En la peluquería a la que voy desde hace varios años me encuentro siempre con una señora mayor de pelo gris y ojos miel. Camina erguida y cuando entra saluda de beso a todos los peluqueros. Chequea su celular mientras espera y conversa animadamente con otras personas. Siempre viste con colores vivos y lleva collares largos. Es una mujer hermosa, pero más allá de cómo luce, me impresiona su entusiasmo y su energía.
Hace unos días me senté junto a ella mientras esperábamos a que la peluquera terminara de peinar a otra clienta. En medio del ruido del secador, me contó que se quería pintar el pelo de rojo porque ese fin de semana era su cumpleaños número 80 y su familia le iba a hacer una fiesta.
Sabiendo que caía en un lugar común, le pregunté cuál era su fórmula para llegar a esa edad tan alegre y llena de vida. “Nunca he dejado de hacer cosas por primera vez”, me dijo, sin pensarlo. Y en esa sola frase me ofreció toda una filosofía de vida que comparto plenamente. Me contó que, para celebrar sus 50 años, se lanzó de un paracaídas. Una vez al año hace un paseo a algún lugar en donde nunca ha estado. A veces son viajes largos a los que va acompañada de algunos de sus hijos o nietos, pero otras veces se inventa paseos cerca de donde vive, y se va sola o con amigas. Cuando va a una nueva ciudad se moviliza en bus para poder observar las calles y la gente desde la ventana.
Nunca ha dejado de aprender: a los 70 se metió a clases de francés, lee autores nuevos que su librera le recomienda, y no descarta, según me dice en medio de la risa, aprender a tocar guitarra. Se ríe porque sabe que, a su edad, es un reto más difícil lograr esa hazaña. Pero no lo ve imposible. También cree que no hay que pensar en cosas sofisticadas, es fácil tener experiencias nuevas cerca de casa: tomar una clase de baile o de fotografía, probar una nueva comida, salir a descubrir los tipos de árboles que hay en el vecindario o las especies de pájaros que los habitan.
¿Y qué fue lo último que hizo por primera vez?, le pregunté. “Adoptar un gato”, respondió, abriendo sus fotos en el teléfono para mostrarme a Balzac, un gato blanco de ojos claros que se parecen a los de su dueña. La peluquera se acercó a donde estábamos y anunció el turno de la señora. Aproveché el momento para desearle feliz cumpleaños y agradecerle por inspirarme a adoptar la actitud de vivir la vida apreciando muchas primeras veces.
DIANA PARDO