El martes 27 de julio de 1999 llegué a eso de las 11 de la mañana a la cárcel La Modelo de Bogotá, para entrevistarme con un jefe paramilitar.
Tenía pistas claras sobre la pérdida de armamento de la Brigada 13 y esta fuente me podría corroborar varios datos.
Para mí era un día normal y estaba acostumbrada a visitar la reclusión; sin embargo, me asombró encontrarme en el punto de las reseñas, en la primera guardia de ingreso, con Jaime Garzón. Él también se pasmó al verme. Lo noté consternado... preocupado. Me preguntó qué hacía allí y, luego de una charla de quince minutos en los que nos contamos por qué estábamos ese día en La Modelo, me recordó que no tratábamos con angelitos y que “esa gente” que permanecía recluida en Alta Seguridad era muy peligrosa. Que me cuidara.
Nos despedimos y, con ese toque de gracia y sátira que siempre tenía, me dio una bendición burlesca con la mano izquierda. Sonreímos, él cruzó la reja de salida y yo ingresé hacia el patio 4. Fue nuestro último encuentro. Quince días después, el 13 de agosto, lo asesinaron.
A los 25 años de su crimen, para la justicia y para mí, ya está claro que nuestros perpetradores fueron los mismos. Por lo menos quienes movieron las fichas para que a Jaime lo matara un sicario y a mí, nueve meses después, me secuestraran, más todo lo demás que ocurrió.
El asesinato de Jaime le movió el piso, el miedo y la templanza a la prensa colombiana. Nunca lo itimos porque los poderosos en verdad lo eran y había tanta zozobra en el ambiente y en las redacciones que lo mejor era callar y seguir. Pasó lo mismo luego de mi tragedia. Callamos, a veces decidimos autocensuramos y seguimos. Era un país asfixiado por el terror paramilitar y el avance vertiginoso de las Farc. Los dos ligados al narcotráfico. No había mucho margen de maniobra.
Regresar a esos días es abrir heridas viejas y alentar las que no cicatrizan por más que se usen las palabras verdad, memoria, reparación y no repetición. Heridas que están ligadas a esos años 90 y 2000 y los años de ahora, porque los criminales que reinaban en esos tiempos lo hacen también hoy.
Policías, militares y políticos corruptos. Criminales que han mutado, que se pasean entre bandos y que se reciclan al ritmo de la disidencia o la organización de moda. Son los mismos. De eso también hay certeza.
El asesinato de Jaime le movió el piso, el miedo y la templanza a la prensa colombiana
Así como hay certeza de que a Jaime hace 25 años y ahora quisieron hacerle todo tipo de montajes, primero con la guerrilla del Eln asegurando que era alias Heidy, un miliciano disfrazado de alcalde en San Juan de Sumapaz; luego, siendo un supuesto diestro negociador de secuestros del frente 53 de las Farc. En realidad le tenía pánico a ‘Romaña’, porque sabía que su poder y nivel de comandante se lo habíamos dado los medios de comunicación, y Jaime solo quería ser de esos héroes citadinos que salvan vidas. Por eso se montaba en cuanta misión humanitaria lo invitaban. Eso tampoco salió bien. Hasta se accidentó en una de esas acciones.
También dijeron que estaba haciendo algún negocio en la cárcel, pero estaba suplicando por su vida. Eso era lo que hacía la mañana en que nos vimos. Suplicándoles a los jefes paramilitares Ángel Gaitán Mahecha y Miguel Arroyave que no lo mataran, pero la orden no tenía reversa.
Se ha dicho siempre que ese 13 de agosto de 1999 nos mataron la risa, pero no solo eso. También condenaron a la crueldad la vida de Claudia Julieta Duque, la valiente periodista que no dejó morir el caso ni la historia de Garzón. Su corajuda investigación llevó a que sobre ella se posaran los ojos de los criminales. Los mismos de hoy.
No solo nos mataron la risa. Legitimaron los peores crímenes a través del desaparecido Departamento istrativo de Seguridad (DAS). Aún nos falta más de la mitad de las verdades de lo que desde allí se fraguó y ejecutó.
Jaime ya lo sabía. Eso y más. Por eso lo callaron. Por eso nos callaron. Este 13 de agosto lo recordaremos, con el alma aún quebrada porque los criminales de ayer son los mismos de hoy. Y siguen libres y sin justicia.
JINETH BEDOYA LIMA