Ojalá el fin del año fuera el fin de nuestros líos. Pero es claro que por un rato más tendremos que lidiar tanto con "
la caquistocracia" como con "
el enmierdamiento", tanto con "el gobierno de los peores" como con la tendencia a enlodarlo todo, pues son las prácticas siniestras e inescrupulosas e impunes de estos días. ¿Por qué el presidente Petro comparte con la candidata Dávila la escalofriante manía de acudir a lo que sea –al mito, a la deshonra, a la justicia de redes, a la colapsología– con tal de prevalecer un día más, si no es porque ambos son hijos de estos tiempos desbocados, si no es porque los dos, tan opuestos, han llegado a la conclusión de que el mundo de hoy es una guerra entre versiones de los hechos? Es, queridos lectores, la época que nos tocó en suerte. Y entonces es el mundo que nos toca remediar.
Ojalá Navidad fuera una tregua. Pero estos políticos caraduras de hoy, que empiezan el día pidiéndole a Dios "Señor: hazme viral", son incapaces de callar. No deja de sorprender, así sea un hábito, su vocación a calumniar. No deja de sorprender, digo, porque calumniar no es difamar: calumniar es hacer trampa, calumniar es tirar a matar. El calumniador es incapaz de sentir compasión. Se permite mentir sobre cualquiera que le estorbe en el camino, con cierto sadismo, en nombre de ideales vindicativos. Ajusticia, caricaturiza, estigmatiza, generaliza, abstrae al otro. Empieza por estereotipar al que lo frene porque es facilísimo contagiar el odio por los estereotipos. El martes 3 de diciembre el presidente se quejó de "los señoritos de Bogotá". El jueves 5 la candidata denunció "la sonrisa falsa de riquito bogotano". Y ciertos seguidores con anteojeras les dieron la razón.
Dentro de poco será terriblemente ridícula, terriblemente vergonzosa, la guerra a muerte de los charlatanes.
Pero otros espectadores les respondieron, entre la multitud de las redes sociales, que les veían a leguas el truco de mago de manual. Otra vez la fantasía pegajosa de los bogotanos envanecidos e indolentes: "Es muy fácil hablar de la salud desde Bogotá", decía, hace unos días nomás, un congresista inaceptable que no sabía lo que decía. Otra vez los políticos embaucadores que reniegan de los políticos. Pero ahora, más megalómanos que nunca, más todopoderosos que nunca, más expertos en lavarse las manos que nunca, amoldados no sólo a comentar el país, sino a gobernarlo desde el burladero. No deja de sorprender, así sea costumbre, esa predisposición tanto a la irresponsabilidad como a la mitomanía: "Yo no fui". Y entonces este es el momento para reconocer en los líderes que tenemos el Síndrome del Esqueísmo.
Esqueísmo es mentirse a uno mismo para mentirles a los demás, es justificarse las violencias propias en lugar de asumir las responsabilidades. "Es que los señoritos de Bogotá, es que los medios hegemónicos, es que los tecnócratas, es que los curas rezanderos, es que la democracia liberal, es que el golpe parlamentario…", se excusan los unos. "Es que los castrochavistas, es que los bodegueros, es que los activistas, es que el estatismo, es que el golpe presidencial…", se excusan los otros. Tienen en común, los primeros con los segundos, la verborrea, el autoritarismo y el desconocimiento del Estado. Tienen en común el transfuguismo político que cada tanto suele aprobarse en el Congreso: otro sería nuestro panorama si los políticos de finales del siglo pasado no hubieran jugado el juego de saltar del barco de sus partidos cada vez que sucedía un escándalo, "es que…", sino que hubieran asumido sus responsabilidades.
Ya se debería haber acabado este año. Y, sin embargo, sigue. Y la gracia del paso del tiempo es que ni siquiera lo malo es para siempre: dentro de poco será terriblemente ridícula, terriblemente vergonzosa, la guerra a muerte de los charlatanes.