El fin de semana que acaba de pasar fue de celebraciones y reflexiones. Velitas, el 7; festivo, el 8; y el 9, el Día Internacional de la Lucha contra la Corrupción. Entre tantas fechas significativas y reflexivas, una de las preguntas que surge es: ¿cómo promovemos la lucha contra la corrupción sin que se vuelva paisaje?
La primera clave está en las acciones de nuestros gobernantes y líderes públicos. Según la Fiscalía y la Procuraduría, las formas más comunes de corrupción en Colombia incluyen sobornos, uso indebido de recursos públicos y nepotismo, que no es otra cosa que otorgar cargos y beneficios a familiares o amigos sin considerar méritos.
No voy a dar nombres, creo que ustedes ya los tienen en la cabeza porque han sido años de un flagelo que persiste: alimentación escolar, vacunas, Ruta del Sol, cartel de la contratación, carrusel de las pensiones, financiación indebida de campañas, cupos indicativos, carrotanques, etc. En este contexto, los propósitos del sector público para 2025 deben incluir un compromiso claro con el fortalecimiento institucional, la eliminación del clientelismo y la promoción de una verdadera cultura de mérito e integridad pública que prevenga la corrupción y que no permita que el fraude, robo o malversación se lleven a cabo.
Ahora bien, no olvidemos que la corrupción no es solo un problema del sector público. En el sector privado también hay conductas que afectan directamente al interés general, como el soborno y la extorsión, que muchas veces terminan siendo el punto de partida de acuerdos corruptos con funcionarios. Como Odebrecht o Interbolsa. La primera, con sobornos para obtener contratos de infraestructura; y la segunda, con procesos irregulares como inflar artificialmente el precio de las acciones.
Para el privado, el próximo año debería ser una oportunidad para implementar controles más efectivos, detectar riesgos y comprometerse con políticas de transparencia de cero tolerancia al soborno. Esto protege a las organizaciones y contribuye al fortalecimiento de la sociedad en su conjunto.
Si logramos cambiar nuestras prácticas diarias y reconocer el valor de la honestidad por encima de la avaricia que lleva a querer más bienes materiales, podremos tener esperanza.
En el país hemos intentado salir del atolladero. Se creó la Secretaría de Transparencia en 2011. Se abrieron los datos sobre la contratación en Secop y Colombia Compra Eficiente. Y se expidieron las leyes 1712 y 2195, que mejoran el a la información y la lucha contra la corrupción. También se dio el encarcelamiento de funcionarios y líderes políticos corruptos que demuestran que las sanciones son posibles.
Aun así, Colombia sigue atascada en el índice de percepción de Transparencia Internacional con un puntaje de 39 sobre 100, lejos de ser una sociedad libre de corrupción. Pero no todo está perdido. Porque más allá de lo público y lo privado, hay un aspecto crucial que debemos fortalecer en 2025: nuestra propia cultura.
Vivimos en una sociedad donde "el vivo vive del bobo", sin reconocer que son iguales de corruptos quien paga que quien recibe. Al cerrar el año, preguntémonos si en nuestro día a día fuimos honestos, si cumplimos con nuestra palabra o si, por el contrario, nos dejamos seducir por atajos fáciles.
La corrupción, al final, es un reflejo de nuestras acciones individuales y colectivas. Si lo que el país ha hecho hasta ahora no ha funcionado pensemos de forma creativa, arranquemos por la base social: nosotros mismos. Si logramos cambiar nuestras prácticas diarias y reconocer el valor de la honestidad por encima de la avaricia que lleva a querer más bienes materiales, podremos tener esperanza.
La lucha contra la corrupción empieza por nosotros mismos, demostremos que un cambio es posible. Que en 2025 nuestro propósito colectivo sea construir una sociedad donde la honestidad y el respeto sean la norma y no la excepción.