La primera columna que escribí para EL TIEMPO fue en abril del 2013. Han pasado 10 años desde aquel momento en el que, confieso, con muchos nervios e inseguridades, oprimí el botón de enviar al correo dirigido a Víctor Vargas, mi diligente y estimado editor.
El tema con el que arranqué fue los libros de cocina. Recuerdo mi molestia al ver tantos tan mal escritos y poco amigables, pero eso sí repletos de apetitosas fotos.
Una década después, durante la que he publicado 143 columnas, incluida esta, es decir, 352.500 letras, puntos, comas y espacios dedicados a la gastronomía, reflexiono sobre lo que ha significado y lo que he pretendido.
Escribir, para mí, es un ejercicio de soledad, de observación, de obsesión, a veces de insomnio, de tomar notas, de oír, de leer, de saborear, de ver y de tomar café, mucho café con pastillas de chocolate o con calados apenas untados con mermelada de mora.
Cada vez que se acerca la fecha límite de entrega me siento “tensionadita bacana” cómo decía el ‘Bolillo’ Gómez.
Escribo siempre en la mesa del comedor y hasta hoy caigo en cuenta de esto. La mesa, un mueble ancestral usado para apoyar, desde los tiempos de los egipcios según cuentan historiadores, es mucho más que una base plana con cuatro patas. En ella se tejen relaciones, se comparte el alimento con la familia, con los amigos, con colegas, con extraños o en soledad. Se dialoga, se ama, se unen lazos, se goza, se crea, se negocia, se decide. En la mesa se celebra, se llora, se pelea y se recuerda. Y también en la mesa, en mi mesa, se escribe de gastronomía.
Vivo y veo la vida a través de ella, por tal razón mis textos pocas veces se refieren exclusivamente a restaurantes, platos o comida. En mi mesa se habla de sociedad y gastronomía, desde la cotidianidad, la política, la economía, el agro, la salud, la cultura, el medio ambiente, la educación, el género, etc.
Decía lord Northcliffe, el gran magnate de la prensa británica, a sus periodistas: “Cuatro son los temas que garantizan un interés perdurable en los lectores: delincuencia, amor, dinero y comida. Solo el último es fundamental y universal. La delincuencia despierta interés minoritario, incluso en las sociedades peor reguladas. Es imposible imaginar una economía sin dinero y reproducción sin amor, pero no puede haber vida sin comida. Por ende, resulta legítimo considerar la comida como el tema más importante del mundo: es lo que más preocupa a la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo”. Cuatro temas que se discuten y conversan en la mesa.
Durante este decenio he aprendido y comprendido mucho más de este sector, que tiene la hermosa misión de dar felicidad. He vivido su desarrollo y su evolución y me entusiasma saber que cada día adquiere más relevancia en la sociedad, en los medios y en la cotidianidad. Agradezco enormemente a esta Casa Editorial por abrirme sus páginas dominicales, a los colegas, a los cocineros, a los productores y en especial a ustedes, queridos lectores, que han alimentado y compartido conmigo esta mesa, bienvenidos siempre.
Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
En instagram: @MargaritaBernal