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'Aunque no estés en línea de frente puedes sentir que hay una guerra en curso'
Pascale Coissard, de Médicos sin Fronteras, relata a EL TIEMPO cómo es vivir y trabajar en Ucrania.
En sus primeras dos noches en Ucrania, Pascale Coissard no pudo conciliar el sueño. No era la primera vez que esta profesional de Médicos Sin Fronteras (MSF) estaba en un país en crisis o en conflicto. Venía de la República Democrática del Congo y había sido también coordinadora del proyecto de atención a poblaciones afectadas en Chocó, Colombia.
Pero, esta vez era diferente. Nunca había trabajado en un lugar donde una alarma le avisaría que un misil o cualquier otro artefacto de guerra podía pasar por encima suyo o muy cerca del lugar en el que se hospeda junto con su equipo de trabajo de MSF.
“Es muy útil porque te permite refugiarte. En otros casos y en otros contextos donde he estado no hay un sistema con el que identifiques dónde está y cuándo viene el peligro. Pero es cierto que la alerta hace el peligro muy real. Aunque no estés cerca de la línea de frente puedes sentir que hay una guerra en curso, incluso si estás en tu oficina”, le cuenta Pascale a este diario.
Pascale Crossiard es la coordinadora de terreno del proyecto de MSF en Kropyvnytskyi, Ucrania. Foto:Cortesía Pascale Crossiard
Pascale es politóloga sa. No obstante, trabaja con Médicos Sin Fronteras desde hace tres años y llegó a Ucrania el pasado 20 de enero. Entró al país por la frontera con Eslovaquia y desde allí viajó por transporte terrestre hasta llegar a Kropyvnytskyi. Desde entonces, esta mujer de 38 años se desempeña como coordinadora de terreno del proyecto de MSF en esa región del país.
Kropyvnytskyi no está en la línea de frente de batalla de la guerra, librada desde el 24 de febrero de 2022, pero tampoco está muy lejos de las principales trincheras de combate. Se trata de una ciudad en el centro del país, a unas seis o siete horas en carro de otros lugares como Odesa o Mykolaiv, en donde los enfrentamientos suelen ser más comunes.
“En esta región no estamos en la línea de frente, no estamos muy lejos, pero estamos a unos cientos de kilómetros, lo que hace que el trabajo se centre sobre todo en asistir a las personas desplazadas”, cuenta.
Pascale y sus más de 20 compañeros de proyecto se hospedan en un hotel que alquilaron y que se ha convertido en una especie de “base” desde donde coordinan parte de la ayuda que esta organización médico-humanitaria brinda en territorio ucraniano.
La misión que lidera tiene como objetivo apoyar a los principales actores de asistencia en la región: hospitales, equipos de voluntarios, organizaciones locales, entre otros. No obstante, su trabajo va mucho más allá de la atención de las heridas físicas de batalla y se extiende al cuidado y reparo de las heridas emocionales y mentales que ha dejado la guerra en cientos de desplazados ucranianos.
Vivir en un país en guerra
Las labores en Ucrania -y en general la vida en el país- son especialmente difíciles en la actualidad. Desde octubre, tras varios reveses de sus tropas en terreno, Rusia cambió de estrategia y se enfocó en atacar la infraestructura energética del país.
El impacto de dichos ataques ha sido tal que en noviembre pasado, por ejemplo, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, afirmó que el 50 por ciento del sistema eléctrico de la nación estaba dañado y que al menos 12 millones de personas estaban sin suministro de electricidad.
Autoridades continúan buscando cuerpos tras el ataque al edificio en Dnipró. Foto:AFP
El escenario se agrava si se tiene en cuenta que Ucrania vive actualmente el invierno, que se extiende hasta marzo y en el que las temperaturas pueden bajar hasta -10 grados centígrados en el peor de los casos. Así, los ataques han obligado a los ucranianos a vivir un intenso frío sin luz y sin calefacción.
“A veces hay dos horas de electricidad y luego dos horas en donde no hay. Hay días muy puntuales en que puede haber un poco de alumbrado público, pero si no lo hay la ciudad está totalmente en las sombras. Si sales de tu casa después de que haya caído el sol es noche pura”, cuenta al respecto la profesional de MSF.
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Pascale Crossiard relata la situación tras los ataques rusos a la infraestructura eléctrica de Ucrania.
Esa situación también ha afectado el trabajo del personal de salud. No solo porque el frío del invierno y la falta de energía eléctrica han deteriorado la salud de cientos de pacientes, en especial adultos mayores, sino porque muchas veces no hay la energía suficiente para que funcionen los equipos que mantienen con vida a los enfermos y los heridos.
El constante riesgo al que parecen enfrentarse también dificulta su cotidianidad. Todos los ucranianos cuentan con una aplicación en su celular que les avisa que es momento de buscar refugio. Si hay peligro, los celulares empiezan a sonar en una misma sala y las sirenas de las ciudades se encienden en señal de alerta. No importa la hora, el día o el lugar.
Así es la aplicación que alerta a los ucranianos ante un ataque ruso. Foto:Cortesía Pascale Crossiard
“Ayer por la noche la alarma sonó a las 10:30 p. m. y de nuevo a las 5 a. m. Escuchamos la sirena y en función de la situación vamos al búnker o no, según la información que nos llega. A veces hay muchas alarmas en todo el país o puede ser muy localizado. En general lo que hacemos es que nos refugiamos, esperamos a que haya pasado la alerta y volvemos a nuestro trabajo o a dormir”, narra.
Ese factor también supone un obstáculo adicional para su trabajo. Los equipos de MSF y de las demás organizaciones deben estar atentos a las alertas, volver a la oficina si es necesario o hacer un alto en el camino si están en carretera para buscar un lugar seguro mientras suenan las alarmas.
Así, una de las labores de Pascale es siempre verificar que su equipo tenga las condiciones de seguridad para salir a operar.
“Nos informamos antes de salir a cualquier lugar sobre cómo está la situación, hacemos o con la población local, con las autoridades locales. Hay ciertos lugares donde puede que haya restos de explosivos, hay que cuidar de la carretera, asegurarnos de que no vayamos a meternos en un lugar que pueda ser peligroso”, dice.
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Los equipos de MSF y de las demás organizaciones deben estar atentos a las alertas para poder refugiarse en medio de su trabajo.
La medicina en medio del conflicto
Entrega de ayuda en las ciudades ucranianas. Foto:Cortesía Pascale Crossiard
Pese a los desafíos, el trabajo de MSF no se detiene. Actualmente, la organización tiene equipos en 19 lugares de Ucrania, entre ellos Kiev, Járkov, Odesa, Zaporiyia, Apostolove, Limán, entre otros. Además, MSF cuenta con 116 empleados entre médicos, enfermeros, psicólogos y personal de logística, y trabaja de la mano de al menos 685 empleados ucranianos.
Su misión más destacada -quizás- es el “tren medicalizado”. El vehículo fue adaptado para funcionar como una ambulancia gigante que se encarga de trasladar a los pacientes de hospitales sobrecargados a otros con mayor capacidad y que están más lejos de la línea del frente. Hasta diciembre, esta especie de ambulancia había transportado a 2.607 personas, entre pacientes, cuidadores y familiares.
MSF también aportó hospitales de campaña, donaciones de medicamentos, y apoyo en los centros de urgencias y en las consultas de personas con enfermedades no transmisibles.
En el caso de la misión en Kropyvnytskyi, que lidera Pascale, su foco son las donaciones médicas -hasta la fecha han entregado donaciones a por lo menos 17 centros de salud-, y de artículos de socorro: kits de higiene, kits para bebés, productos para higiene menstrual o alimentos.
“Pese a que no hay desabastecimiento, el problema que encuentran las personas desplazadas es que ya no tienen a su fuente de ingresos. En Ucrania muchos vienen del campo, es un país con mucha agricultura. De manera que son personas que han perdido su trabajo y su fuente de ingreso y eso les dificulta el a esos bienes básicos”, dice.
También se han puesto en la tarea de ayudar a la comunidad a enfrentar el invierno a través de calefactores, y hasta de madera y leña en el caso de las zonas rurales que recurren a ella para encontrar algo de calor.
Pero su labor más grande se ha enfocado en la atención en materia de salud mental. Entre abril y agosto de 2022, MSF impartió 97 sesiones de formación para más de 1.400 integrantes del personal médico y de primera respuesta.
Se trata de sesiones psicológicas en las que aprenden cómo cuidarse frente a la guerra, es decir, cómo manejar el impacto emocional del conflicto y la cantidad de heridos en el campo de batalla.
“Hace una semana estuvimos en un hospital en la región de Mykolaiv en donde hicimos la primera formación en cómo cuidarse. Los enfermeros y médicos salieron muy contentos y con ganas de más porque nos decían que era la primera vez que se habían podido centrar de nuevo en ellos mismos y en decir ‘yo también me tengo que cuidar y yo también tengo que poder estar bien para poder seguir cuidando a esas personas’. Desde el inicio de la escalada no habían tenido ese momento de centrarse en su salud física y mental”, cuenta.
Médicos sin Fronteras tiene equipos en 19 localidades de Ucrania. Foto:Médicos sin Fronteras
El impacto mental en tiempos de guerra
El apoyo psicosocial se ha extendido más allá de los hospitales. El proyecto en Kropyvnytskyi cuenta con un importante equipo de psicólogos y psicólogas que han ayudado en los centros de acogida para atender a los desplazados que, debido al impacto de la guerra, pueden presentar ansiedad, ataques de pánico, dificultad para dormir, entre otras dificultades.
Desde que empezó la guerra, según cifras de la ONU, casi ocho millones de personas se vieron obligadas a abandonar Ucrania y más de cinco millones de personas fueron víctimas de desplazamiento interno.
Por eso, dice Pascale, su trabajo en salud mental es clave en la región. Los adultos mayores, por ejemplo, acuden en busca de ayuda y en una situación especial: con más reparos para desplazarse porque tienen la esperanza de regresar algún día a su hogar o porque no saben a dónde ir.
Actividades de atención de salud mental de MSF en Ucrania. Foto:Cortesía Pascale Crossiard
Uno de mis compañeros es muy joven. Hace bien poco perdió a su padre y le está afectando mucho
Los niños, por su parte, cargan a su corta edad con el trauma de las explosiones y los misiles que ven y escuchan, y con los temores y sensaciones que produce dejar la escuela o la casa y pasar a vivir en un centro de acogida.
“Las personas desplazadas están muy propensas a tener consecuencias de lo que han vivido que es durísimo. Son personas que han visto sus casas destrozadas, que han visto a sus familiares morir, que han visto cómo su ciudad estaba desapareciendo y toda su vida con ella”, dice Pascale.
Su misión, entonces, consiste en hacer evaluaciones psicosociales, preparar actividades, detectar quiénes necesitan consultas individuales y actuar de inmediato con los psicólogos y psicólogas del equipo.
Pascale habla sobre el impacto que la guerra tiene en el personal médico.
No obstante, ese o y trabajo con la gente ha causado un impacto importante en Pascale. Pese a que es poco el tiempo que lleva en Ucrania, durante este mes ha conocido de primera mano cientos de relatos de ciudadanos, y hasta de sus propios compañeros de trabajo, que narran cómo perdieron a sus familiares o cómo el conflicto terminó por convertirlos en uno más de tantos desplazados internos a nivel mundial.
“Uno de mis compañeros es muy joven. Hace bien poco perdió a su padre, hace unas pocas semanas en estas circunstancias de la guerra, y le está afectando mucho. En nuestro trabajo diario lo tenemos que tomar en cuenta también, porque las personas que están ayudando también fueron afectadas por el conflicto”, narra.
Lo cierto es que tras 12 meses de conflicto, y ante los pocos visos de que la guerra llegue pronto a su final, la labor de las asociaciones en terreno no se detiene. Pascale, por ejemplo, planea estar tres meses en territorio ucraniano, pero sabe que su trabajo podría prolongarse de acuerdo al curso que tome una despiada guerra que ya suma miles de muertos y millones de desplazados.