“Las últimas dos Navidades las pasé solo en mi habitación, haciendo trabajos de la universidad, tomando vino, mientras mis papás llegaban tarde de trabajar y cansados y se iban a dormir. Ni modo, tampoco podía llamar a mis amigos, ellos sí estaban con sus seres queridos”. Fabián López es un joven de solo 20 años a quien los problemas de su hogar le crearon un vacío que todos los días lucha por llenar.
Siempre ha vivido con sus padres y su hermana, pero en estos días de festividades se le devuelve la película de su vida, y cuando eso le pasa trata de salir de esos recuerdos como quien busca salvarse de un fango espeso para ver la luz.
Cada vez que recuerda la historia de su familia hay una palabra que aparece: ‘peleas’. “Siempre ha habido negocios familiares en donde una persona retenía todo el dinero, mientras que los demás vivían los estragos de la escasez”.
También recuerda a su padre enfermo del corazón, postrado en una cama y en riesgo de desfallecer. “Mi crianza se dio con ese entorno de discusiones y odios. Mientras más dinero, más peleas. Vivimos en medio de una guerra familiar malsana. Muchos quedaron en la calle, la pasaron muy mal y se desintegró la familia”.
Luego, recuerda, su padre intentó montar negocios, panificadoras, con sus hermanos, y otra vez culminaron en pelea. “Siempre terminaba quebrado y nosotros, en la calle”. Y mientras todo eso pasaba había un niño en crecimiento que se alimentaba de odio.
Fabián tiene pocos recuerdos buenos de la Navidad o del Año Nuevo. “Recuerdo a cinco familias juntas metidas en una casa y a una sola persona en otra, viviendo con todas las comodidades mientras los otros solo sobrellevaban la situación. Recuerdo a niños esperando un regalo en medio de una cantidad de carencias”. También eran muy devotos; entonces, para Fabián era contradictorio que una familia tan creyente peleara tanto. Así se creó en él una aversión a la religión.
Dice que en los tiempos en que su padre tuvo dinero tampoco fueron bonitas las Navidades por una sencilla razón: “Él no estaba con nosotros”. Luego, en la adolescencia, las frustraciones de sus padres terminaron exacerbando las discusiones.
Su época escolar tampoco la pasó muy bien. Fabián era un joven al que le gustaba la lectura, y eso lo hacía blanco de todo tipo de burlas. “Un día, tres compañeros me quitaron un libro y lo despedazaron. Me dio tanta ira que los golpeé, y aunque dejaron de maltratarme, pues es un recuerdo triste con el que cargo”.
A los 13 años vivió su primer episodio de ansiedad. Estaba en el salón de clases cuando, de repente, sintió una opresión en el pecho y un desespero incomprensible. No podía respirar y se le encalambraron los brazos. “Recuerdo que le pedí al profesor que me dejara salir al baño, pero lo que más me alteró es que un docente que estaba afuera me comenzó a regañar; me alteré tanto que comencé a pegarle a la pared. Yo estaba en crisis y él no entendía eso. Mi familia nunca se enteró, siempre estaba trabajando y yo, solo”.
A partir de ese momento, la ansiedad se le manifestaba casi siempre de la misma forma. “Luego todo empeoró porque apareció una pregunta que me rondaba todo el tiempo: la vida es absurda, ridícula. Entonces, ¿para qué seguir?”.
Era como cargar un piano en sus hombros. “Tenía miedo de esforzarme para que luego todo se cayera al piso, como le sucedió a mi padre. Acumulé mucha ira”. Eso hizo que fuera un joven que estaba siempre a la defensiva, nunca estaba en paz.
Eso también lo llevó a cultivar amistades malsanas que guardaban odios parecidos y, por ende, a consumir alcohol y drogas.
Sin embargo, culminó su bachillerato en el 2016, pero esos dos años siguientes fueron los peores años de su vida. Aunque pasó el examen de la Universidad Nacional, no lo aceptaron en la carrera que quería, tampoco en la Distrital, entonces tuvo que trabajar en la panadería con sus padres, en esa época, uno de sus emprendimientos fallidos que montó con un tío. “La esposa de mi tío era la clase de persona que si las cosas no salían como ella quería, su reacción era la ira. Al final quebraron, nos demandaron y todos salieron perdiendo, incluso ellos”.
En ese tiempo Fabián se levantaba a las 4:30 de la mañana, trabajaba incluso sábados y domingos, y le pagaban 80.000 pesos semanales. “Un día me dijeron que me iban a bajar esa suma a 50.000. Era una humillación. En esa época surgieron en mí las primeras ideaciones suicidas”.
‘Superada’ esa etapa, este joven finalmente pudo entrar a la universidad. “Y ahí tuve una libertad que nunca había disfrutado. Otra vez llegaron a mí el alcohol y las drogas”. Los episodios de ansiedad empeoraron. “Una vez estaba en TransMilenio. Comencé a recordar cosas del pasado que me daban rabia. Luego sentí un golpe en la cabeza. Desperté en el portal, tenía sangre, me había desmayado. Muchos de mis ataques son así”.
A Fabián le ha tocado buscar ayuda solo: primero, en la universidad; luego, en la Fundación Sergio Urrego, y ahora, en FundAnita IPS, un lugar en donde se ha sentido reconfortado con el tratamiento. “Encontré una terapeuta con la que he sentido calma y paz”. Dice que las personas que critican la ansiedad o la depresión son lo mismo que las personas homofóbicas. “En el fondo tienen un problema reprimido y se niegan a aceptarlo. He conocido mucha gente que aparenta ser feliz y que por dentro están destruidas. Yo les digo que acepten lo que sienten y busquen ayuda, eso no es debilidad”.
Fabián dice que en este momento ya no le interesa recuperar el tiempo de las Navidades de su niñez. “Ya no volveré a ser niño; lo que no se hizo no se hizo, pero de aquí en adelante me gustaría pasar tiempo de calidad con mi familia. Mientras tanto, la Navidad para mí no significa nada, no existe, es un día más”.
No juzgar, lo más importante
Luisa Fernanda Parada, de FundAnita IPS, es psicóloga clínica de la Universidad Santo Tomás con posgrado en Sicología de la Salud de la Universidad Nacional. Explica que en esta época, los casos de depresión se han incrementado porque las personas identifican la fecha con la pérdida de un ser querido. “Eso ha aumentado con la pandemia”.
También relacionan estas fechas con peleas, problemas económicos o metas no cumplidas. “Hay muchas personas solas, sin redes de apoyo, el aislamiento ha aumentado con la virtualidad”.
No obstante, recomienda respetar las creencias de las personas. “No todos pensamos igual. Hay gente que disfruta de otro tipo de espacios, diferentes a una novena o una cena navideña”.
Finalmente, hizo un llamado a la empatía y a abrirse para que quienes necesitan apoyo confíen y pidan ayuda.
CAROL MALAVER