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Entrevista

‘Hay memorias a las que una les echa tierra encima’

Conversación con la escritora chilena Lina Meruane sobre su obra y su conexión con Palentina. 

Lina Meruane fue una de las invitadas a la FilBo 2024, donde presentó su último libro de cuentos, ‘Avidez’, y habló sobre la situación entre Israel y Palestina.

Lina Meruane fue una de las invitadas a la FilBo 2024, donde presentó su último libro de cuentos, ‘Avidez’, y habló sobre la situación entre Israel y Palestina. Foto: LINA BOTERO

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Lina Meruane es muchas Linas: una Lina chilena, también una Lina palestina. Ella se define ‘chilestina’. Sin embargo, esos no son los únicos lugares de enunciación. Su escritura es una amalgama de Linas que la han conducido a escribir sobre los horrores de la dictadura de Pinochet, el despojo del pueblo palestino, la enfermedad que busca a toda costa la salud, el poder representado en un ojo que todo lo ve, las mujeres en la calle que demandan espacios de democracia y a la vez son violentadas.
“Somos muchas personas. Tenemos muchas capas de experiencias corporales, familiares, nacionales, vitales. Lo que yo siento es que, en diferentes momentos, incluso en la escritura, alguna de esas personas que habitan en una se posicionan en un lugar más importante”, dice.
Incluso hay Linas que convergen en una sola. “Por ejemplo, en mi libro sobre Palestina también aparece la cuestión de ser diabética en la migración. Y aquí hay unas circunstancias diferentes a las de otros viajeros que no viajan con una bomba de insulina, que en la situación actual tiene mucha resonancia”.
La diversidad de su escritura es un ejercicio político que denuncia e imagina futuros posibles. En conversación con EL TIEMPO, la también ganadora del Sor Juana Inés de la Cruz en 2012 y el José Donoso en 2023 habló sobre sus preocupaciones y obsesiones.
Haciendo la misma reflexión de Virginia Woolf durante los bombardeos alemanes a Londres, en la que se preguntó si servía y bastaba escribir en contextos de tanta violencia, yo me respondí que escribir sí importa para hacer memoria, para hacer registro del momento, para educar políticamente sobre lo que está pasando
¿Cuándo empezó a autoidentificarse como palestina?
La migración palestina a Chile es muy antigua. Las primeras olas son de finales del siglo XIX y antes del fin de la I Guerra Mundial, cuando el Imperio otomano reprimió a los árabes cristianos y estos migraron masivamente a América Latina, especialmente a Honduras y Chile, donde está la comunidad palestina más numerosa fuera del mundo árabe. Mis abuelos migraron, abandonaron su lengua y pasaron a performar como chilenos comunes y corrientes. Ni mi padre, tías y yo aprendimos árabe. Sin embargo, la noción de que proveníamos de esa comunidad estaba muy presente. Se hacía comida palestina en mi casa, cuando me casé mi padre contrató bailarinas del vientre. Tenemos prácticas culturales que rescatan ese origen. Nunca había pensado en ir a Palestina hasta que acabé yendo y en ese viaje se activó esa parte de mí por motivos políticos. Vi la opresión de otra forma, pues es distinto poner el cuerpo en un lugar.
¿Cuándo adquirió esa consciencia política en su escritura?
Yo no fui educada políticamente. Había más bien un silenciamiento de lo político. Soy una persona criada en dictadura, de una familia de clase media, que le temía a esa dictadura. Era difícil entender el sistema en el que se vivía, hasta que como adolescente me hice consciente de que estábamos en un régimen opresivo y desde entonces empecé a desarrollar mi consciencia política. Cuando me encuentro con el tema palestino, ya era una persona formada en mi pensamiento político y con consciencia del poder de la palabra que tiene fines políticos. Haciendo la misma reflexión de Virginia Woolf durante los bombardeos alemanes a Londres, en la que se preguntó si servía y bastaba escribir en contextos de tanta violencia, yo me respondí que escribir sí importa para hacer memoria, para hacer registro del momento, para educar políticamente sobre lo que está pasando. En las guerras se trata de silenciar la voz del otro, de imponer una sola visión de lo que está pasando.
¿El lenguaje es otra frontera como la geográfica?
Los conflictos no solo ocurren sobre un territorio, también en el discurso. En Palestina en pedazos, me centré en la manera en la que se trabaja el lenguaje en los territorios de conflicto. Y una de las cosas que descubrí es que la fundación de Israel tiene que ver con una refundación lingüística. Recurrieron al hebreo clásico para aunar a todos esos migrantes judíos que llegaron a la tierra para generar una homogeneidad en el lenguaje. Muchos de esos judíos migrantes de diferentes países, luego israelíes, tomaron diferentes nombres y cambiaron sus apellidos para marcar un nuevo comienzo. Por otro lado, se fortalecieron una serie de instituciones destinadas a renombrar los lugares para darles un nuevo comienzo y borrar su historia. Ese fenómeno fue fuerte en la fundación de Israel y ha continuado para negar la existencia de la comunidad árabe palestina en ese territorio.
Ahora mencionaba el despertar de consciencia alrededor de la dictadura chilena, que es el tema de 'Señales de nosotros'Allí usted pregunta: “¿No será que escudarnos en la infancia nos hace cómplices?”. ¿Qué tanta agencia tienen los niños para reconocer, por ejemplo, los horrores de una dictadura?
Esa pregunta nos lleva a repensar sobre la inocencia de los niños. Siempre hay una idea asumida y cristalizada de que los niños no saben lo que está pasando. Y es verdad que hubo mucho ocultamiento por parte de las familias y de la dictadura, pero los niños también ejercen sus pequeñas violencias y olvidos voluntarios. Entonces mis preguntas eran: ¿realmente no sabíamos nada? ¿No había claves? ¿Estaba todo silenciado? Mi descubrimiento cuando miro hacia atrás es que no, las claves estaban a la vista. Lo que nos faltaba era una manera de leerlas. Recuerdo que una compañera de colegio me contó que a su papá lo estaban buscando y que estaba escondido. Y yo, en vez de preguntarle “por qué”, no dije nada. Esa es la pregunta dolorosa que hay en este ensayo y es “por qué no pregunté”. No digo que los niños sean los responsables de cambiar el mundo o que los culpo por la escasez de posibilidades para atender un problema político, pero sí hago una reflexión de por qué no hice ciertas preguntas o no atendí esas señales. Este libro también tiene otra pregunta que es qué tanto, siendo adultos, fuimos capaces de mirar atrás y entender el funcionamiento de los mecanismos de silenciamiento. Este libro es la posibilidad de mirar atrás e interrogarse hoy.
Meruane obtuvo el Sor Juana Inés de la Cruz en 2012 y el José Donoso en 2023.

Meruane obtuvo el Sor Juana Inés de la Cruz en 2012 y el José Donoso en 2023. Foto:LINA BOTERO

¿Qué tanto le costó escribir este ensayo autobiográfico?
Me demoré como 30 años. Son momentos difíciles de mirar, requieren aceptar que una estuvo ahí y que no quiso ver las señales. Me costó pensar y pensarme y pensarnos en ese lugar. Creo que imperaba un sentimiento de culpa y de enorme vergüenza. Tenía una versión inicial que se publicó años antes, en un contexto más académico. Para los 50 años del golpe me pidieron un texto y pensé que era momento de volver a mirar y repasar ese episodio.
¿El final de ese libro es una liberación de las cargas o un reconocimiento de la culpa?
El final es el momento en que todos realmente supimos y tuvimos que declarar frente a la televisión lo que estaba pasando en el país. Fue enfrentarse con la verdad e identificar cuando se rompen y caen todas las protecciones, y ya no hay manera de seguir jugando a que no sabemos. Es un final muy dramático, con mucha cámara y mirada, con muchos puntos de vista. Ya no podíamos seguir fingiendo que no sabíamos.
Una de las cosas que se suelen pensar poco es que la derecha también reivindica su memoria. Siempre se piensa que hacer memoria es un ejercicio de la izquierda, porque rescata lo que sucedió de las brasas para poner en escena la otra parte de la historia que ha sido silenciada. Pero eso no es así
Ya lo habíamos hablado antes, pero para más precisión, ¿ese fue el momento en que se despertó su consciencia política?
Pensaba que había sido cuando ingresé a la universidad, pero al escribir descubrí que en realidad había un momento anterior. Los estudios sobre la memoria señalan que hay memorias a las que una les echa tierra encima. Y la escritura fue el detonante para identificar algo oculto, que involuntariamente olvidé y negué.
¿Por qué 'Señales de nosotros' puede ser un libro muy actual?
En el caso chileno, aunque esto es una tendencia mundial, la derecha está reivindicando su lugar y su estatus en los años del golpe. Es una derecha que se encuentra con una ultraderecha que se atreve a reivindicar lo que se hizo durante la dictadura. Una de las cosas que se suelen pensar poco es que la derecha también reivindica su memoria. Siempre se piensa que hacer memoria es un ejercicio de la izquierda, porque rescata lo que sucedió de las brasas para poner en escena la otra parte de la historia que ha sido silenciada. Pero eso no es así, las derechas y las ultraderechas también reivindican una memoria. Aquí hay dos luchas de dos memorias que cuentan versiones distintas de la historia. En ese momento es cuando una siente que tiene que seguir escribiendo sobre lo que pasó porque estos discursos de la ultraderecha son muy poderosos y tienen su propio arrastre y discursos muy seductores.
¿Por qué en su último libro, 'Coloquio de las quiltras', usa a las quiltras (perras callejeras) para hablar del feminismo?
Me parecía interesante reivindicar esa figura que viene del Coloquio de los perros, que Cervantes escribió en 1613, y del Coloquio de las perras de Rosario Ferré, donde había perras callejeras, pero más finas. Me gusta este lugar periférico, subordinado, menos privilegiado de la perra callejera, que a la vez es una perra con más experiencia en la calle, que ocupa el espacio público y está expuesta no solo a los saberes, sino a las violencias. Para mí, esa es la situación que viven las mujeres que salen de sus casas y se exponen al espacio público, que en el mejor de los casos puede ser un espacio de ejercicio democrático y, en el peor, una experiencia de violencia. En este libro hablo de las violencias simbólicas que ocurren en la literatura, pero también de las violencias reales y los miedos que atravesamos las mujeres cuando estamos en la calle, sea solas (de a una) o sea solas colectivamente.
Usted habla de feminismos y no feminismo. ¿Qué les impide a las mujeres ponerse de acuerdo en temas comunes?
Al igual que las izquierdas, los feminismos están discutiendo valores y en la discusión de los valores el objetivo siempre es la mejora de la situación de las mujeres y/o otros grupos. Pero cómo llevar esas mejoras a cabo es donde se producen diferentes visiones. Me parecía importante subrayar que no es un feminismo, porque de hecho ha habido muchas corrientes a lo largo de la historia. Una de las crisis más fuertes dentro de los feminismos actuales es quiénes constituyen el sujeto y los cuerpos del feminismo. Para algunos grupos son las nacidas mujeres; para otros son todas las mujeres sin importar sus orígenes, esos serían los feminismos interseccionales, que incluyen también a las mujeres trans, y ahí hay un enfrentamiento muy grande. También está la visión enfrentada de qué hacer con la prostitución. Quiero pensar desde mi lugar del optimismo que hay que tener un poco de esperanza para hacer política. Y no caer en el nihilismo del pesimismo. Quiero pensar que llegará el momento en que las feministas podremos estar de acuerdo en que no somos los únicos sujetos vulnerables y en que podemos ampliar nuestra visión a ‘les otres’ entre nuestras preocupaciones y reivindicaciones.
¿Esas tensiones son necesarias?
Son inevitables, pero son innecesarias desde mi punto de vista.
Ahí comprendí que el ojo no solo me importaba a mí, sino al poder y a la ciudadanía. Había un nivel de metaforización de la mirada muy impactante que me ayudó a unir todas esas cosas en las que venía pensando
Quiero pasar a otro libro suyo, 'Zona ciega', y la preocupación que plasma alrededor de las víctimas oculares durante las protestas. ¿Qué le impacta sobre perder la vista?
Yo empecé a trabajar la cuestión de la ceguera por una experiencia personal, que está al inicio de mi novela Sangre en el ojo (2012). Desde entonces, he tenido una preocupación sobre el lugar de la visión en nuestra cultura. Además de que nuestra cultura es ojicéntrica, la conformación del sujeto occidental, desde los griegos en adelante, privilegió el órgano de la vista. Si pensamos en las imágenes de los dioses, siempre está la idea de que Dios es un ojo que lo ve todo o una luz que ilumina todo para vigilar y controlar. Yo pensaba que este era un interés muy propio y personal. Pero de pronto ocurrió el estallido social en Chile y la policía militarizada empezó a dispararle a los ojos a la ciudadanía. Ahí comprendí que el ojo no solo me importaba a mí, sino al poder y a la ciudadanía. Había un nivel de metaforización de la mirada muy impactante que me ayudó a unir todas esas cosas en las que venía pensando. Entendí que el poder está representado en el ojo y el poder se da el poder, valga la redundancia, de cegar el ojo de la ciudadanía que por primera vez lo está mirando de frente, abriendo sus ojitos y grabando con cámaras. Hubo un cambio de la estrategia militar en todo el continente y el resto del mundo, pasamos del ocultamiento de la violencia por parte de los Estados autoritarios a la extrema visibilización de la violencia.
Dijo que hay que seguir escribiendo para seguir documentando, pero ¿por qué seguir escribiendo cuando es muy probable que usted no verá lo efectos de su escritura?
Yo creo que estamos en una crisis de la futuridad. Es difícil pensar en el futuro o en un futuro posible cuando tenemos una crisis ecológica monumental y una crisis de la posibilidad de vivir juntos y mejor. Entonces es difícil pensar que uno puede estar escribiendo para el futuro. El texto de Palestina lo escribí en 2012, y este no solo es para guardar memoria, hacer registro y denunciar, sino que también es para pensar y posibilitar un futuro distinto. La escritura puede ayudar a imaginarnos un futuro. Sobre todo, en un momento en que yo siento que hay una cantidad de escrituras apocalípticas, tanto en la prensa como en la ficción. La pregunta es cómo escribimos para el posapocalipsis, para el no apocalipsis, para prevenir el apocalipsis, para pensar que todavía tenemos una posibilidad de un mundo que pueda funcionar con todos vivos adentro.
Es una mirada optimista...
No me gusta pensarlo como optimista porque me parece muy naif. Pero es una mirada de esperanza que a mí me ayuda a movilizar mi energía política. Si pensara que no hay nada que hacer, me dedicaría al nihilismo. En el pesimismo hay poca posibilidad de concentrar energías para seguir trabajando políticamente. Yo me opongo al pesimismo porque encuentro en la esperanza del futuro una energía para seguirme movilizándome políticamente.
NATALIA TAMAYO GAVIRIA
REDACCIÓN DOMINGO
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