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La tormenta que persigue a Sanna Marin, primera ministra de Finlandia
Marin afronta el peor momento de su mandato, tras filtrarse videos de sus fiestas privadas.
Marin, que llegó al más alto cargo de su país con 34 años, está en el ojo de la controversia y la oposición la confronta. Foto: AFP
Era diciembre de 2019 y Marin acababa de cumplir 34 años. En ese momento se desempeñaba como ministra de Transporte y Comunicaciones del gobierno que estaba al mando del socialdemócrata Antti Rinne. Experimentado político y sindicalista, Rinne se encontraba entre la espada y la pared por causa del mal manejo que le había dado a una huelga del servicio público postal. Con pocos meses en el cargo de primer ministro, no le quedaba más opción que renunciar. La coalición que lo había llevado al poder giró los ojos hacia la joven ministra –que ya había demostrado su arrojo político– y la eligió en su reemplazo.
Marin se posesionó y, tal como ella misma había anunciado, su rol de jefe de gobierno no la hizo cambiar su carácter de siempre. No se fue a vivir a la residencia oficial, mantuvo su casa en la ciudad intermedia donde tenía su hogar con su pareja y su hija recién nacida; siguió yendo a pie a hacer las compras, y claro: continuó asistiendo a fiestas con sus amigos. Algo que la ha hecho pasar, en las últimas dos semanas, uno de los momentos más críticos de su mandato.
Todo empezó con el video que se filtró el miércoles 17 de agosto en el que Marin aparece bailando y cantando abrazada a unos amigos –varios de ellos reconocidos influencers de su país–. Celebran y sonríen de frente a la cámara. Una fiesta como cualquier otra, en realidad, solo que ahí estaba la primera ministra de Finlandia.
El escándalo se desató. Las imágenes rodaron por las redes no solo de su país, sino del mundo. Marin explicó que se trataba de una fiesta privada, pero al final –presionada por las voces de la oposición– se vio obligada a hacerse un test para confirmar que esa noche no había consumido drogas. El análisis salió negativo. Sin embargo, cuando las aguas ya se estaban calmando, apareció una foto: una imagen expuesta en TikTok en la que dos mujeres, con el torso semidesnudo, se besan y tienen en sus manos un letrero que dice: Finland. Esta vez el escenario de la fiesta no era una casa de amigos, sino Kesäranta, la residencia oficial de los jefes de gobierno.
En una rueda de prensa llevada a cabo en medio del congreso de verano que venía realizando su partido, el Socialdemócrata, Marin se disculpó. Aceptó que la foto no era apropiada, confesó que le parecía vergonzoso tener que contar que a veces se tomaba algunas cervezas, y dijo, casi entre lágrimas:
–Soy humana. A veces echo de menos la alegría, la luz y la diversión en medio de los nubarrones.
No era la primera vez, sin embargo, que “la primera ministramás cool del mundo” (como la han definido en la prensa extranjera) debía salir a dar explicaciones.
En el video filtrado, Sanna Marin baila y celebra junto con un grupo de amigos. Foto:Captura del video - Twitter
¿Me preguntas si siento que tengo padre?
Sanna Marin nació en Helsinki, en noviembre de 1985. Cuando aún era muy niña, su familia se trasladó al municipio de Pirkkala y finalmente se asentó en Tampere, la tercera ciudad del país en número de habitantes. Sus padres no tardaron mucho en divorciarse. El alcoholismo de Lauri, su padre, condujo la relación al fracaso y llevó a la familia a vivir serios problemas económicos. Abandonó el hogar y desde entonces Sanna lo ha visto solo una vez.
–¿Me preguntas si siento que tengo padre? No. No he crecido con él y diría que no tengo –respondió Marin a la revista Vogue de Gran Bretaña a finales del 2020.
Sanna lo sintió así durante su niñez y su adolescencia: creció 'siendo invisible' por no poder hablar abiertamente con sus amigos sobre su madre homosexual
Sanna creció y fue criada por su madre y por la pareja de ella, una mujer que llegó a conformar el hogar poco después del divorcio. Era el comienzo de los años noventa y una familia con dos madres no se veía con la naturalidad con que se ve hoy. Sanna lo sintió así durante su niñez y su adolescencia: creció “siendo invisible” por no poder hablar abiertamente con sus amigos sobre su madre homosexual. “Mi familia no era reconocida como igual a las demás. Es ahora, en el siglo XXI, cuando se ha abierto el tema de las familias arcoíris”, dice Marin en su página web.
Lejos de amilanarla, esto afianzó su carácter. Desde muy joven se ha caracterizado por la tenacidad en buscar sus objetivos. En casa no había dinero. Su madre –que creció en un orfanato– solía apoyarse en los auxilios estatales, pero Sanna no quiso acudir a préstamos ni ayudas de ese estilo. Desde los quince años, y con la idea de financiar sus estudios, comenzó a trabajar. Como ayudante en una panadería. Como repartidora de periódicos. Como cajera en una tienda. Así consiguió lo necesario para los gastos extras de la universidad –si bien la educación en Finlandia es gratuita, no se cubre nada adicional– y cursar una maestría en Ciencias de la istración. Sanna fue la primera de su familia en terminar la educación media y pisar una universidad.
Con muchos temas en su cabeza (feminismo, derechos LGBT, ecología, entre otros), Marin se involucró en el movimiento estudiantil y se afilió a las juventudes socialdemócratas. A los 22 años se lanzó al ayuntamiento de Tampere, pero no salió elegida. En 2012 logró convertirse en concejal de la misma ciudad y, dos años después, con 29 años, ya se había hecho sentir a nivel nacional y era la vicepresidenta del Partido Socialdemócrata. A los 30 ocupó su primer escaño en el Parlamento. Entre los dirigentes era muy notoria la personalidad de Marin, que desde el comienzo se ubicó en el ala más izquierdista de la colectividad. Su talante llamó la atención. Sobre todo la de Antti Rinne, que decidió convertirla en su mano derecha.
–¿Vas a ser una líder? –le preguntó en una ocasión la periodista política finlandesa Kristiina Tolkki.
Ella solo la miró, como haciéndole caer en la cuenta de lo innecesaria que era la pregunta.
“Demasiado escotada”
Marin no es la primera mujer que llega a ser jefe de gobierno en su país. Ya lo habían sido Anneli Jäätteenmäki, en 2003, y Mari Kiviniemi, en 2010. Pero ellas solo permanecieron unos pocos meses en el cargo. Sanna es la que más ha durado y, sin duda, ha sido la más joven en ocuparlo.
Espero que algún día este tema ya no sea un problema ni se sigan haciendo estas preguntas. Yo no soy ni mejor ni peor que un hombre de mediana edad
Que una mujer esté en un puesto de alto nivel no es noticia en Finlandia, un país que siempre encabeza el 'ranking' del ‘Global Gender Gap’ del Foro Económico Mundial, gracias a los objetivos alcanzados en igualdad de género y participación política de las mujeres. De hecho Marin está en el poder como cabeza de una coalición de cinco partidos –de centro y de izquierda– que tienen como líderes a mujeres. No obstante, en más de una ocasión la primera ministra ha lamentado tener que lidiar con el tema de género y de edad. “Espero que algún día ya no sea un problema ni se sigan haciendo estas preguntas –dijo Marin en una entrevista–. No soy ni mejor ni peor que un hombre de mediana edad”.
Al llegar al primer puesto de su país se sentía preparada para cumplir con su trabajo. Lo que no tenía previsto era que, tres meses después de posesionarse, tuviera que responder a una pandemia. Una de las primeras decisiones que Marin debió tomar fue personal: dejar su casa en Tampere, a un par de horas de Helsinki, e irse a vivir temporalmente a la casa de gobierno, junto a su entonces prometido, el exfutbolista y hoy empresario Markus Räikkönen –su novio desde la adolescencia y con quien se casó a finales del 2020– y su hija Emma Amalia, que hoy tiene tres años.
La siguiente determinación fue poner en marcha en su país un plan de confinamiento severo con el objetivo de controlar el virus. Los ojos del mundo se volcaron hacia ella por los buenos resultados: Finlandia logró tener las tasas de contagio más bajas de toda Europa. La aprobación de Marin llegó al 85 por ciento. A su buena gestión con la pandemia se sumaban el éxito en programas relacionados con la agenda social y el reconocimiento por mantener una política de gran austeridad.
Pero cuando todo parecía andar a su favor, llegó la primera polémica: su presencia en una discoteca, a finales del año pasado, a donde se fue de fiesta pese a ser o estrecho de un caso positivo de covid. Las autoridades sanitarias le enviaron mensajes a su teléfono oficial, advirtiéndole sobre la necesidad de aislamiento, pero ella no lo llevaba consigo. Marin se disculpó. “Debí haber sido más rigurosa y confirmar las directrices que me habían dado. Lamento no haberme aislado”, escribió en sus redes sociales, que han sido uno de los medios que más ha utilizado para comunicarse. Marin tiene cuentas en Twitter, en Facebook y en Instagram, donde la siguen más de novecientas mil personas que no solo ven temas relacionados con su trabajo, sino con su vida familiar.
Del escándalo de la discoteca salió más o menos bien librada, con excepción de algunas voces opositoras que se preguntaron si en realidad se le podía confiar el poder a “una mujer sin experiencia”. Pero ella ya sabía qué era lidiar con críticas, ya fuera por ir a un festival de rock con jeans cortos y chaqueta de cuero, o por alguna foto en una pinta también casual.
“Demasiado escotada”, gritaron muchos cuando Marin apareció en la revista finlandesa Trendi con un blazer sin camisa debajo. Se trataba de una entrevista en profundidad, pero la gente se quedó con la imagen. Y se armó el alboroto. “Hemos tenido ese tipo de fotos durante años y nunca habían provocado una respuesta como esta –dijo en CNN Mari Paalosalo-Jussinmäki, directora de medios del grupo editorial de la revista–. Si tuviera que generalizar, diría que fueron los hombres los que la criticaron, a las mujeres les pareció fabuloso”. Lo cierto es que, a la par de las críticas, también se alzaron muchas voces en su defensa.
Esta foto de Marin, publicada en una entrevista con la revista finlandesa Trendi, fue motivo de crítica por aparecer "muy escotada". Foto:Revista Trendi
Con Rusia de vecino
En los casos recientes –del video con los amigos y de la fotografía en la residencia oficial–, Sanna Marin también ha recibido apoyo. Lo que sucede es que esta vez no era el momento más apropiado para despertar la polémica.
Por un lado está la política interna, que ha comenzado a presionar a la primera ministra. La coalición de la que forma parte ya no tiene el apoyo de años atrás y la oposición –que está encabezada por el Partido de los Finlandeses, una agrupación nacionalista y populista– cada día está ganando más terreno. La líder de ese movimiento, Riikka Purra, fue precisamente quien insistió en que Marin debía hacerse el test para confirmar si había consumido drogas. “Así es como nuestra primera ministra pasa su tiempo”, dijo.
Muchos se atreven a pronosticar que en las elecciones del próximo mes de abril el poder va a cambiar de manos y puede llegar a ser de este grupo derechista, que se ha encargado de criticar a Marin por “apelar a los temas que preocupan a los millennials”. Es así como ellos definen el hecho de que la primera ministra esté concentrada en asuntos medioambientales o de igualdad, en lugar de atender la necesidad de una reforma tributaria o de un ajuste urgente al régimen de pensiones.
Pero además Marin tiene en su agenda otro tema igual de delicado: el de la guerra entre Rusia y Ucrania, y la intención de su país de ser incorporado a la Otán. A lo largo de la historia Finlandia ha tenido relaciones muy complejas con Rusia. Cabe recordar que fue parte de su imperio y que, en 1939, la entonces URSS los atacó, en la llamada Guerra de Invierno, que buscaba extender su territorio. Finlandia comparte con Rusia una extensa frontera terrestre de 1.340 kilómetros. Esto no solo los ha llevado a brindar un apoyo masivo a la causa de Ucrania, sino a apresurar su pedido de ingreso a la Otán. Marin optó por liderar formalmente esta solicitud, sin consultar previamente la opinión de la ciudadanía.
Es un tema candente que pasó a un segundo plano por culpa de un debate provocado por el video de una fiesta. “¿Estará preparada la primera ministra para una crisis repentina con Rusia?”, se preguntaron la semana pasada analistas de medios finlandeses, en medio de la tormenta. El régimen parlamentario que existe en este país ha hecho habitual que sus primeros ministros no terminen su periodo. No se sabe qué pasará con Sanna Marin. Por lo pronto ella ha demostrado, como dijo el ex primer ministro Paavo Lipponen, que es “un talento político de esos que se dan una sola vez en cada generación”. Y que se crece ante los desafíos.