Una de las noticias más tristes que recuerdo haber leído durante los días de pandemia fue la de la muerte de Raúl Carvajal, el padre del suboficial Raúl Antonio Carvajal. Durante quince años, Raúl padre luchó incansablemente por conocer la verdad en el caso del asesinato de su hijo cuando estaba en el Ejército. Su imagen, con su furgoneta estacionada en plena plaza de Bolívar en Bogotá, y su desgarrador discurso clamando justicia quedaron grabados en la memoria de los colombianos.
El escritor Ricardo Silva Romero acaba de publicar El libro del duelo, una novela en la que narra la odisea de este padre quien con furiosa determinación viajó desde Montería a Bogotá con el cadáver de su hijo en el baúl de su camión, pasando por pueblos y plazas hasta llegar a Bogotá, en su misión de contar la historia de su muchacho.
A finales del 2006, el cabo Raúl Antonio llamó a sus padres y les dijo que temía por su vida. Les contó que se negó a matar a dos jóvenes inocentes para hacerlos pasar por guerrilleros, de acuerdo con órdenes de sus superiores. Dos semanas después la hermana recibió la llamada de un mayor del ejército para anunciarle que su hermano había muerto en combate entre el Ejército y la guerrilla. Ningún medio había registrado combates en esos días, ni los siguientes. Con el paso del tiempo su familia recibió toda clase de amenazas mientras persistían en la búsqueda de la verdad. Se vieron forzados a vender la casa donde habían vivido toda la vida y emprender un peregrinaje de pueblo en pueblo buscando un refugio seguro.
La novela es un retrato de nuestra Colombia reciente, atravesada por las balas y las lágrimas. Una historia verdadera, como nos recuerda el mismo narrador a lo largo del texto. Es la historia de miles de padres y madres que, como Raúl, han luchado para que se conozca la historia de sus hijos y se haga justicia. “Ningún padre debería venir al mundo a ser el evangelista de su hijo, pero la misión de Raúl es seguir contándolo todo”, escribe Ricardo Silva. El testimonio de Raúl, su protesta silenciosa y a gritos que ahora refuerza la novela, es una historia que el país jamás debe olvidar. La literatura sirve justamente para eso: para preservar la memoria.
El libro del duelo es, sin duda, una lectura necesaria. Se lee sin parpadear, con el alma en vilo y los ojos aguados. Te detienes apenas para tomar aliento. Es un homenaje conmovedor y un reconocimiento al coraje y la templanza de un padre. Es también una despedida.
DIANA PARDO