Les voy a contar una historia. Hace un par de años tenía por costumbre salir al parque de mi barrio en bicicleta. Un parque bonito, organizado, limpio y, lo más importante, bastante concurrido. No solo por los vecinos, sino por sus mascotas.
El parque de mi barrio está dotado de juegos infantiles, cancha de tenis, una estación para la reparación de bicis, canchas de baloncesto, zonas verdes, caminos adoquinados, ciclorruta y mobiliario para el deporte.
Pero un día, cuando iba a hacer la rutina de siempre, se me atravesó en la ciclorruta una señora con su pinscher, un perro de escasos 6 kilos de peso y que cabe en una mano. No pude frenar. Le pasé por encima. Con las dos ruedas. Iba despacio, pero el animal comenzó a chillar frenéticamente. Su dueña hacía lo propio. “Salvaje”, me gritaba. Yo conservé la calma y traté de explicarle que el animal estaba bien y que, si lo deseaba, podíamos llevarlo a una veterinaria. La mujer no escuchaba razones, solo masajeaba la panza del pobre animal.
Algunos vecinos se acercaron. Unos se solidarizaron conmigo: “Usted tiene razón, iba despacio, pero el animal se atravesó”. Otros decían que debía tener cuidado porque la ciclorruta era para todos. Al final de cuentas cada uno agarró por su lado. Yo jamás volví a la ciclorruta, cosa que me dolió.
Para mi quedó clausurada y ahora solo voy a caminar. Pero noté que otras personas que también iban a pasear en bici dejaron de hacerlo, especialmente los niños, quizás porque sus papás les narraron el horrible episodio de una bicicleta pasando sobre la panza de un pinscher.
Ahora veo que no soy el único al que le gritan improperios por usar la ciclorruta. Sí, porque mi pecado fue transitar por un espacio diseñado para bicicletas, no para peatones. Y veo que ya son varias las historias que se parecen a la mía, es decir, un espacio diseñado para la convivencia se está convirtiendo en campo de batalla.
Esta semana tuve la fortuna de participar en un encuentro con verdaderos especialistas en temas de movilidad, de la Universidad de los Andes, Grupo Sur, Fundación Bloomberg, Ciudad Humana, Despacio y otros. El tema salió a flote y entonces muchas cosas quedaron claras.
Para comenzar, estos expertos, que hacen una labor extraordinaria en aras de reducir el número de siniestros viales y, por ende, el número de muertos y heridos, coinciden: la ciclorruta fue diseñada para la bicicleta –como yo intenté explicárselo a la mujer del pinscher de 30 centímetros–, no para los peatones ni para las odiosas bicicletas de motor, ni para los bicitaxis de motor ni para las carretas de los recicladores.
Y ese es el problema de fondo, que las ciclorrutas se han venido convirtiendo en espacio para todos y generando conflictos innecesarios. Hasta las convierten en pistas para el atletismo. Yo entiendo que son atractivas y que provoca caminar por ellas o correr por ellas, pero no sé por qué la gente no comulga con su naturaleza.
Quizás, como lo advirtieron estos mismos expertos, lo que está sucediendo es algo que no hemos notado y es que Bogotá se está volviendo una ciudad de atletas, de gente que busca espacios para correr, pasear, montar bicicleta y que es hora de pensar en nuevos espacios, además de los que ofrecen los parques o centros deportivos. Pero claramente la ciclorruta no es la solución ni se la pueden tomar por asalto.
Y como lo advertía el editorial de EL TIEMPO de ayer, la legislación se está quedando corta frente a la micromovilidad. La ciclorruta está repleta de bicis eléctricas, patinetas, patines, caminantes, perros, todos haciendo uso de un espacio no diseñado para tal fin. Las bicicletas de motor o bicitaxis o las mismas patinetas exceden la velocidad permitida en la ciclorruta, 25 km, y el peatón o el atleta que la usa exponen su integridad física.
Por eso, el debate planteado resulta pertinente. Bogotá es símbolo de la bicicleta y la ciclorruta a nivel global. Es la ciudad que más ha apostado y sigue apostando por ellas, aunque con algunas falencias, como meter una ciclorruta por la 7.ª sin medir el impacto que está generando para la salud de los s.
Si no encontramos formas de respetar la ciclorruta y hacerla amigable para todos, los conflictos seguirán escalando y serán más graves que pasarle dos ruedas por encima a un pinscher.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General
EL TIEMPO
@ernestocortes28