A la crisis global de la democracia ha sucedido un renovado debate sobre su significado, hasta sus orígenes, trayectorias históricas y, por supuesto, su futuro.
"¿Quién decide qué es democrático?", pregunta Adam Przeworski, profesor emérito de la Universidad de Nueva York. Es un doble interrogante que Przeworski formula paso seguido: ¿Qué estamos defendiendo cuando defendemos la "democracia"? (Journal of Democracy, julio de 2024).
Que la “democracia” es una palabra de múltiples significados se ha vuelto “lugar común”.
"Un concepto esencialmente controvertido": esta es hoy una cita preferida entre quienes teorizan sobre la democracia, una obligatoria referencia al artículo del filósofo escocés Walter Bryce Gallie que le dio fama ('Essentially contested concepts', Proceedings of the Aristotelian Societies, 1956).
Przeworski facilita la discusión inicial al distinguir solo dos concepciones de la democracia: minimalista y maximalista. La una suele identificarse con sus procedimientos; la otra, con sus valores sustantivos. La primera se confunde a ratos con las elecciones. La segunda nos remite a las aspiraciones sociales, como igualdad, justicia, dignidad, en una lista que puede ser interminable.
Przeworski es claro en observar que las elecciones en democracia no son cualquier evento: que ellas deben ser libres y cumplir con una serie de requisitos que garantizan los derechos ciudadanos en procesos que respeten la ley.
No es fácil, sobre todo cuando no existe claridad sobre qué es lo que se busca defender. Defenderla en su sentido “mínimo” requiere una visión positiva para reformar las instituciones representativas.
Muchos de tales requisitos, si no todos, encierran valores sustantivos, como la libertad. La concepción "minimalista" de la democracia "no es entonces tan minimalista". Lo que complica aún más otro interrogante similar abordado por su ensayo: si "distintas personas atan diferentes valores a la democracia", "¿qué estamos defendiendo cuando decimos defender la democracia"?
Los "minimalismos unen", mientras los “maximalismos” dividen, advierte Przeworski en su defensa de la democracia como el mejor procedimiento para garantizar la convivencia pacífica en toda sociedad. Las elecciones libres serían su mecanismo central. Que para perseverar en democracia exigen saber ganar y saber perder.
Przeworski acepta que algo anda mal con la democracia, aunque rodea la palabra "crisis" con signos de interrogación. El que las mayorías estén dispuestas, despreocupadas, a "delegar" el gobierno en figuras antidemocráticas es una señal preocupante.
Defender la democracia no es fácil, sobre todo cuando no existe claridad sobre qué es lo que se busca defender. Defenderla en su sentido "mínimo", sugiere Przeworski, requiere una visión positiva para reformar las instituciones representativas. Parece un reto, más que una solución, que debe abordar la defensa de la democracia.
Paradójicamente, la búsqueda de las soluciones al problema de la democracia "minimalista" comenzaría por reconocer un repertorio más amplio del que sigue dominando los análisis de la democracia.
Un grupo de investigadores, con el profesor de la Universidad de Canberra Jean–Paul Gagnon al frente, ha sugerido reorientar nuestras miradas hacia las "democracias marginales del mundo" (Democratic Theory, 2021). Ofrecen un método alternativo que, al explorar mejor las diversas democracias que han existido más allá de Europa y Estados Unidos, nos permita identificar las innovaciones requeridas para contrarrestar las amenazantes tendencias autocráticas.
El suyo promete darles mayor vigor a las prácticas, las reformas y los estudios de la democracia. Habría que hacer de las "democracias marginales" el centro de nuestra atención. No es seguro si daremos con la fórmula. Lo cierto es que la defensa de la democracia está urgida de imaginación.