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La casa natal de Adolf Hitler: Cómo es 'la cuna del mal', el lugar que más incomoda a los austríacos

El inmueble en el que nació está situado en el número 15 de la calle Salzburger Vorstadt.

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El propio Hitler aclara que recuerda muy poco de su vida en Braunau am Inn. Foto: EFE/YouTube.

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Braunau am Inn ostenta el desafortunado honor de ser mencionado en la primera línea del primer capítulo de Mein Kampf (Mi lucha). En este texto, Adolf Hitler expresa que considera una "predestinación afortunada" haber nacido en esta pequeña ciudad austríaca a las seis y media de la tarde del 20 de abril de 1889, un sábado nublado, según señala Ian Kershaw en su biografía de referencia.
Hitler describe esta localidad como "situada precisamente en la frontera de esos dos Estados alemanes [Austria y Alemania] cuya fusión se nos presenta como un cometido vital que ha de realizarse a toda costa".
El propio Hitler aclara que recuerda muy poco de su vida en Braunau am Inn, lo cual es comprensible, ya que cuando aún no tenía tres años, su padre Alois, un funcionario de aduanas, fue ascendido y la familia se trasladó a au, en Baviera, al otro lado de la frontera.
Más tarde, en 1898, se mudaron nuevamente, esta vez a Leonding, en el distrito de Linz. Linz es la ciudad que Hitler siempre consideró su ciudad natal y a la que deseó, una vez en el poder, convertir en la ciudad más hermosa del Danubio y el contrapeso cultural de Viena, una ciudad que detestaba profundamente.
Todo esto y el hecho de que Hitler no parece haber tenido mucho interés en Braunau am Inn, sus residencias principales eran el apartamento de Múnich, la segunda residencia del Berghof y la cancillería (incluido el búnker), no ha impedido que esta localidad cargue con el estigma de ser "la cuna del mal", donde nació el líder nazi, y de tener que lidiar con esa carga desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando todo el mundo ocultaba el retrato del anteriormente bien amado Führer, por no mencionar su casa natal.
Linz es la ciudad que Hitler siempre consideró como su verdadero hogar y a la que quiso, ya en el poder, transformar en la ciudad más hermosa del Danubio y en el contrapeso cultural de Viena, una ciudad que aborrecía.
El inmueble en el que nació Hitler, situado en el número 15 de la calle Salzburger Vorstadt, se ha mantenido prácticamente intacto a lo largo del tiempo, generando, además de considerable vergüenza y un peligroso interés de los neonazis, un intenso debate sobre qué hacer con él, tanto en la ciudad como en toda Austria.
El cineasta austriaco Günter Schwaiger ha abordado esta controversia desde una perspectiva personal, moral y comprometida en su documental ‘¿Quién teme al pueblo de Hitler?’, subtitulado ‘Una casa y el pasado dentro de nosotros’.
El documental explora la delicada cuestión de la casa, tomando el pulso a los habitantes de Braunau, un lugar que, como lamenta uno de ellos, ya lleva el pardo en el nombre (Braun, como en Braunhemden, camisas pardas, las SA, sin mencionar el apellido de Eva Braun).
Desde el principio, queda claro que gran parte de la sociedad austríaca no está nada contenta con tener a Hitler como compatriota, prefiriendo a Sissi y a Mozart. Esto se resume en el chiste de que los austríacos han logrado convencer al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven austríaco. 
Un testimonio en Viena incluso sugiere mover un poco la frontera para que Braunau quede del lado alemán.
Qué hacer con la casa, clausurada desde 2016, es la cuestión central que atraviesa todo el documental, y el destino del inmueble se convierte en una metáfora de la conciencia y la memoria de los habitantes de Braunau y, por extensión, de todos los austríacos. Schwaiger da voz a vecinos, historiadores y autoridades, personas de diferentes ideologías y con distintas opiniones.
Algunos consideran la casa "un estigma" para la ciudad, mientras que otros ven ridícula tanta polémica "por una casa en la que no pasó nada, no se cometieron crímenes ni se emitieron órdenes".
Se recuerda que una vecina lanzó un cubo de agua a unos jóvenes vestidos con uniformes de las SA que acudieron a celebrar el 90 cumpleaños de Hitler. "Si no vienen aquí, irán a otro sitio", señala otro vecino.
Destacan las opiniones de la centenaria exvicealcaldesa Lea Olczak, una mujer de carácter, con un padre asesinado en Mauthausen y tan parecida en apariencia a Gitta Sereny. "¿Que si pasé miedo con los nazis? Puedo escribir un libro sobre el miedo".
Entre los momentos más impactantes se encuentra la filmación con cámara oculta de lo que ocurre en el exterior de la casa durante todo un día en otro cumpleaños de Hitler. Un neonazi llegado de Berlín coloca una corona de flores "a nuestro bendito Adolf" y se enzarza en una discusión con un vecino que le reprocha el homenaje, mientras el neonazi apela a la libertad de expresión.
También son conmovedoras las reflexiones sobre el Holocausto realizadas por personas con discapacidad mental de la institución comunitaria Lebenshilfe. Una de las ideas más interesantes era dejarles permanentemente la casa a ellos, disfrutando al imaginar la rabia que esto le hubiera provocado a Hitler.
Además, las escenas rodadas en el interior de la casa, cuando Schwaiger y su equipo pueden acceder excepcionalmente, aportan un valor significativo al documental.
"Me sorprendió su sencillez y su normalidad", comenta el cineasta sobre su visita al interior de la casa vacía. "Imaginaba, como todos, un lugar siniestro, esperaba algo oscuro, húmedo, con un aura negativa, y lo que encontré fue todo lo contrario: un espacio abierto, con muchas ventanas. Nada que pudiera inducir un sentimiento tétrico o podrido. La simbología está en la cabeza".
De hecho, Hitler apenas vivió en la casa. Se supone, según Schwaiger, que nació en una pequeña habitación del segundo piso. Cuando la familia se marchó, el inmueble siguió siendo una casa de alquiler, albergó una escuela y un restaurante, y tuvo otros usos hasta que Martin Bormann, el poderoso secretario privado de Hitler, la compró y se la regaló.
Los nazis instalaron una falsa habitación de nacimiento del Führer para fomentar el mito, con mobiliario inventado, y en la casa y su entorno se celebraba animadamente, con profusión de esvásticas, el aniversario, como se recoge en imágenes de época en la película. 
La idea de la maldad intrínseca de la vivienda, verla como una mega casa de la bruja o del terror o la de El exorcista, con el niño Hitler en el piso de arriba girando la cabeza 360 grados como la poseída Regan, es peligrosa, reflexiona Schwaiger, porque refuerza la idea de lo diabólico individual de Hitler: creer que era como el niño de La profecía o de Los niños del Brasil, en detrimento de la responsabilidad colectiva por los crímenes del III Reich.
Schwaiger, de 58 años, originario de Neumarkt am Wallersee, a 20 kilómetros de Salzburgo y 40 de Braunau, cuyo hermano (que aparece en el filme) reside en la ciudad natal de Hitler, advierte contra el extendido y tranquilizador (y falso) aserto de que Austria fue la primera víctima de los nazis, que el nazismo les llegó desde afuera y que Hitler era poco menos que un alien y su casa un Área 51, cuando seis millones de austríacos fueron del partido nazi, proporcionalmente más que alemanes, y además dieron algunos de los peores personajes del régimen, entre ellos Kaltenbrunner, Globocnik y Franz Stangl, el comandante de Treblinka.
“Que la casa de Hitler se vea como tenebrosa mansión del mal te libera de tener que hacer una reflexión seria”, apuntó, “y de ahí las propuestas de mantenerla cerrada, demolerla o reformarla, modificando la fachada, hasta hacerla irreconocible”.
Para el director, que hace aparecer a sus propios padres hablando con notable nostalgia de los viejos tiempos bajo el nazismo y de lo “divertido” que era militar en las Juventudes Hitlerianas, la casa precisa otro tipo de exorcismo que no es el de Merrin y Karras: ha de convertirse en un lugar de memoria, “que muestre de qué manera toda la nación estaba implicada hasta el tuétano en el nazismo, que los nazis no fueron un grupo diabólico que violó a Austria, sino un movimiento que nació aquí”.
Y recalcó: “La casa debe dar la posibilidad de meditar sobre nuestro pasado de país de verdugos, explicar cómo desde la normalidad puede crecer el mal. Hemos de confrontarnos con la verdad y la culpabilidad”.
Desgraciadamente, como muestra el documental, las autoridades austríacas, que adquirieron la casa en 2016 (actualmente bajo el control del Ministerio del Interior), no han estado a la altura. Incluso se llegó a proponer la retirada de “la piedra de la paz”, un monolito de la cantera de Mauthausen instalado en 1989 frente a la vivienda, con la inscripción: “Para la paz, la libertad y la democracia. Nunca jamás fascismo. Millones de muertos avisan”.
Esta propuesta provocó grandes protestas. La decisión final sobre la casa, aunque provisional según Schwaiger debido a las próximas elecciones en Austria el 29 de septiembre, fue “neutralizarla”: modificar la fachada para devolverla a su aspecto del siglo XVIII y convertirla en una comisaría de policía.
Las obras debían comenzar en 2020 y finalizar en 2022, pero se iniciaron tímidamente en octubre pasado y están detenidas. Por lo tanto, la casa sigue en el limbo. El presupuesto de la obra ha pasado de 5 millones de euros a 22.
El nuevo calendario prevé que la reforma concluya en 2025 y la comisaría entre en funcionamiento en 2026. Está previsto que los escombros de la reforma sean custodiados y eliminados discretamente para evitar que se conviertan en recuerdos y reliquias neonazis.
El filme se proponía documentar el proceso, pero con los retrasos ha tenido que cambiar su enfoque sobre la marcha. “Iba a ser un documental clásico, pero me he visto obligado a cambiarlo y llevarlo a un terreno más emocional”.
Para el cineasta, el cambio de la fachada es una metáfora precisa de la relación de Austria con su pasado nazi. “Como dijo Thomas Bernhard: somos una nación de teatreros, cambiando el exterior para que todo siga igual por dentro”.
Y lo de la comisaría le parece escandaloso. No solo por la activa participación de la policía alemana y austríaca en el Holocausto y por vincular la casa de Hitler a una fuerza armada y uniformada (“Solo un cuartel del Ejército sería peor decisión”, dice), sino porque, según un documento cuyo hallazgo se muestra en el filme, los nazis y Hitler mismo querían darle un uso oficial istrativo.
“Resulta una terrible ironía de la historia que la decisión de las autoridades democráticas austríacas con respecto a la casa esté tan en línea con los deseos de Hitler”, señala.
Cinematográficamente, llevar el documental hacia las reflexiones morales (“No puedo ser solo un observador”) ha llevado al director a utilizar recursos artísticos capaces de traducir en imágenes el paisaje interior, con metáforas como el bosque o la carretera, tratando de reproducir espacios oníricos o estados mentales.
“Es la película más difícil que he hecho en mi vida”, afirma Schwaiger. “La casa de Hitler es un lugar dentro de nosotros”, concluyó.
JACINTO ANTÓN. 
EL PAÍS URUGUAY.

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*Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial con información de El País Uruguay (GDA) y contó con la revisión del periodista y un editor.

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