Olga de Amaral: ¿Quién es la artista colombiana por la que se pelean en los principales museos del mundo?

“Vamos a enviar el tapiz de la Fundación Santa Fe”, me dice Diego Amaral, “no sé cuánto mide”. Su cabeza es un hervidero porque su mamá, la inmensa Olga de Amaral, cumple 92 años (nació el 14 de junio de 1932) y la Fundación Cartier –uno de los lugares más sofisticados del arte contemporáneo– inaugura su muestra individual el próximo 12 de octubre en París. "El tapiz", me dice luego, "está dividido en seis módulos y mide 7 x 8 metros". Y todo el que haya pasado por la Santa Fe lo ha disfrutado en una sala de espera.

La Fundación Cartier, en su página oficial, celebra que será la exposición más ambiciosa hasta la fecha de Olga de Amaral en Europa. Tendrá aproximadamente entre 80 y 90 piezas para 1500 metros cuadrados en uno de los edificios más espectaculares –con sus emblemáticas fachadas de vidrio– de Montparnasse.

Sin embargo, la obra de Olga de Amaral no es tan conocida como la de Fernando Botero y su nombre ni siquiera es tan sonoro o tan popular como el de otros gigantes de arte colombiano. Siempre fue una rara avis en el medio; pero su obra –sin necesidad de hacer mucho ruido– parece estar en todas partes. La bandera tejida del Palacio de Nariño –desde tiempos de Belisario Betancur– ha acompañado a todos los presidentes. 

En 2021 el Museo de Bellas Artes de Houston le rindió homenaje con la retrospectiva más ambiciosa que se le ha hecho hasta la fecha. El Metropolitan Museum de Nueva York la incluyó en su ambiciosa muestra Weaving Abstraction in Ancient and Modern Art con tres piezas, también le rindió un homenaje en 2021 y desde hace varios años está en la exposición de la colección permanente del MoMA.

El mercado tampoco es indiferente con su obra: en mayo de este año, la casa de subastas Sotheby’s, vendió una de sus piezas por 698.500 dólares y en 2022 Christie’s una por US$ 428.000. Sus precios en subasta no bajan de 100.000 dólares. Solo Fernando Botero y María Berrío –dentro del lote de artistas colombianos– está por encima de ella. En un top 5 comparten el podio Óscar Murillo y Doris Salcedo.

La Galería Duque Arango de Medellín (Carrera 37 no. 10ª-34) –en una feliz coincidencia con su cumpleaños– inauguró hace poco una ambiciosa exposición en la que recopilaron una docena de obras propias, y en colaboración con varios coleccionistas locales, lograron una potente muestra que en un par de meses también estará en Bogotá en Casa MaS. Y realmente es deslumbrante.

La obra de Olga de Amaral se basa en los textiles y los tejidos, pero en medio de sus búsquedas, llegó al oro. Y ver sus inmensos tejidos dorados es una experiencia sobrecogedora. Olga mezcla las tradiciones indígenas del tejido con el dorado de la Colonia; hay algo espiritual y profundo en cada una de sus piezas que está más allá de la religión. Una de las exposiciones más reveladoras que he visto en mi vida fue hace muchos en el Museo La Tertulia de Cali en la sala alterna: eran 7 o 9 tapetes de oro, con la sala a oscuras, que simplemente cortaban el aliento.

Su obra no resiste demasiado las palabras. Es una obra para contemplar y –como dice la crítica Twylene Moyer en el libro dedicado a su obra– “para entender verdaderamente su trabajo necesitamos ir más allá de la palabra escrita o hablada, aceptar que algunas ideas visuales no pueden reproducirse completamente por medio del lenguaje”.

Porque su obra genera asombro, cada pieza necesita años de trabajo minucioso, son piezas de una delicadeza exagerada y con un efecto visual impactante, es imposible no quedarse en total quietud ante cada obra. En Duque Arango hay una pieza que puede ser un río o el cuerpo de una serpiente por el bosque; hay varios soles de oro o juegos cromáticos como la Grieta azul. “No es extraño, por consiguiente, que el término ‘sublime’ se haya utilizado frecuentemente en relación con sus trabajos”, escribió Eduardo Serrano en un texto para EL TIEMPO, “y más aún si se considera que a pesar de su silencio y serenidad, sus obras se proponen agitar y mover el espíritu”.

Olga, por su lado, siempre ha sido alérgica a la vida social; nunca le ha importado su lugar en el mundo de las artes, en una entrevista con la Revista BOCAS, hace cinco años, lanzó una frase que la resume: “creo que todavía sienten que lo que yo hago no importa, me ven como una tejedora. Entonces he sido muy libre de trabajar porque no tengo ningún tipo de presión y porque lo que me ha motivado a seguir es el amor por lo que hago”.

Olga lleva toda una vida casada con Jim Amaral, un gran artista estadounidense que conoció cuando eran jovencitos en los Estados Unidos –Olga estudió tejido en Cranbrook en 1954– y solo se separaron cuando él tuvo que prestar servicio militar en Filipinas. Jim, el año pasado, tuvo una de las exposiciones más visitadas de Bogotá, organizada por el Mambo, en la Torre Atrio. 

Y seguramente ya tienen todo listo para celebrar en París.

DIRECTOR DE REVISTA BOCAS Y LECTURAS