Mark Carney llega al poder en Canadá con inédita tensión con EE. UU.: ¿qué tan lejos llegarán amenazas de anexión?

Cercanos geográfica y culturalmente, acérrimos aliados en todas las guerras de la edad moderna y principales socios comerciales con flujos superiores a los 3.600 millones de dólares diarios, Washington y Ottawa manejaban una relación bilateral sin mayores sobresaltos que se destacaba más por sus puntos en común que por sus diferencias.

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Pero, el anuncio de la imposición unilateral de aranceles comerciales y los coqueteos del presidente Trump con una supuesta anexión de Canadá para convertirlo en el estado número 51 de Estados Unidos, han llevado a la relación a uno de sus puntos más bajos de toda la historia.

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De hecho, en Canadá viene creciendo un sentimiento antiestadounidense nunca antes visto. El himno nacional de Estados Unidos es constantemente abucheado en los eventos deportivos que comparten como la liga de baloncesto y de hockey, los productos hechos en Estados Unidos están siendo retirados de las estanterías, y en el comercio y las casas son comunes ver pancartas con lemas como: “Canadá no está en venta”, “Abajo Trump” y otros eslóganes aún más desafiantes.

“Siempre había visto a Estados Unidos como un país hermano. Tengo grandes amigos allí. Pero, ahora veo que no hay tal. No tengo la mejor intención de volver a ese país en lo que me resta de vida”, le dijo a EL TIEMPO Misha Fowler, una mujer canadiense oriunda de Ontario que decidió recientemente devolverse a su país.

Fowler, en cierto sentido, es un epítome de lo estrecho que solía ser el nexo entre ambos países.

Jubilada desde hace algunos años, tenía como costumbre pasar los meses del invierno en Estados Unidos para “escampar” el frío. Como ella son miles los que integran el grupo al que se conoce como snowbirds o pájaros de nieve y que suelen vivir temporalmente en el país durante algunos meses.

Sin embargo, esta semana, el Departamento para la Seguridad Interna (DHS) anunció que trabaja en un memorando que obligaría a todas las personas que atraviesen la frontera terrestre -los canadienses no necesitan visa a Estados Unidos- a registrarse con las autoridades si piensan permanecer más de 30 días en el país.

Aunque la tensión había bajado un poco luego de que Trump congeló por un mes los aranceles del 25 por ciento a todas las importaciones canadienses (excluyó solo aquellas cobijadas por el acuerdo comercial que firmaron hace cinco años), los ánimos volvieron a caldearse el martes cuando las autoridades en la provincia de Ontario anunciaron sus propios aranceles al suministro de energía para tres estados de Estados Unidos en represalia por las tarifas al aluminio y acero previstas por Trump y que entraron en vigor este miércoles.

El presidente republicano respondió amenazando con elevarlas al 50 por ciento (estaban en un 25 por ciento), pero terminó retrocediendo luego de que Ontario postergó las propias. Eso sí, no sin antes echar más leña al fuego.

“Lo único lógico es que Canadá se convierta en nuestro querido quincuagésimo Estado. Esto haría que todos los aranceles, y todo lo demás, desaparecieran por completo. Los impuestos canadienses se reducirían sustancialmente, estarían más seguros que nunca, tanto militarmente como de otras maneras, y ya no habría problemas en la Frontera Norte”, dijo Trump a través de redes sociales.

Aunque sin usar el término directamente, el mandatario sugirió una anexión al mencionar que se eliminaría “la línea artificial” que hoy los divide.

“La línea artificial de separación trazada hace muchos años finalmente desaparecerá. Oh, Canadá, el himno nacional, seguirá sonando, pero ahora representando a un GRAN y PODEROSO ESTADO dentro de la nación más grandiosa que el mundo haya visto”, continuó el presidente.

En general, entre los entendidos, la obsesión de Trump con la anexión de Canadá es visto como una broma que busca irritarlos o, simplemente, una fanfarronería para obtener concesiones en materia comercial y otras formas de integración económica.

Una estrategia que ha venido usando en muchos otros frentes y con otros países.

De hecho, todos coinciden en que, entre las ambiciones territoriales y expansionistas de Trump, que incluyen la anexión de Groenlandia y la recuperación del Canal de Panamá, lo de Canadá es lo más delirante.

Pero, tanto los políticos como el público en general canadiense se lo están tomando muy en serio.

Recientemente, el ahora ex primer ministro canadiense Justin Trudeau lo expuso en términos muy claros cuando dijo que la justificación que usaba Trump para imponer aranceles -el tráfico de fentanilo y migrantes indocumentados- eran solo una excusa falsa para su fin.

“Lo que quiere es ver un colapso total de la economía canadiense, porque eso facilitaría su anexión”, dijo Trudeau.

Y este domingo, durante su discurso de despedida y antes de entregar el poder al también liberal Mark Carney, el mandatario equiparó el actual momento como uno existencial y decisivo para el futuro de la nación.

“La democracia -dijo- no se da como un hecho. La libertad no se da como un hecho. Canadá no se da como un hecho. Nada de esto sucede por casualidad. Nada de esto continuará sin esfuerzo”.

Aunque las palabras de Trudeau sonaron alarmistas -y convenientes, pues la oposición a Trump está fortaleciendo a su partido liberal- también tenían un firme sustento.

A lo largo de las conversaciones que han tenido ambos países en el último mes en torno a los aranceles y el tema de los migrantes y el fentanilo, Trump y sus secretarios han ventilado toda una lista de quejas sobre la relación comercial con Canadá.

Entre ellas, las protecciones a la industria de los lácteos, las dificultades que enfrentan los bancos de Estados Unidos para operar en Canadá y el impuesto o IVA que cobra este país y que, según Trump, hace más caros los productos nacionales.

Aunque todos esos temas ya habían sido negociados durante el último acuerdo comercial que firmó el propio Trump en el 2019, el gobierno se mostró dispuesto a revisarlos en el marco de nuevas negociaciones desprovistas del garrote de los aranceles.

Pero, lo que realmente preocupó fueron los otros temas elevados por Trump, muchos de ellos neurálgicos.

El mandatario le dijo a Trudeau, por ejemplo, que no consideraba válido el tratado de 1908 que delimitó las fronteras entre ambos países y que, por lo tanto, era un tema que debía estar sobre la mesa.

Asimismo, también se mencionó la posibilidad de revisar el reparto de lagos y ríos que comparten ambas naciones y que está regulado por otros tratados.

También, de acuerdo un reporte del diario Financial Times, se les amenazó con excluirlos de un crucial acuerdo que permite compartir inteligencia sobre seguridad nacional entre 5 países (con Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) y de una revisión integral de toda la cooperación militar entre ambos países y en particular sobre el Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte.

Los ortodoxos en el manejo de las relaciones internacionales creen que Trump está utilizando esas amenazas para que Canadá acepte sus términos en una futura negociación comercial que sea más beneficiosa para Estados Unidos.

Parecido a lo que le hizo a Ucrania, con la suspensión de la ayuda militar y de inteligencia para que aceptaran el cese al fuego de 30 días anunciado esta semana, o la presión contra Panamá, que condujo al abandono de la iniciativa china de la Franja y Ruta y la transferencia del control de varios puertos que venían manejando compañías de este país.

Pero la insistencia de Trump en los temas que conciernen a líneas territoriales y el manejo de los recursos hídricos, sumado al estrangulamiento comercial, le ha hecho pensar a otros que en el fondo la estrategia sí es debilitar a Canadá para apropiarse de recursos y allanar el camino para una anexión voluntaria.

Carney, en su discurso de aceptación este domingo, fue enfático en que eso jamás sucederá. Y es lo más probable. Lo que sí está en duda es el futuro de esta alianza entre dos países que eran “hermanos” hasta hace muy poco.

“La mayoría de los canadienses está viendo esto como un asalto a su economía y su soberanía, que están despertando el nacionalismo. Incluso si todo termina siendo una estrategia para negociar, el daño tendrá efectos muy profundos en la relación”, dice el profesor Roland Paris, experto en Estados Unidos y Norteamérica en Chatham House.

Según Paris, si bien Estados Unidos y Canadá siempre han tenido disputas comerciales en temas más bien triviales, "los canadienses por lo general han asumido que Washington nunca intentaría perjudicarlo de una manera deliberada. Esta suposición ha muerto".

De acuerdo con el profesor, aunque las cosas podrían regresar a la normalidad una vez Trump salga de la Casa Blanca en cuatro años, la lección para los canadienses -tanto del mundo político como el empresarial- es que deben hacer grandes esfuerzos para “destetarse” de Washington y reducir su vulnerabilidad.

SERGIO GÓMEZ MASERI

Corresponsal de EL TIEMPO

Washington

@sergom68