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'De giro en giro': remesas a países latinoamericanos

Las remesas enviadas por los latinoamericanos a sus países alcanzan nuevos máximos.

Colombia es importante receptor de remesas del exterior, al tiempo que alberga 2 millones de venezolanos.

Colombia es importante receptor de remesas del exterior, al tiempo que alberga 2 millones de venezolanos. Foto: iStock

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Como todos los meses, Denise Rivera junta cuidadosamente los euros que se gana limpiando casas en Barcelona para enviarle entre 100 y 150 a su mamá en Tegucigalpa. “A veces puedo con más, a veces con menos”, cuenta esta hondureña que llegó a la península ibérica a finales de la década pasada.
Al igual que ella, personas de las más diversas nacionalidades en los cinco continentes siguen la misma práctica de mandar dinero a sus lugares de origen. De acuerdo con cálculos de la ONU, en 2020, el número de individuos que vivían en un país distinto al que los vio nacer ascendió a 281 millones, equivalente al 3,6 por ciento de la población total.
Es verdad que una parte de esos migrantes vive en condiciones de extrema pobreza y escasamente alcanza a mantenerse. Pero aquellos que ven mejorar su situación no olvidan los vínculos que dejaron atrás, comenzando por las responsabilidades con hijos, padres o hermanos.
Como consecuencia, el volumen de recursos que se mueve es enorme. Según el Banco Mundial, las remesas enviadas a los países de ingreso bajo y medio ascendieron a 540.000 millones de dólares el año pasado, un volumen que superó con creces los flujos de inversión extranjera directa, afectados por la pandemia.
Precisamente, la aparición del covid-19 hizo que los técnicos se equivocaran en sus proyecciones. Desde febrero de 2020 y a lo largo del segundo trimestre, las restricciones adoptadas para contener las cifras de contagio hicieron que el desempleo se disparara, golpeando con particular dureza a los trabajadores foráneos.
Para comenzar, quienes estaban de forma ilegal en su lugar de adopción no pudieron acceder a las ayudas entregadas por múltiples gobiernos. Adicionalmente, los ocupados por el sector de servicios –como el turismo, los restaurantes o el comercio– se quedaron sin ingresos durante semanas, con lo cual los giros se desplomaron.
Sin embargo, la sorpresa estuvo en la rápida recuperación observada. Si bien en el ámbito global las remesas cayeron 1,6 por ciento frente al dato de 2019, fue mucho menos que el 20 por ciento anunciado. A su vez, en América Latina y el Caribe crecieron en 6,5 por ciento hasta llegar a un nuevo máximo histórico: 103.000 millones de dólares.
Y las apuestas sostienen que esa cantidad seguirá en incremento, de la mano de la recuperación económica global que es la norma hoy en día. En lo que atañe a la región se prevé un aumento cercano al 5 por ciento, el doble del promedio mundial.

Más gente, más giros

Detrás de esos pronósticos está la certeza de que la migración internacional seguirá al alza. Factores como confrontaciones bélicas, represión, desastres naturales o sociales, falta de oportunidades y desigualdad seguirán llevando a más personas a probar suerte en otras naciones.
Adicionalmente, hay dos elementos que se deben tener en cuenta. De un lado, el cambio climático puede llevar a desplazamientos masivos de familias expuestas a hambrunas, inundaciones o sequías.
Del otro, en buena parte del mundo industrializado se anticipa un envejecimiento gradual, junto a una reducción paulatina de la población. La falta de mano de obra joven justifica abrir las puertas, como ya lo hizo Canadá con un programa dirigido a suplir faltantes en áreas como el cuidado de personas.
En la medida en que ello ocurra, los envíos de dinero seguirán presentes, ayudando a mantener o elevar el consumo en decenas de lugares. De hecho, este renglón ya es la principal fuente de divisas de un buen número de países.
Así pasa en Centroamérica, donde las remesas representaron el año pasado el 24 por ciento del producto interno bruto de El Salvador y de Honduras. Por su parte, en el Caribe significaron una quinta parte de la economía de Haití y de Jamaica. También, Guatemala, Nicaragua, Ecuador o la República Dominicana serían muy distintos sin las divisas que obtienen por este concepto.
Y los más grandes tampoco son indiferentes a las transferencias que hacen sus nacionales. En México, los 43.000 millones de dólares recibidos en 2020 no fueron una cifra menor, como tampoco en Filipinas, en donde el dato fue de 35.000 millones de dólares.
A primera vista se podría pensar que lo que está sucediendo o va a suceder es simplemente la prolongación de lo mismo de antes. No obstante, una mirada más detallada revela cambios subyacentes que fueron explicados hace poco, durante uno de los diálogos de expertos que organiza periódicamente el Fondo Latinoamericano de Reservas (Flar).
El evento, titulado ‘Flujos de remesas y sus efectos para la estabilidad macroeconómica y financiera en América Latina, durante la crisis del covid-19’, sirvió para entender por qué la región se comportó en forma diferente a otras y cuáles son las tendencias que merecen atención, a sabiendas de que la salida de personas seguirá. “El origen de las remesas es el migrante”, puntualizó Emmanuel Abuelafia, del BID.
Aparte de pobreza, marginalidad o violencia, además de cercanía geográfica, hay disparidades reales. Mientras Estados Unidos o Canadá salieron con rapidez de la crisis ocasionada por el coronavirus, la Cepal afirma que solo hasta 2022 Latinoamérica volverá a tener el PIB equivalente a 2019 y que 19 de 33 países del área se demorarán todavía más.
Debido a ello, la presión migratoria viene en aumento, como lo atestiguan las cifras de Washington relacionadas con detenciones y deportaciones en la frontera. En Europa comienzan a aparecer reportes de un número mayor de viajeros sin tiquete de regreso, a pesar de que la realidad sanitaria sirve para restringir la llegada de pasajeros de diferentes zonas.
Mención aparte merece el caso de los venezolanos, que siguen saliendo y cuyo número acumulado se calcula en seis millones. Desde el punto de vista migratorio, este es el cambio más significativo de las últimas cuatro décadas en la región, tanto por la cantidad como por la composición de la diáspora, cuyo nivel de educación es más elevado que el de otros grupos.
Nada hace pensar que venga una reversión. Dada la debacle de la economía de Venezuela y el hecho de que la reconstrucción tomaría mucho tiempo, aun si se produce un cambio de régimen pronto el número de migrantes subiría en al menos un millón más, de acuerdo con el BID.
En opinión de Manuel Orozco, quien es el director del Centro de Migración y Estabilización Económica y lleva años estudiando el asunto, “hay una dinámica fascinante” que trasciende el prejuicio usual de que todos los que van se dirigen hacia el norte. Para citar un caso concreto, la fuerte presencia de haitianos en Chile ha llevado a que este sea el segundo origen más importante de remesas para el país caribeño.
No menos llamativo es que la digitalización y el al sector financiero cambiaron de manera sustancial y en muy poco tiempo la manera de mandar plata. Aparte de que los correos humanos con fajos de efectivo casi desaparecieron, opciones como PayPal o abrir una cuenta de ahorros para que alguien del mismo hogar haga retiros a miles de kilómetros de distancia son ahora la norma y no la excepción. Si antes el costo de una transferencia era alto, ahora se acerca al 3 por ciento, sostiene Orozco.

La realidad local

Todo lo mencionado ocurre en Colombia, con una particularidad. A diferencia de otros lugares, el país se caracteriza por ser un importante receptor de remesas, al tiempo que alberga a unos dos millones de venezolanos que equivalen a cuatro por ciento de la población total.
Bajo ese punto de vista, los datos deberían mostrar ingresos y egresos significativos, sobre todo al otro lado de la línea limítrofe. Pero en este último caso, el Banco de la República apenas registró giros por 122.000 dólares el año pasado.
La explicación de los conocedores es la falta de canales legales en Venezuela, dados los inconvenientes operativos y las condiciones del mercado cambiario. Aparte de lo anterior, es conocido que en estados como Zulia o Táchira, el peso colombiano se acepta para múltiples transacciones porque conserva su valor y sirve de refugio ante la inflación galopante.
Por esa razón, la informalidad es la norma y pasa por el uso de tarjetas débito hasta el tránsito de personas con billetes por incontables trochas. Hasta tanto no se haga una buena investigación sobre cómo operan los diferentes sistemas y cuánto dinero se manda en promedio, las incógnitas seguirán presentes.
De vuelta a lo conocido, lo que está claro es que las transferencias de los colombianos que trabajan por fuera vienen con una dinámica muy fuerte. Según el Emisor, al cierre del primer semestre estas llegaron a 4.116 millones de dólares, 32 por ciento más que en igual lapso de 2020. Y ese comportamiento se mantuvo en julio, que tuvo un crecimiento del 27 por ciento, con 741 millones de dólares para ese mes.
Los motivos están asociados tanto a un alza de los residentes nacidos aquí en destinos claves como Estados Unidos, España y Chile, como a la mejora en la situación de cada una de esas economías. Aparte de esas naciones también subieron los giros desde el Reino Unido y Canadá.
Aun así, queda la duda de por qué los migrantes mandan más dinero y no menos en medio de la incertidumbre asociada a la pandemia. En el seminario del Flar, Orozco anotó que se hace un esfuerzo de ayudar más a la familia cuando las condiciones en el punto de origen son más difíciles, al tiempo que la tasa de devaluación hace más atractiva la compra de bienes como una vivienda.
Sea como sea, el efecto combinado de las remesas sobre la economía nacional es inmenso. Tal como van las cosas, este año la cifra final podría superar los 8.000 millones de dólares, lo cual equivale a más de 30 billones de pesos.
Los directamente beneficiados son los más de medio millón de hogares que reciben directamente esas divisas –ubicados en buena parte en el norte del Valle, el Eje Cafetero, Bogotá y Antioquia– cuyo poder de compra mejora. Pero también se debe tener en cuenta el efecto multiplicador de la suma mencionada, distribuida en decenas de municipios.
Por otro lado, las remesas resultan fundamentales para financiar parcialmente el creciente saldo en rojo de las cuentas externas del país. El miércoles pasado, el Banco de la República reportó que el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos al cierre de la primera mitad de 2020 alcanzó 7.981 millones de dólares, muy por encima de las previsiones de los especialistas.
Aunque inquietante, la cifra causaría todavía más preocupación de no ser por el arribo de giros que también utilizan más al sector financiero y menos a las casas especializadas en envíos en especie. Hay quienes argumentan, incluso, que es esa evolución la que explica que las cifras oficiales muestren incrementos significativos, gracias a la bancarización y la digitalización.
Que haya más registros y trazabilidad sirve igualmente para despejar dudas sobre la presencia de dineros ilegales en operaciones cuyo valor promedio usualmente se tasa en unos pocos cientos de dólares en cada ocasión. Sin desconocer que el lavado existe, es muy probable que use canales distintos a este.
Nada de eso, a decir verdad, le importa a Nubia Ramos, quien desde cuando llegó a Maryland, en Estados Unidos, les manda lo que puede a sus parientes en Ibagué. “Lo que me importa es cumplir la promesa que hice cuando me despedí: la de ayudar a los míos, en la medida en que pueda. Y he podido”, dice antes de advertir que debe colgar la llamada porque se le ha hecho tarde para salir a su trabajo.
RICARDO ÁVILA PINTO
Analista sénior
Especial para EL TIEMPO
@Ravilapinto

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