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'Vigilia', la poderosa novela de Daniella Sánchez Russo
La escritora barranquillera Daniella Sánchez Russo estará presente en el Hay Festival de Cartagena.
Daniella Sánchez Russo tendrá una charla en la Feria del Libro de Bogotá, el 27 de abril a las 5 p.m. Foto: David Naranjo
En 'Vigilia', la extraordinaria primera novela de la escritora y académica barranquillera Daniella Sánchez Russo, conocemos a la protagonista, Irene, en dos tiempos: cuando tiene 14 años y hace las veces de madre o cuidadora de su hermano menor, Federico, al tiempo que los dos son cuidados por Luzmila, “la negra”, empleada doméstica de la casa en la que viven –una casa grande, con piscina, en un estrato alto de Barranquilla–; y cuando ya es una mujer adulta, madre de mellizos y está casada con Tomás –juntos forman una familia tambaleante que vive en la misma casa grande con piscina, esa casa original de Irene, llena de lujos, espacio donde, años después, sigue trabajando Luzmila–.
En ambos tiempos, el padre y la madre de Irene son presencias a la vez fugaces y omnipresentes, y todos son personajes inevitablemente atrapados en los nudos afectivos, políticos e históricos que la novela explora brillantemente.
Tres elementos de la vida psíquica de Irene dan pie para introducir y revisar dichos nudos:
1. Un sueño recurrente que tiene, que se desarrolla en una casa sin puertas ni ventanas, “un hogar lo suficientemente amplio como para albergar tres generaciones”, y en donde corre, adentro, un aire tan espeso que “casi tenía la certeza de que cualquier organismo que ingresara terminaría por petrificarse”. La recurrencia del sueño la lleva a concluir que, “de desear compañía, un nuevo cuerpo que me acompañara, este tendría que gestarse en el espacio doméstico”.
2. El fastidio (y mirada ferozmente crítica) que le provoca Barranquilla, ciudad con un “linaje interminable, y que no se forma a partir de híbridos, sino que, más bien, se repite; se repite; se repite”.
3. Su insistencia en dar vueltas sobre “un pasado que intenta modelar el presente, a la espera de que caiga dos veces sobre la misma tierra”.
Lo importante era encajar, hacer el sistema seguir, tal y como si fuéramos un material más con que se construyen las casas de los estratos altos
La obra, así, indaga en tres formas de claustrofobia: la provocada por la casa familiar (el nudo afectivo, que también es, claro, un nudo político e histórico); la provocada por el orden dominante de la ciudad natal (el nudo político, que también es, claro, un nudo afectivo e histórico); y la provocada por un tiempo que parece congelado y que, en apariencia, siempre se va a repetir (el nudo histórico, que también es, claro, un nudo político y afectivo). Leemos: “Tomás y yo no hicimos nada por labrar un camino propio, en parte (en grandísima parte) porque nos acomodamos a ciertos lujos (…) Lo importante era encajar, hacer el sistema seguir, tal y como si fuéramos un material más con que se construyen las casas de los estratos altos”. Y también: “Si hay algo que no se revela en este momento es un sentido de futuridad. Y si hay algo que se muestra cristalino es un pasado que pide ingreso y que, en las noches de vigilia, con algo de anhelo, escribo”.
Esa sensación de inmovilidad y condena –de no futuro–, sin embargo, empieza a agrietarse en Vigilia, a perder su carácter de inevitabilidad, a medida que Irene ahonda más y más en sus orígenes, una interrogación que la va acercando más y más a Luzmila. La intensidad de ese nuevo acercamiento va quebrando la verticalidad de la relación empleada-patrona (antes niñera-niña) para ir dando lugar, poco a poco, a un lazo político teñido de futuro. Sánchez Russo escribe: “Mamá dice que el origen es esta casa, pero no termino de creerlo. ¿El origen sería capaz de entronarse en contra del cuarto de la negra e irlo replegando?”.
Esa resistencia a reducir su origen a la casa de la infancia da paso en la novela, como expresa el sociólogo francés Didier Eribon en su libro 'Principios de un pensamiento crítico', a “una exploración sistemática del inconsciente social tal como lo estructuran, entre otras cosas, las pertenencias de clase” y el sistema escolar. Eribon escribe: “¿Dónde y cuándo comienza la autobiografía? ¿A qué momento del tiempo hay que remontarse? ¿En qué territorio hay que fijar ese comienzo? ¿Dónde y cuándo comienza yo?”. Son preguntas que suscita la lectura de 'Vigilia' y que parecen haber teñido la búsqueda política y estética de Sánchez Russo.
Importante, también, destacar el trabajo que la autora lleva a cabo con el agua y con el fuego, elementos que, si bien son naturaleza, no aparecen como paisaje, mucho menos deshistorizados. Sobre el agua –los arroyos y el río Magdalena– leemos: “El sistema de la ciudad precisa, para sobrevivir, obstáculos, anomalías, deformaciones que ensalcen su normativa, haciendo que esta se introduzca pasiva y crezca monstruosa sobre seres que se piensan comunes. Hagamos –dicen–, hagamos canaletas para que el agua pase discretamente hasta el río. Hagamos canaletas, pero hagámoslas mal para que otras calles se inunden, porque de lo contrario aniquilaríamos nuestra esencia”. Y sobre el fuego –una serie de quemas que están ocurriendo en las periferias de Barranquilla–: “Contesté lo que se dice con respecto a los incendios: que nadie sabe a ciencia cierta por qué suceden; que las respuestas varían dependiendo de quién conteste, que mientras algunos sostienen que la tierra es quemada por desplazados que provienen de cualquier parte del Caribe, con el propósito de que ningún poderoso se asiente, otros aseguran que el problema comenzó con la expansión portuaria, que, cambiando los flujos del agua, cambió también la irrigación de los suelos”. De esa manera, al igual que el sistema social de la ciudad, que se replica en el interior de la casa de Irene, en 'Vigilia' la naturaleza es una realidad que llega “históricamente”, para seguir con Eribon, y que, al imponerse como una historia política, trae consigo la posibilidad de su transformación. El pasado, es decir, no tiene que caer dos veces sobre la misma tierra. Y el futuro puede llegar, y llegar otra vez.
Escrituralmente, la novela es poderosa y sabia. Más allá de los sueños mencionados explícitamente –recordados y pensados con lucidez en la vigilia–, la condensación poética y los desplazamientos permanentes en la obra (me refiero a los desplazamientos de los tiempos en los que ocurre la historia, pero también a los de los personajes, que a veces ocupan el lugar de unos u otros) le dan un aire onírico al tiempo que realista. Así mismo, y a través de distintas microhistorias, a ese gran cauce onírico-realista van entrando otras lenguas (una científica, una académica e historicista, otra de periodismo judicial, también una psicologista) como si fueran ríos desembocando en el mar interno de la protagonista, o más bien, arroyos que llegan a su río interior. Un proyecto estético realmente inspirador.
GIUSEPPE CAPUTO
Daniella Sánchez Russo estará en el Hay Festival de Cartagena. Una de sus charlas será el jueves 26 de enero, a las 12 m., en la Universidad de Cartagena.