa de ser madre a los 14 o 15 o 17 años.
Ahora bien, es evidente que no se pueden separar estos datos del capítulo de la violencia sexual, de los agresores dentro de la misma familia, del violador ocasional, del exnovio de 15 o de 17 años. Pero esto no hace sino reafirmar lo que quiero tratar de expresar. La culpa es de una educación que falla estructuralmente. Una educación que no logra salirse de contextos religiosos y patriarcales de una extrema violencia. Sin olvidar la falta de una real voluntad política para cambiar los eternos viejos discursos.
La cuarta generación de los derechos humanos llegó en la década de los noventa y, hoy día y hace más de 30 años, los derechos sexuales y reproductivos son derechos fundamentales. Y también son derechos fundamentales informaciones precisas, sin tabúes, sin prohibicionismos morales. Sin olvidar que tener una política que responda verdaderamente a estos contextos actuales del país será mucho menos costoso, humana y económicamente.
Florence Thomas
Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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