En tiempos de cambio de época, o de policrisis, cuando solo advertimos confusión sobre los valores y fundamentos que conformaron las sociedades, conviene saber que las disputas entre seres humanos y naturaleza, y entre seres humanos de una misma cultura, no son asunto inherente a nuestra especie. La codicia, el egoísmo y la depredación no nos definen como especie. Somos, por el contrario, seres cooperantes, solidarios y compasivos, capaces de convivir en armonía con los otros humanos y también con los no humanos.
Las sociedades del caos, de la depredación y la autodestrucción reflejan un cambio de época que precede a otro más, de tantos que ha habido en los ciclos orden-caos que componen la historia. Ya pasará. Isaiah Berlin alcanzó a decir: “Recuerdo al siglo XX como el más terrible de la historia occidental”. M. Berman fue un poco más atrás y definió el periodo en que se fundaron los valores que hoy colapsan: la modernidad; dijo que prometía aventuras, poder, alegrías, crecimiento, pero que al mismo tiempo amenazaba con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos y todo lo que somos.
La esperanza de que saldremos de esta la podemos buscar en el propio pensamiento colectivo de una humanidad que ha demostrado resiliencia rescatando lo mejor de sí misma. Los japoneses cultivaron el concepto del ningem no jochi, traducido por Sakaiya como la autoprotección instintiva o el impulso empático. Sakaiya señaló que en el siglo XXI habría un valor abundante nuevo al que podríamos acudir para salvarnos: el conocimiento. Si la educación es capaz de potenciarlo, saldremos mejor de la policrisis.
Por eso me gustó que el presidente Petro hubiera dicho en su discurso del 20 de julio que el principal de nuestros errores colectivos había sido el olvido del poder transformador de la educación. Enmendar tal error es la principal tarea de los Estados. El Presidente trajo a colación una idea de Carlos Marx: el intelecto general de la sociedad, ese conjunto de saberes que las sociedades van construyendo a lo largo del tiempo y que se constituyen en creencias y valores compartidos o patrimonio común del conjunto de la humanidad. Esa inteligencia colectiva está ahí, en la reserva histórica de lo que fuimos y lo debemos volver a ser como sociedad y como cultura: el conjunto armonioso de ciudadanos libres y constructores de progreso colectivo. En Colombia es un bien abundante.