Va a ganar Trump. Pero no insisto e insisto en semejante vaticinio solo porque quiera protegerme para que la noticia de noviembre de 2024 no sea la misma puñalada trapera de noviembre de 2016, sino que lo repito y lo subrayo porque de nada ha servido la estrategia ansiosa –el corazón de la campaña presidencial de los Demócratas– de retratar al espantajo tal como es. A Kamala Harris se le va la vida pidiéndoles a los electores que pasen la página de la guerra civil de las redes, pero de la mañana a la noche machaca la verdad sobre Donald Trump: que es misógino, clasista, racista, xenófobo, fascista, títere de Putin, culpable de 34 delitos graves, descabellado, mentiroso, tiránico, golpista y sociopático. Y, sin embargo, el tipo sigue en pie en las encuestas, y a veces crece, y va a ganar.
Taylor Swift canta su voto por Harris. Robert De Niro recita "no hay nada más importante que vencer a Trump en las urnas". Mel Brooks se suma, en serio, a la campaña demócrata. El expresidente Carter, de cien años, alcanza a votar por la candidata. El expresidente Obama, orador imbatible, recorre el país pidiendo sano antitrumpismo. Los columnistas del mundo enronquecen probando que reelegir a ese señor sería el fin. ¡Los Cheney juran votar por primera vez en contra del aspirante republicano! ¡Cerebros fugados del círculo de Trump ruegan no votar por él! Y los genios de los talk show, Colbert, Kimmel, Meyers, exponen noche tras noche el delirio trumpista: ¿por qué entonces va a volver a ganar ese rey bufón, ido, que prefiere bailar YMCA a responderles las preguntas a sus votantes?
La campaña Demócrata se va a jugar la suerte del mundo en el empeño de caricaturizar una caricatura orgullosa de serlo.
Porque, como nos lo han probado hasta la náusea las elecciones en tiempos de la posverdad, de nada sirve hacer campaña contra la yugular de un contendor engendrado por el hastío y la rabia del electorado. La gente que vota por Trump no va a ver El aprendiz, la película que pinta a su líder como un Fausto bruto que se le entrega a ese Mefistófeles –el abogado azufroso Roy Cohn– que cazaba comunistas. La gente que vota por Trump está harta de las estadísticas amañadas, de las superioridades morales, de los progresismos de puertas para afuera, de los monólogos en vano de los políticos proselitistas. Maldecir al candidato rival, por más que lo merezca, es maldecir a sus votantes. Y decirle al adversario corrupto y loco y bruto, por más cierto que sea, por más que reúna a los mismos con los mismos, es rotular también a sus seguidores.
Harris sufrió cuando le pidieron, en Univisión, que nombrara tres virtudes de Trump. Era pedirle una proeza. Pero era el momento para reconocerle a su antagonista su electorado: no es nada fácil, cuando uno cree en las causas sociales, entender los motivos de quienes votan por el ingeniero, por el uribismo, por el no, pero está visto que es un error grave desconocerlos, despreciarlos. Esta semana, cuando Petro llamó a Uribe explotador porque Uribe llamó a Petro delincuente, fue evidente que en política no debería separarse la teoría de la práctica –pues se cae en la política sin política de estos tiempos–, pero además es común que un país viva atrapado en el violento pulso de la teoría vana con la práctica ciega, y la solución, tanto para ganar elecciones como para gobernar bien, se ve lejana: es respetar a los votantes ajenos, ni más ni menos.
Va a ganar Trump. Quedan dieciocho días nomás, dieciocho pasos apenas, para ganarle, para robarle seguidores a punta de devolverles su dignidad, de reconocerles su hartazgo, su fe triste en lo antipolítico, pero todo parece indicar que la campaña Demócrata se va a jugar la suerte del mundo en el empeño de caricaturizar una caricatura orgullosa de serlo. Ya nos veo viendo, advertidos pero lívidos, los resultados.