Sí, porque es sabroso. No, porque, con esos precios, debería ser algo más que sabroso y, la verdad, tiene sus fallas.
Sí, porque con mucho empeño ha logrado servir, por algo más de 50 años (empezó en 1967), una cocina típica colombiana más allá del ajiaco y de la bandeja paisa. De hecho, su importancia radica en que es uno de los pocos restaurantes que aún ofrecen, en un mismo menú, platos en vías de extinción: torta de sesos, criadillas en salsa, bagre en salsa, callos a la criolla, pezuñas de cerdo o un tremendo guiso de cola ($ 42.600).
No, porque en un asunto tan sustancial y definitivo como es el hogao –la salsa nacional– se equivocan: aquí nada en aceite y le falta textura gracias a que, juraría, la cebolla y el tomate los pasan por un procesador y no los cortan con cuchillo, que es donde está la diferencia.
Sí, porque sus fríjoles bola roja ($ 37.500), que son su plato bandera, están muy bien hechos gracias a que su ‘tinta’, que alcanza su sabor por cuenta de un ‘calado’ que no es ni dulce ni salado, es exactamente lo que los locales esperamos de una buena frijolada. Los martes, de hecho, sacan fríjoles verdes con torta de choclo
($ 33.000), un poco más caldudos y también muy ricos.
No, porque su ajiaco santafereño ($ 38.000), que es la sopa reina del país y que solo sirven los fines de semana, o sale muy aguado o sale muy espeso, pero difícilmente en su punto, además de que lo acompañan con arroz, no con pan francés.
Sí, porque la calidad de los ingredientes de su puchero santafereño ($ 43.000), que solo hacen los jueves, es de campeonato. El único pero es el hogao.
No, porque su lengua alcaparrada está lejos de ser la auténtica: todo lo tapa una salsa invasiva.
Sí, porque sus cortes nacionales salen más que correctos: sobrebarriga dorada ($ 41.000); chuleta de cerdo a la parrilla ($ 42.500) o el steak a caballo ($ 47.000).
No, porque el robalo ($ 49.000) aterriza como un caucho.
Sí, porque sus chicharrones crocantes, carnudos y generosos ($ 17.500) llegan impecables; al igual que su morcilla, tostada por fuera y jugosa por dentro ($ 7.200) o su porción de yuca frita (¿a ver, dónde sirven hoy una yuca frita que no sea procesada y congelada?).
No, porque escogieron para su ambiente música colombiana estilizada ‘de ascensor’, con tanta música colombiana buena que hay. ¡Ojo, si usted se descuida, le celebran el cumpleaños con el circense Happy Birthday de Fernando Morello!
Sí, porque de todas las sopas –mondongo, ajiaco, sancocho o fríjoles– se puede repetir hasta el desmayo.
No, porque ese aguado postre de natas no puede valer $ 13.000.
Sí y no. Sí y no. Sí y no. Sin embargo, por la gigantesca tarea de elaborar todos los días esos platos colombianos –que son de largo aliento–, creo que El Poblado es más un sí que un no. Básicamente porque se come sabroso. Por eso siempre vuelvo.
El Poblado. Avenida 19 n.º 100-60 y carrera 33 n.º 25A-08. Teléfono: 601-6356796.
MAURICIO SILVA
Editor de BOCAS
@msilvaazul