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Un hipopótamo asesinado y otras historias infelices del arte colombiano
La exposición Contra-política en la galería La Cometa de Bogotá explora la historia de Colombia.
Un hipopótamo sirve como metáfora del horror y el esplendor de un país. Foto: Ferrnando Gómez Echeverri
El hipopótamo está patas arriba, tiene la boca abierta, los ojos todavía vivos y un tiro en la sien en el mismo lugar en el que lo recibió Pablo Escobar. “¡Bratatá!”: las balas retumban en otra obra. Y en otra y en otra. Y la cocaína flota en el ambiente. La Galería La Cometa –con la juiciosa curaduría de Rafael Londoño– presenta Contra-política, una exposición que repasa de arriba abajo la larga línea blanca que atraviesa el país en todo su horror y esplendor.
Las obras de Miguel Ángel Rojas, Carlos Castro, Jorge Julián Aristizábal y Camilo Restrepo, narran la historia de la coca y de la cocaína en Colombia desde varios puntos de vista que se clavan como balazos y puñaladas: desde el consumidor entregado, desde las víctimas y los mártires, los campesinos, los indígenas, los políticos, los capos y los asesinos.
La exposición mezcla el humor y el terror de una forma magistral; es posible pasar de la risa al escalofrío. O de la belleza, la iración y la contemplación a un largo silencio. En el primer piso hay un preciosa composición abstracta de Miguel Ángel Rojas; la obra ocupa todo un muro y está hecha con hojas de coca mordisqueadas por insectos. El dibujo que forman podría ser parte de una exposición de arte abstracto y no ‘decir nada’, pero la pieza tiene una trampa. Los insectos –la plaga que tan vorazmente se come la hoja– llevan un nombre particular. Los campesinos les dieron un nombre que resume la problemática de la oferta y la demanda: “gringos”. Rojas va más allá y otra de las piezas que presenta, su ‘¡Bratatá!’, es un fusil con esa onomatopeya hecha con puntitos de hoja de coca.
Jorge Julián Aristizábal, por su lado, presenta un almanaque con dibujos de montoncitos de cocaína; pequeñas pirámides de vicio y soledad. “Para un drogadicto”, dice, “la cocaína es un problema que dura todo el año. Y todos sus días son iguales”. Y él mismo se incluyó en la historia de una forma particular: un autorretrato, tres líneas de polvo blanco de 1.94 de largo, su estatura. “Cuando hice el dibujo, en 2006, pregunté cuánto costaba el gramo de cocaína en Nueva York. Mi precio –por raya– era de 18 millones de pesos”.
Aristizabal también juega con las frases de los políticos y las imágenes religiosas; tiene un Sagrado Corazón de Jesús con una capucha aterradora; el título no deja dudas: El incorruptible. Y toda una serie de personajes de la política con frases de antología sacadas de la sección De labios para afuera de El Espectador. Algunas todavía están bastante frescas: “(Los asesinatos a líderes sociales), en su mayoría, (son) fruto de un tema de linderos, de un tema de faldas”. O: “La masacre de las bananeras es otro de los mitos históricos”. O: “Apología a qué delito, si Pablo no fue ningún delincuente”.
Exposición Contra-política en la galería La Cometa. Foto:cortesía galería La Cometa
Porque la exposición, por supuesto, también habla de Pablo y otros delincuentes. Carlos Castro hizo varios tapices monumentales, gobelinos con tanta dedicación como las que presentan las escenas clásicas de la realeza europea, con nuestros mafiosos, pero en lugar de escenas de caza, en las que un príncipe a caballo persigue con su perros a un ciervo desesperado, Castro presenta un Pablo Escobar chiflado encima de un hipopótamo. En sus tapices, sus honorables caballeros tienen las insignias de los paramilitares en los brazos y de las fuentes de sus jardines no brotan aguas cristalinas, sino sangre; pero tal vez sus piezas más impactantes son sus esculturas con objetos del vicio y del hampa callejera. Hay una especie de corona hecha con cuchillos ‘hechizos’ decomisados por la policía y un instrumento de viento ensamblado con pipas de bazuco.
Obra de Carlos Castro en la exposición Contra-Política. Foto:Archivo particular
Y –entre tanto horror– también hay un toque de humor siniestro; Camilo Restrepo recopiló todos los alias que se publicaron en EL TIEMPO durante un año entero e hizo un gráfico en el que aparecen 727 criminales; el que más se repite es Otoniel, seguido por Chiquito Malo, Gonzalito, Siopas, Gentil Duarte e Iván Mordisco. Por su lado, Yogui, Coja, Cuervo, el Señor del agua, Mata Garra, Veterano y Mono 20, son de los que menos fueron mencionados. Restrepo también se fijó en su ropa –sobre todo cuando son atrapados y presentados por la policía– y reprodujo sus camisetas en una especie de sofisticado catálogo de moda mafiosa. Y claro… su hipopótamo. Y el horror: el verdadero horror.
La escultura de hipopótamo muerto está en un cuarto cerrado cubierto con stickers de Andrés Parra en su interpretación de Escobar y una leyenda que lo dice todo: “¡Mátenlos a todos! Repito: ¡Mátenlos a todos!” Porque en su obra hay muerte; hay tres retratos impresionantes en los que se ven los efectos de las balas. Hay tanta carne y tanta sangre como en los retratos más descarnados de Francis Bacon, pero Bacon –creo– no se atrevió a tanto. Esos tres retratos son el horror en estado puro, porque es imposible escapar de los recuerdos y de la historia; desde que los vi, los tres retratos, en especial el de Galán, vuelven como una pesadilla recurrente. Restrepo destrozó sus caras y las convirtió en masas sanguinolientas. Son la estampa de los años 80 y 90: el Mexicano, Luis Carlos Galán y el pobre arbitro que asesinó la mafia en el año 1989, el año que, de tanta sangre, incluso se acabó con el fútbol y no hubo campeón. El crimen de Álvaro Ortega, por supuesto, también sigue impune.