“Agridulce” ha sido el adjetivo escogido para describir las dos primeras legislaturas del mandato del presidente Gustavo Petro. Lo ha usado La Silla Vacía para demostrar que “el Congreso no bloqueó las reformas, pero tampoco se subordinó al Gobierno”, así como El País de España, EL TIEMPO, Portafolio, Noticias Caracol, entre otros medios. Lo usó el senador Humberto de la Calle en su entrevista a Caracol Radio, y Alirio Uribe, el representante a la Cámara por Bogotá del Pacto Histórico (PH), también se valió de ese adjetivo al hacer el balance de las dos primeras legislaturas y resaltar que algunas de las reformas más importantes del Gobierno fueron hundidas.
En los medios, “agridulce” denota una manera de evaluar al Gobierno en términos cuantitativos y es usado, sobre todo, para demostrar la inexistencia de la tesis del “golpe blando” o “bloqueo institucional” que ha venido esgrimiendo Petro desde hace unas semanas. En estos momentos, esta tesis ha sido más una manera de activar el “modo campaña” y de movilizar a sus más fervientes seguidores, ya que, en términos pragmáticos, en el Congreso sí hubo diálogo y se llegó a acuerdos. Pero la palabra también sirve para amainar a la opinión pública: como una forma de decir que no hay nada que celebrar ni es tiempo de cantar victoria. En este sentido, después de haber atravesado las dos primeras legislaturas, hay que itir que en términos culturales uno de los grandes cambios fue el de demostrar que en Colombia cualquiera puede gobernar: el Estado no tiene que estar necesariamente en manos de una élite tecnocrática para funcionar.
Ahora, el uso de este adjetivo por Alirio Uribe, uno de los representantes más juiciosos del PH, denota algo positivo y es la autocrítica. Se habla de “agridulce” no para desmotivar a la gente, sino para recordar, internamente, que el cambio prometido es mucho más de lo que se ha logrado hasta ahora. Y considero que este es el sentido que deberíamos darle.
En efecto, a casi dos años de haber comenzado este gobierno, queda todavía mucho por hacer. Por esto, la continuidad de este proyecto político debe estar trasnochando a más de uno. Y es aquí donde retomo algunos de mis cuestionamientos. En general, la izquierda latinoamericana poco se ha interesado en formar cuadros autónomos y críticos, que no dependan del jefe de turno. Por esto, encontrar al sucesor de Petro no va a ser nada fácil. En el caso colombiano esta situación es agravada por la longevidad del conflicto armado, de ahí el carácter autoritario de la izquierda y su férrea resistencia a la crítica interna. Además, el hecho de que sus principales liderazgos se hayan visto obligados a tomar una postura con respecto al conflicto demuestra que la indiferencia nunca fue una opción: o decidías participar directamente en el conflicto o no participabas o eras una de sus víctimas. Es esta realidad histórica la que explica que la búsqueda de la paz será, al final del mandato de Petro, una de las principales victorias de este gobierno.
Sin embargo, puesto que la búsqueda de la paz ha sido un proceso largo, un proceso que no empezó en este gobierno ni terminará con él, creo que, siguiendo ese espíritu autocrítico, Petro debería enfrentarse menos a quienes lo precedieron y esforzarse más en mostrar resultados. Llegó la hora de enderezar el rumbo y de definir muy bien cuál es el legado que quiere dejarle a Colombia.
Será crucial que en los próximos meses Petro muestre una faceta más conciliadora. Y por conciliadora no estoy diciendo que deba transar con la oposición ni renunciar a sus ideales, sino entender que él no llegó al poder solo ni por generación espontánea, y que será cada vez más evaluado ya no tanto por lo que dijo que iba a hacer, sino por lo que efectivamente logró hacer.
SARA TUFANO