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Leyla Cárdenas y la poesía de la destrucción
La exposición antológica de la artista se presenta en el Museo de Artes Visuales de la Tadeo Lozano.
Leyla Cárdenas con su obra en la U. Jorge Tadeo Lozano. Foto: Fernando Gómez. EL TIEMPO
Hemingway le dedicó a Fitzgerald uno de los halagos más poderosos de la literatura, una mezcla de sinceridad y asombro en su glorioso Parísera una fiesta. “Su talento”, escribió Hemingway, “era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa”. El talento es invisible; sutil. Y la obra de Leyla Cárdenas es tan así que es imposible reproducirla en todo su esplendor en una fotografía. Hay algo que se pierde entre el obturador y la obra; solo puede verse en vivo; como apenas se descubre que las alas de las mariposas están cubiertas de una mezcla de polvillo dorado, rojo o azul, con una mariposa entre los dedos.
De volver se, la exposición de Leyla Cárdenas en el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, empieza con dos piezas que tienen esa sutileza; en una pared hay una escalera deconstruida. Leyla la vio en la calle, la recogió, se la llevó a su estudio, la ‘raspó’ y sacó varias capas para reconstruirla en una pared. La obra muestra las tiras de la escalera –tan delgadas como una hoja de papel bond– en un juego de sombras increíble.
Solo unos metros más adelante hay otra pieza imposible de fotografiar en todo su esplendor: se trata de un cable pegado de pared a pared. Y sobre él se levantan los cerros de Bogotá. O la cordillera de los Andes. O las montañas imposibles de escalar. La poesía depende de cada uno. En una esquina, en el piso, hay cemento, un atomizador de agua y una espátula para que cada uno levante su trozo de planeta sobre el cable.
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Obra de Leyla Cárdenas, en Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Foto:Fernando Gómez. EL TIEMPO
Cárdenas se mueve por su exposición con el índice derecho arriba; se encarga de señalar cada pieza con la paciencia de un relojero, entre otras cosas, porque sus ojos se han encargado de recoger los detalles mínimos de la geografía de la ciudad. Es artista, escultora y 'arqueóloga'; cada descubrimiento suyo merece un lugar en un museo de arte y en uno de historia. Hay una pieza que tiene las capas de seis papeles de colgadura que encontró en los muros de una casa recién demolida cerca de la Casa de Nariño, cada capa podía pertenecer a dueños diferentes, épocas diferentes, un papel es importado de Inglaterra, otro era francés; otro probablemente fue producido en Colombia.
En otra pieza recogió los restos de la fachada y del piso de una casa que también fue demolida por la modernidad, el progreso, la necesidad o la barbarie; antes de que fuera derribada y sus columnas de mármol quedarán reducidas a polvo y escombros, la fotografió en todo su esplendor decadente. En sus fotos originales podían verse los grafitis que cubrían la fachada, pero también el romanticismo arquitectónico de toda una época. La escultura que hizo muestra los restos de la casa cubiertos con fragmentos de esas fotos; el efecto visual es impresionante: la casa aparece ante nuestros ojos totalmente irrecuperable. Es un rompecabezas imposible de armar de nuevo. Es un pasado que fue destrozado a martillazos.
Hay algo paradójico en la obra de Leyla Cárdenas; la violencia de la destrucción se convierte en un instante poético. Hay una pieza más en la que recuperó las capas de pintura y las puso a flotar en el piso. En otra, de una serie de pedazos de muro, saca unos preciosos chorros de pintura; los ríos de un pasado que se deshace. Y entre los restos de la vieja casa de León de Greiff –como un arqueólogo en busca de un hueso de dinosaurio– encontró un libro carcomido por los años y la humedad. Hizo un tejido con el título, La ideas liberales en Colombia, y lo enmarcó para convertirlo en una obra sensacional.
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Obra de Leyla Cárdenas en el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Foto:Fernando Gómez. EL TIEMPO
La exposición es una antología; tiene obras de diferentes momentos y fechas, una de las piezas más reconocidas es su gigantesco telón de la Estación de la Sabana, un sitio que, para Leyla, resume un poco la destrucción del centro de Bogotá y del pasado de la ciudad. La Estación –un sitio espectacular y monumental– apenas sobrevive por su tamaño; no hay trenes de carga ni de pasajeros y, en su momento, era el eje central del movimiento en Colombia. La foto impresa sobre lino muestra su fachada en el frente y, en el piso, el lobby –con sus impresionantes columnas– convertido en un pedazo del Museo de la Policía y con un Ferrari decomisado pintado con los colores de la institución.
Hay una serie de fotos –impresas en diversos materiales– que llevan la idea a otros ámbitos: una fachada de una casa republicana con el letrero de una droguería, un fotomontaje con los restos de una casa en ‘el cartucho’, donde se ve flotar una cama, la cocina y el resto de lo que alguna vez fue un hogar.
Y una obra imperdible hecha especialmente para el Museo de la Tadeo: Cárdenas rescató una foto de Gumersindo Cuellar de los años 30 en la que se ve la Carrera 7 en un momento de esplendor. La proyectó en una pared y la dibujó entre raspones sobre la pintura: en la foto se ve el tranvía y una ciudad que podría pasar por una capital europea; el dibujo –de alguna manera– se descuelga en un collage con la Bogotá actual.