Stefany Barranco en el centro comercial Santafé; Natalia Vásquez en Suba; un intento de feminicidio en San Cristóbal, y en Fusagasugá, la expareja de Nayibe Andrea Gutiérrez la asesinó con un disparo en la cabeza. Mientras tanto, en Argentina, Milei acaba de desmantelar el Ministerio de la Mujer. Y en Brasil, un sector retrógrado de la Cámara de Diputados quiere aprobar un proyecto de ley que equipara el aborto al homicidio. A los 30 años de la Convención Belém de Pará, estos hechos nos demuestran que los derechos alcanzados nunca lo son para siempre.
Los medios, sin duda, han tenido un papel repudiable en la manera como han difundido estas noticias. Sin embargo, la respuesta del Estado colombiano frente a la violencia de género ha sido insuficiente. Sin desconocer el trabajo de las mujeres y feministas que están actuando dentro del Estado, hay que decir que su esfuerzo no obtendrá muchos resultados si a nivel presidencial sigue habiendo un desconocimiento profundo sobre cómo opera la violencia de género.
No pretendo que Gustavo Petro sea como Gabriel Boric, quien tomó clases sobre feminismos durante su campaña para evitar algún tropiezo con respecto al tema. Pero por lo menos que se instruya un poco. Petro no solo no reconoce sus limitaciones en esa materia (ni en muchas otras), sino que, como sabemos, defiende a quienes tienen denuncias por acoso y abuso sexual, y no le preocupa hacer el ridículo cuando habla sobre feminicidio: “Allí mismo en esa localidad, un hombre mataba a una mujer en un centro comercial [...].Así no aparezca la articulación está profundamente articulada a los dos hechos, el delincuente sin cultura que usa la fuerza bruta para acabar la vida y la cuidadora de la vida, y la falta de educación en Colombia, de educación pública”.
Una escuela pública será la solución para algunas cosas, pero no para los feminicidios. Para eso se necesitan cambios culturales mucho más profundos.
En primer lugar, hay feminicidas, violadores y acosadores en todas las clases sociales. En Colombia está el caso emblemático de Rafael Uribe Noguera, quien en 2016 secuestró, violó y asesinó a Yuliana Andrea Samboní, una niña indígena de 7 años. Uribe Noguera era un arquitecto “bien”; egresado del Gimnasio Moderno, el colegio de la élite colombiana. El feminismo lo ha dicho de mil formas: los feminicidas no son unos “monstruos”, son hijos sanos del patriarcado. El proyecto de masculinidad se compone de prácticas cuyo propósito es mantener la supremacía masculina. Y así todos los hombres no sean iguales, todos ellos se benefician de las ventajas que obtienen, como grupo, de la subordinación de las mujeres. El concepto de masculinidad hegemónica ha sido retratado muy bien en Los divinos, la novela de Laura Restrepo sobre el feminicidio de Samboní. Recomiendo también el texto Masculinidades gomelas: la peligrosa historia del monstruo sin trauma, de Santiago Pinzón, quien busca entender cuál era la masculinidad dominante y celebrada en el Gimnasio Moderno. Se trata de la grabación de una corta charla gomela en un restaurante del parque de la 93, en la que todos los asistentes se refieren a las mujeres como si fueran objetos. Corta pero impactante.
Entonces, sí hace falta educación, pero en teoría feminista, para entender que los feminicidas no son “extraterrestres” ni “delincuentes sin cultura que usan la fuerza bruta”. En algunos casos son hombres que las mujeres asesinadas encontraron un día, de quienes se enamoraron, y a quienes luego quisieron dejar.
Una escuela pública será la solución para algunas cosas, pero no para los feminicidios. Para eso se necesitan cambios culturales mucho más profundos, y muchos de esos cambios deben provenir de los mismos hombres, quienes tienen que empezar por reconocer sus inmensos privilegios, como ese de hablar con total seguridad sobre aquello que no saben.