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María Ressa: ‘Cómo luchar contra un dictador’
La periodista filipina, Nobel de Paz 2021, vendrá al Hay Festival. Este es un fragmento de su libro.
Una de sus charlas en Cartagena será el viernes 27 de enero, en el Centro de Convenciones. Foto: Cortesía Hay Festival
Desde que en marzo de 2020 se inició el confinamiento por la pandemia, me he notado más sensible de lo que me había permitido estar nunca. Me doy cuenta de que siento una ira contenida ante una injusticia que no tengo más remedio que aceptar. Eso es lo que han conseguido seis años de ataques del Gobierno en mi contra.
Podría ir a la cárcel; el resto de mi vida o, como me dice mi abogado, más de cien años. Por unas acusaciones que, para empezar, nunca deberían haber llegado a un tribunal de justicia. La quiebra del Estado de derecho es global, pero, en mi caso, se ha convertido en algo personal. En menos de dos años, el Gobierno filipino ha emitido 10 órdenes de detención en mi contra.
También podría ser blanco de violencia. ¿Sería tan tonta la Policía, mi Gobierno, para ir a por mí? La verdad es que sí. La Comisión para los Derechos Humanos de Filipinas calcula que en los tres primeros años de presidencia de Rodrigo Duterte, entre 2016 y 20181, fueron asesinadas 27.000 personas en su brutal guerra contra la droga. ¿Es eso cierto? Quién sabe. Las estadísticas son la primera baja de la batalla por la verdad que se libra en mi país. Yo, en 2018, empecé a llevar chaleco antibalas por la calle.
Portada de su libro, publicado por Planera. Foto:Archivo particular
La violencia online es violencia del mundo real. Eso es algo que, en todo el mundo, han demostrado múltiples investigaciones y numerosos acontecimientos trágicos. A mí se me señala diariamente en internet, junto a otros miles de periodistas, activistas, líderes de la oposición y ciudadanos que, aquí y en todo el mundo, ni siquiera lo sospechan.
Y sin embargo, cuando me levanto y miro por la ventana, me siento con energía. Tengo esperanza. Veo las posibilidades, entiendo que, a pesar de la oscuridad, esta también es una época en la que podemos reconstruir nuestras sociedades. Empezando por lo que tenemos delante. Por nuestra área de influencia.
El mundo que hemos conocido ha quedado diezmado. Ahora toca decidir qué queremos crear.
***
Me llamo Maria Ressa. Ejerzo el periodismo desde hace más de 36 años. Nací en Filipinas. Me crie y estudié en Nueva Jersey, y regresé a mi país a finales de la década de 1980, al terminar la universidad. Mi carrera profesional se ha desarrollado en la CNN, donde creé y dirigí dos delegaciones en el Sudeste Asiático en los años noventa. Aquellos eran los días de gloria de la CNN, y una época embriagadora para los periodistas especializados en información internacional. Desde mi atalaya del Sudeste Asiático fui testigo de acontecimientos dramáticos que en muchas ocasiones eran el preludio de lo que ocurriría en todo el mundo: el surgimiento de movimientos democráticos en las antiguas colonias, el auge aterrador del terrorismo islamista mucho antes del 11-S, una nueva clase de hombres fuertes democráticamente elegidos que convertirían sus países en «casi dictaduras» y la extraordinaria promesa y el inmenso poder de unas redes sociales que no tardarían en jugar un papel fundamental en la destrucción de todo aquello que me es querido.
En 2012 cofundé Rappler, un sitio web de noticias exclusivamente digitales en Filipinas. Mi pretensión era mejorar el nivel del periodismo de investigación en mi país, que impulsara a las plataformas de las redes sociales a construir comunidades de acción para lograr una mejor gobernanza y unas democracias más fuertes. En esa época, yo era la más sincera creyente en el poder de las redes sociales para hacer el bien en el mundo. Recurriendo a Facebook y a otras plataformas, pudimos divulgar noticias a través de convocatorias abiertas, obtener fuentes y datos destacados, impulsar acciones colectivas para frenar el cambio climático y contribuir al aumento de los conocimientos de los votantes, así como a su participación en nuestras elecciones. Obtuvimos un éxito rápido, pero cuando Rappler tenía cinco años de vida ya habíamos pasado de ser ensalzados por nuestras ideas a convertirnos en blanco de nuestro Gobierno. Y todo porque seguíamos haciendo nuestro trabajo como periodistas: contar la verdad y exigir responsabilidades al poder.
2021 fue el sexto año consecutivo en que los filipinos fueron los ciudadanos del mundo que más tiempo pasaron en internet y las redes sociales.
En Rappler, no solo desenmascarábamos la corrupción de los gobiernos, sino también, cada vez más, la de empresas tecnológicas que ya dominaban nuestras vidas. A partir de 2016, empezamos a poner en evidencia la impunidad en dos frentes: la guerra contra la droga del presidente Rodrigo Duterte y el Facebook de Mark Zuckerberg.
Permítanme que les cuente por qué el resto del mundo debe fijarse con atención en lo que sucede en Filipinas. 2021 fue el sexto año consecutivo en que los filipinos fueron los ciudadanos del mundo que más tiempo pasaron en internet y las redes sociales. A pesar de la escasa velocidad de conexión, los filipinos son los que han subido y se han descargado más videos en YouTube desde 2013. Cuatro años después, el 97 por ciento de los habitantes del país están en Facebook. Cuando compartí esos datos con Mark Zuckerberg durante una conferencia celebrada en 2017, él permaneció unos instantes en silencio. «Un momento, María —replicó al fin, mirándome fijamente—. ¿Y dónde está el otro tres por ciento?».
En ese momento, me reí de su agudo comentario.
Pero ya no me río.
Como muestran estas cifras, Filipinas es la Zona Cero de los terribles efectos que las redes sociales pueden causar en las instituciones de un país, en su cultura y en las mentes de sus habitantes. Y todos los acontecimientos que se dan en mi país acaban ocurriendo en el resto del mundo; si no mañana, en el plazo de uno o dos años. Ya en 2015 se publicaron artículos sobre «granjas de cuentas» que se dedicaban a crear cuentas de redes sociales con verificación telefónica (o PVA, por sus siglas en inglés) desde Filipinas. Ese mismo año, otro informe reveló que la mayoría de los likes que Donald Trump tenía en Facebook provenían del exterior de Estados Unidos, y que uno de cada 27 seguidores de Trump era de Filipinas.
Hay días en que me siento como una mezcla de Sísifo y Casandra, intentando reiteradamente advertir al mundo de que las redes sociales han destruido nuestra realidad compartida, el lugar en que se da la democracia.
Este libro constituye mi intento de demostrar que la ausencia de Estado de derecho en el mundo virtual resulta devastadora. Vivimos en una sola realidad, y la destrucción del Estado de derecho a nivel global se ha desencadenado por la falta de una visión democrática para internet en el siglo xxi. La impunidad online ha conducido de manera natural a la impunidad fuera de internet, destruyendo el sistema de controles y equilibrios existente. Lo que yo he presenciado y documentado en la última década es el crecimiento de un poder tecnológico de apariencia divina que ha permitido que un virus de mentiras nos infecte a todos, que nos arroja los unos contra los otros y que potencia, e incluso crea, nuestros temores, iras y odios y acelera el surgimiento de dirigentes autoritarios y dictadores en todo el mundo.
He empezado a llamarlo «asesinato lento de la democracia desangrada por mil cortes». Las mismas plataformas que nos proporcionan las noticias que necesitamos se muestran sesgadas en contra de los hechos. Ya en 2018 había estudios que demostraban que las mentiras, combinadas con indignación y odio, se propagan más deprisa y llegan más lejos que los hechos. Sin hechos es imposible llegar a la verdad. Sin verdad no puede haber confianza. Y sin esas tres cosas dejamos de contar con una realidad compartida, y muere la democracia tal como la conocemos (y todos los logros importantes de la humanidad).
Debemos actuar antes de que suceda. Eso es lo que expongo en este libro, que es una exploración de los valores y principios no solo del periodismo y la tecnología, sino también de las acciones colectivas que hacen falta para ganar la batalla de los hechos. Este viaje de descubrimiento es intensamente personal. Por eso en cada capítulo aparece «un micro y un macro»: una lección personal y una panorámica más general. El lector encontrará las ideas sencillas a las que me aferro y que, con el tiempo, se han convertido en decisiones instintivas pero pensadas, acumulando experiencias hasta el momento presente del pasado.
***
En 2021 fui una de los dos periodistas galardonados con el Premio Nobel de la Paz. La última vez que se le había concedido a un periodista había sido en 1935. El ganador, un reportero alemán llamado Carl von Ossietzky, no pudo recogerlo porque se encontraba encerrado en un campo de concentración nazi. Al concedernos la distinción a Dmitri Murátov, de Rusia, y a mí, el comité de los premios señaló que el mundo se encuentra hoy en un momento histórico similar, en otra encrucijada para la democracia. En mi discurso de aceptación5 dije que una bomba atómica invisible había estallado en nuestro ecosistema informativo, que las plataformas tecnológicas proporcionan al poder geopolítico la manera de manipularnos a todos y a cada uno de nosotros individualmente.
Apenas cuatro meses después de la ceremonia de los premios Nobel, Rusia invadía Ucrania y lo justificaba recurriendo a unos metarrelatos que había ido sembrando a través de propaganda online6 desde 2014, año en el que Putin invadió Crimea, la separó de Ucrania y se la anexionó, tras lo que instaló un gobierno títere. ¿La táctica? Suprimir la información y reemplazarla por mentiras. Al atacar los hechos de manera perversa con su ejército digital barato, los rusos destruyeron la verdad y sustituyeron el relato silenciado con el suyo propio —en la práctica, que Crimea había accedido a someterse al control ruso voluntariamente—. Los rusos crearon cuentas falsas, desarrollaron ejércitos de bots y exploraron las vulnerabilidades de las redes sociales para engañar a personas reales. En el caso de las plataformas de propiedad estadounidense, los nuevos guardianes de la información mundial, esas actividades generaban más seguimiento y les reportaban más dinero. Así, las metas de los guardianes y de los agentes de la desinformación convergían.
Esa fue la primera vez que descubrimos unas tácticas de guerra de la información que no tardarían en desplegarse por todo el mundo, desde Duterte hasta el Brexit, pasando por Cataluña y por la campaña Stop the Steal. Y ocho años después, el 24 de febrero de 2022, recurriendo a esas mismas técnicas y a esos mismos metarrelatos esparcidos para anexionarse Crimea, Putin volvió a la carga e invadió la propia Ucrania. Así es como la desinformación, de abajo arriba y de arriba abajo, consigue fabricar una realidad totalmente nueva.
Menos de tres meses después, Filipinas se precipitaba al abismo. El 9 de mayo de 2022 se celebraron unas elecciones en las que mi país votó al sucesor de Duterte. Aunque se presentaban 10 candidatos, solo dos de ellos tenían posibilidades: la líder de la oposición y vicepresidenta Leni Robredo, y Ferdinand Marcos Jr.: el único hijo y tocayo del dictador Marcos, el que declaró la ley marcial en 1972 y permaneció en el poder durante casi 21 años. Primero entre los cleptócratas, Marcos fue acusado de robar 10.000 millones de dólares a su pueblo antes de ser expulsado del poder en la revuelta popular de 1986, conocida como People Power.
Esa noche, Marcos Jr. se puso enseguida por delante en las encuestas y ya no perdió la ventaja. A las 20:37, con el 46 por ciento de los sufragios escrutados, Marcos tenía 15,3 millones de votos y Robredo, 7,3 millones. A las 20:53, con el 53 por ciento del escrutinio completado, marcos contaba con el apoyo de 17,5 millones de votos y Robredo con 8,3 millones. A las 21:00, con el 57,76 por ciento del escrutinio completado, Marcos tenía 18,98 millones de votos y Robredo, 8,98 millones.
«Así acaba la cosa», me dije a mí misma esa noche. Esas elecciones se revelaban como un escaparate del impacto de la desinformación y de las operaciones de información continua en las redes sociales, que entre 2014 y 2022 había hecho pasar a Marcos de paria a héroe. Aquellas redes de desinformación no procedían solamente de Filipinas, sino que incluían también algunas de alcance internacional, como una china que Facebook suprimió en 20208. Todas ellas contribuyeron a alterar la historia delante mismo de nuestras narices.
Desde mi discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz de finales de 2021, he manifestado repetidamente que el candidato que ganara determinaría no solo nuestro futuro, sino también nuestro pasado. Unas elecciones no pueden ser íntegras si no lo son los hechos.
Los hechos perdieron. La historia perdió. Marcos ganó.
***
Comparada con otros que deben vivir escondidos o exiliados, o que se encuentran en la cárcel, soy afortunada. La única defensa con la que cuenta un periodista es la luz de la verdad, la exposición de la mentira; y eso es algo que yo todavía puedo hacer. Otros muchos son perseguidos, en las sombras, sin visibilidad ni apoyos, y sometidos a unos gobiernos que redoblan su impunidad. Su cómplice es la tecnología, el silencioso holocausto nuclear que ha estallado en nuestro ecosistema informativo. Debemos tratar sus consecuencias como hizo el mundo tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial: creando instituciones y acuerdos, como la OTAN, Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy necesitamos nuevas instituciones globales y una renovación de los valores que consideramos importantes.
En este momento nos alzamos sobre las ruinas del mundo que fue, y debemos contar con la visión y la valentía para imaginar y crear el mundo tal como debería ser: un mundo más compasivo, igualitario y sostenible. Un mundo libre de fascistas y tiranos.
El que expongo aquí es el viaje que he emprendido para intentarlo, pero también tiene que ver ustedes, queridos lectores.
La democracia es frágil. Deben luchar para no perder ni un pedazo, ni una ley, ni una defensa, ni una institución, ni un relato. Saben lo peligroso que resulta sufrir incluso el más insignificante de los cortes. Por eso les digo a todos: debemos mantenernos firmes.
Y eso es lo que muchos occidentales, que dan por hecha la democracia, deben aprender de nosotros. Este libro es para cualquiera que dé por descontada la democracia, y está escrito por alguien que nunca la daría por sentada.
Lo que hagamos tiene importancia en este momento presente del pasado, en que la memoria puede alterarse tan fácilmente. Por favor, hagámonos la misma pregunta que mi equipo y yo nos hacemos todos los días:
¿Qué están dispuestos a sacrificar ustedes por la verdad?
*Prefacio de su libro 'Cómo luchar contra un dictador', publicado por Planeta.