Quién pelará el cobre hoy. Qué demócrata, de aquellos que encararon estados de sitio, narcoterrorismos y paramilitarismos, habrá amanecido convertido en fanático. Qué voz llena de coraje se sumará esta mañana al coro del doble rasero que se resigna a la corrupción, a la propaganda, a la aniquilación de los críticos, a las jugadas tiránicas, porque el gobierno pasado también lo hizo. Qué calumniador exigirá respeto. Qué espíritu libre repetirá –qué carajo– las mentiras que hay que repetir para prevalecer. Quién más matoneará a la senadora Lozano por hacer su trabajo: por preguntar, como le corresponde, por ese extraño recorte del 77 por ciento del presupuesto de la Registraduría. Quién contestará con furia que recortes hay aquí y en Cafarnaúm, y que este fue un error, y que son noticias falsas además.
Sé que las elecciones de 1949 solo tuvieron un candidato; que las votaciones de 1970 fueron tan turbias que engendraron el M-19 al que perteneció el presidente Petro; que las campañas de 1978 en adelante –al menos muchas de ellas– fueron empresas con socios oscuros. Sé que el ruin articulito que decretó la reelección de Uribe fue un golpe al equilibrio de poderes. Sigo traumatizado porque la gente salió a votar emberracada por el no. Seguí con temor los rodeos del registrador Vega: “Que no se presente el que crea que le harán fraude”, dijo. Pero, aun cuando mis candidatos hayan ganado tan poco, he sido testigo de la puntualidad justa de nuestra Registraduría: Santos le entregó el poder a Duque y Duque le entregó el poder a Petro. Y desconfiar es, entonces, hacer trampa. Y hay que cuidar como un milagro el sistema electoral.
Habría que criticar a Petro, en fin, por ser un mal Petro
No es una obra maestra. El senador De la Calle lleva años proponiendo, con razón, la reforma urgente del contrahecho CNE. Pero hay que tomarse a pecho cualquier ataque a nuestro sistema electoral. El ilegible presidente Petro, empeñado en ser la resistencia del Estado, llegó a decir que el sistema de Colombia era peor que el de Venezuela. Ya ha dejado de avalar el fraude de Maduro. Ya ha declarado que el recorte de presupuesto de la Registraduría que le entregó la credencial en el 2022 –que sería un recorte digno de las elecciones opacas que parieron al M-19– es “fake news”. Pero hay que pegar un grito cada vez que un chulo se acerque a nuestras elecciones. Un progresista vuelto gobiernista me escribe que la senadora Lozano está defendiendo “el privilegio”. Y yo le pregunto si me está hablando del derecho al voto.
Cuando fui comentarista de cine, en una vida pasada, aprendí que no hay que condenar una comedia ligera por no ser un drama sueco, sino por incumplir sus promesas. Habría que criticar a Petro, en fin, por ser un mal Petro. Por rondar nuestro sistema electoral. Por ser tan pocas veces el líder que leyó esta semana, en la ONU, un párrafo conmovedor en el que su hija de 16 años nos llama a la unidad. Por no estar a la altura del demócrata que denuncia el genocidio de Gaza o el ecocidio del siglo XXI o el fracaso de la guerra contra las drogas cada vez que se convierte en ese caudillo miserabilista –Agarrando pueblo, la película caleña de 1978, es sobre él– que desgobierna, retiñe estigmas, siembra desconfianzas, sabotea logros sociales, titubea ante Maduro y se ríe de la defensa de la Registraduría.
Si en algo se pusieron de acuerdo los líderes de aquí y Cafarnaúm, en la ONU, fue en la defensa del sistema electoral, de la alternancia en el poder y de la convivencia social de libres iguales –o sea, en la defensa de la democracia– en tiempos de Maduro, de Netanyahu, de Putin, de Trump. Hay que saltar cada vez que alguien se meta con la Registraduría. Y exigir que el Petro que habla afuera sea el Petro que habla adentro.