El pronóstico para Colombia 2025 es triste. Como dice la canción, “Un grande nubarrón se alza en el cielo, ya se aproxima una fuerte tormenta”. El 2024 fue el año del desorden total y termina con nubes oscuras en el firmamento: violencia, confrontaciones políticas, corrupción, desconfianza y cortinas de humo por todos lados. Un gobierno caótico que parece estar gestando una tormenta aún más fuerte para el próximo año.
El terreno está abonado para la estrategia del presidente Petro: atribuir los problemas actuales al gobierno de Duque, que dejó una gestión pésima y facilitó su llegada al poder, mientras se presenta como víctima de las élites que, según él, bloquean su gestión. La polarización es la cancha, y el todo vale es la regla con la que se va a jugar para enfrentar a los enemigos. Con solo un año y medio restante de gobierno, los programas que no están en marcha hoy ya nunca se van a realizar. Acuerdo nacional no hubo ni va a haber; de hecho, el nivel de confrontación aumentará a niveles inimaginables.
Por este camino vamos a llegar a las elecciones del 2026 con una Colombia llena de miedos, dividida, amargada, resentida, frustrada y triste. El peor escenario posible. Después de estos años de polarización dañina, necesitaremos con urgencia serenarnos, sanar heridas, recomponer el espíritu, recuperar una dosis mínima de alegría y ser creativos para construir un país distinto.
Nuestros retos son inmensos, empezando por las desigualdades profundas, entre regiones y personas, que no podemos aceptar como condición natural de nuestra sociedad. Cerrar estas brechas es inaplazable. Se requiere atención inmediata y permanente con un modelo de desarrollo que, a partir de la educación y el conocimiento, permita construir la dignidad, los derechos y la libertad de cada persona, de cada comunidad, de cada territorio. Es urgente construir políticas de desarrollo productivo que reconozcan y potencien la diversidad y las riquezas de cada una de nuestras regiones y sus gentes. El gobierno de Petro ha reclamado, con razón, atención para estas comunidades que viven en las peores condiciones, en los territorios más rezagados de nuestro país; pero de las palabras rimbombantes a las realizaciones tangibles hay un gran trecho que este gobierno no fue ni será capaz de atender.
Después de estos años de polarización dañina, necesitaremos con urgencia serenarnos, sanar heridas, recomponer el espíritu, recuperar una dosis mínima de alegría y ser creativos para construir un país distinto
Hoy, la violencia y la inseguridad están en todo nuestro territorio. La política de Paz Total desconoció las lecciones aprendidas después de tantos años de negociaciones, empezando por no entender que para construir la paz se necesita método y sobre todo una Fuerza Pública fuerte y sólida, que tenga la capacidad de ocupar los territorios para evitar la reproducción de la violencia. La inseguridad ciudadana crece día a día de la mano de una criminalidad nunca antes vista, que amplía sus acciones y construye redes que requieren nuevas formas de atención del Estado, especialmente, articulando la justicia, la inteligencia y la tecnología, con cooperación internacional. Al mismo tiempo, se deben priorizar los programas de prevención de la violencia y la formación en cultura ciudadana para la convivencia.
La corrupción es la expresión máxima de la cultura de la ilegalidad en nuestro país. Está en todos lados. Los escándalos asociados con el Gobierno Nacional crecen y personas muy cercanas al Presidente están seriamente implicadas. La corrupción aumenta la pobreza y las desigualdades, destruye la confianza y propicia el ‘todo vale’ en las conductas ciudadanas. Las campañas electorales tramposas son el vehículo que lleva la corrupción a las instituciones del Estado. La política se asocia con viveza y es común escuchar frases como “Todos son iguales”, “prometen y no cumplen”, “todos son ladrones” y “que roben pero que hagan obras”. ¿Tiene que ser así? NO. Muchas veces, NO.
Ya hemos visto suficiente. No necesitamos más evidencia para reiterar que la polarización no ha resuelto ni resolverá los problemas de Colombia. Para atender los retos que enfrentamos necesitamos cambiar de cancha y de reglas de juego: esta tarea empieza por una reivindicación de una forma transparente, distinta, de la política para derrotar el ‘todo vale’. En esta nueva cancha, tendremos que encontrarnos con personas valiosas provenientes de diferentes sectores políticos, el objetivo será enfrentar con urgencia las desigualdades, confrontar las múltiples formas de violencia que nos atrapan y construir una sociedad con un comportamiento ético que nos permita sacar lo mejor de cada ciudadano y ciudadana. Se puede.
SERGIO FAJARDO V.