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El hombre entre bambalinas de los grandes espectáculos del Teatro Jorge Eliécer Gaitán

Diego Campos fue tramoyista durante cuatro décadas, hasta alcanzar el puesto de jefe de escenario.

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En la parte trasera (punto de embarque, lo llaman) del amplio escenario del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, se erige cual custodio en penumbras, de hace veintitrés años, la imagen en tríplex, con brazos articulados, del Cristo de las Fiestas de San Pacho.
El nazareno llegó de Quibdó para quedarse en Bogotá, porque fue un regalo que los organizadores de las celebraciones chocoanas le hicieron al teatro, luego de la aclamada presentación de las tradicionales alegorías al santo de Asís en el año 2000.
De esa época, el crucificado pachuno ha sido motivo de fe y devoción entre operarios y auxiliares del proscenio, incluido el jefe de equipo entre bambalinas, que antes de cada función le oran para que todo salga de maravilla.
Diego Campos, jefe de escenario del Jorge Eliécer Gaitán.

Diego Campos, jefe de escenario del Jorge Eliécer Gaitán. Foto:Néstor Gómez. EL TIEMPO

Fijar los pies en las tablas del Jorge Eliécer Gaitán, y desde allí hacer un paneo en cámara lenta a su imponente auditorio de herradura, con capacidad para 1.745 espectadores, su platea, los balcones, el cielo estrellado que es la iluminada techumbre, la obra de arte en fina madera de su infraestructura acústica, es un privilegio que compromete los sentidos y agudiza la imaginación.
En el escenario se percibe una poderosa carga energética de perfumados besos de trágicas Julietas a Romeos desdichados, partículas de sublimes arias incrustadas como diamantes en las pilastras, la erótica radiación de los tu tus de las libélulas de La bella durmiente, el triunfal do de pecho de Nessun Dorma del príncipe Calaf transmutado en un encaje de filigrana, y la condensada sal del llanto de las habaneras de Carmen que se derrama como la niebla.
Es que, en medio siglo de actividades, por el tablado del Jorge Eliécer Gaitán, de dieciocho metros por veintiuno de diámetro, se ha subido el gran telón innumerables veces para dar paso a cientos de espectáculos y figuras estelares de Colombia, América, y del otro lado del Atlántico, que han dejado un residuo de su alma, y el recuerdo imborrable de sus actuaciones entre vítores y fervorosos aplausos.
Que lo testimonie el señor Campos con su experiencia de cuarenta años en estas lides de tramoya, jefe operativo de escenario del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, de lo que ocurre entre bastidores, ese espacio secreto y entre sombras, donde se produce parte de la magia: “Es como si nosotros estuviéramos desarrollando una puesta en escena alterna, de la que no se entera el público”.

Entre telones

Diego Campos Cardona tenía veinte años cuando llegó como celador al Teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde supo por primera vez qué era un tramoyista.
Modelo 62, un metro y ochenta y siete centímetros de estatura, noventa kilos de peso, tez blanca, hechuras de maquinista de carga pesada, nacido en el barrio Salesiano de Tuluá, Valle, el maestro Campos dice tener material como para un libro sobre el aprendizaje y el recorrido de cuatro décadas al frente de la tramoya de uno de los escenarios más bellos y relevantes de Colombia y Latinoamérica.
Subir el telón para dar paso a una función, y oír el murmullo y el aplauso del público, es una gran emoción para uno como tramoyista
Asido a las cuerdas de fique, Campos explica el mecanismo artesanal con el que sube y baja el enorme fondo de terciopelo vino tinto, símbolo mayestático del proscenio que, en guardadas proporciones, sugiere un ejercicio similar al del grumete que leva las velas de un galeón. De hecho, dice que antes las cuerdas del telón estaban marcadas con nudos, como las que utilizan en los navíos.
Todo, “a puro brazo”, como se ha operado de tiempos idos en los grandes escenarios del mundo. “Subir el telón para dar paso a una función, y oír el murmullo y el aplauso del público, es una gran emoción para uno como tramoyista. La primera vez que lo hice, en 1995, ha sido, como el nacimiento de mis siete hijos, uno de los momentos inolvidables de mi vida, mezcla de nervios y de inmensa alegría”, argumenta don Diego.
Diego Campos trabaja desde los 20 años en el teatro.

Diego Campos trabaja desde los 20 años en el teatro. Foto:Néstor Gómez. EL TIEMPO

Cuando Campos habla de la “puesta en escena” entre bambalinas, se refiere al libreto técnico previamente estudiado y calculado, igual que la parafernalia que se utiliza en el proceso de una función, llámese ópera, concierto sinfónico, megarrepresentación teatral (como las del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá), solistas, orquestas, circo, montajes infantiles, revistas folclóricas, etcétera.
De los montajes de más trabajo y concentración, don Diego rememora Sugar, su primer musical tras la cortina (con María Cecilia Botero, Pacheco y un elenco estelar); el andamiaje de Carmina Burana, con la Orquesta Filarmónica de Bogotá; la monumental puesta en escena sobre agua de El infierno, inspirado en el pasaje de La Divina Comedia, del recordado director esloveno Tomâz Pandur; y el supermontaje operático de Turandot, de Puccini, a cargo de la Ópera de Colombia.
Este bello oficio de la tramoya no se aprende sentado en un pupitre sino viendo a los que saben, y en la práctica
Horas antes de la función, Campos y su personal se preparan física y mentalmente “como si fuera la final de un torneo de fútbol”. A las seis de la tarde se citan en la cafetería para despejar dudas y ultimar detalles sobre el libreto técnico.
A las siete y treinta de la noche, operarios y auxiliares regresan al escenario y se ubican en puntos estratégicos de la tras-escena. Radioteléfono en mano, y a través de un cifrado de claves, Campos coordina el desarrollo técnico de tramoya, y en un lapso de aproximadamente treinta minutos, entre el primer y último llamado, se sube el telón.
Don Diego, en los cuarenta años que lleva como tramoyista sénior del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, dice que cada día hay algo por aprender, máxima derivada de la gran escuela empírica, al subrayar que “es la experiencia la que hace al maestro”.

De celador a tramoyista

Lo corrobora Campos, quien llegó joven de Tuluá, Valle, a Bogotá, con sus padres y hermanos, huyendo de la cruenta violencia bipartidista, a levantar un rancho con tela de parói, esterilla y techo de zinc, en un peladero del barrio Lucero Bajo, localidad Ciudad Bolívar, a merced de las faenas agropecuarias de su progenitor y de las arepas que hacía su señora madre para vender en tiendas y asaderos.
Entre pupitres, mientras el profesor llenaba el tablero con sesudas ecuaciones algebraicas y logaritmos infinitesimales, Campos anhelaba ser un crack del fútbol como el ‘Tigre’ Gareca o Hugo Gottardi, sus ídolos, pero la ilusión solo le alcanzó para brillar con el número 9 en los torneos intercolegiados organizados por la alcaldía de Ciudad Bolívar.
Simultáneo a su rol de tramoyista, Campos Cardona se ha enriquecido de cultura y conocimiento de las artes

Simultáneo a su rol de tramoyista, Campos Cardona se ha enriquecido de cultura y conocimiento de las artes Foto:Néstor Gómez. EL TIEMPO

No fue en vano, porque gracias a su destreza con el balón, y en el afán de buscar trabajo, un alto funcionario de la Secretaría de Gobierno lo ó con el entonces concejal Telésforo Pedraza, y este lo recomendó, tarjeta firmada, con Alberto Upegui Acevedo, promotor y mecenas del arte lírico y la música colombiana en Bogotá, director del Instituto Distrital de Cultura y Turismo (hoy Idartes).
–Bueno, ¿y tú qué sabes hacer? –le preguntó Upegui, mirando de arriba abajo al veinteañero Campos.
–Doctor, yo lo único que sé es hacer caso –le contestó respetuoso.
Y esa respuesta del aspirante fue suficiente para que le dieran un puesto de celaduría en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Un día se enfermó Guillermo Cadena, ‘El Camello’, uno de los técnicos de tramoya, y el , viendo el porte macanudo de Campos, lo asignó como reemplazo.
“Eso fue en mayo de 1983. Yo tenía veinte años, y gracias al ‘Camello’, que fue mi gran maestro, me quedé en el escenario. Este bello oficio de la tramoya no se aprende sentado en un pupitre sino viendo a los que saben, y en la práctica. Añoro con gratitud a todos los que me enseñaron: Marcos Alarcón, pensionado, y Germán Velandia, fallecido en un accidente de moto. El ‘Camello’, alma bendita, se fue hace cuatro años”.
Simultáneo a su rol de tramoyista, Campos Cardona se ha enriquecido de cultura y conocimiento de las artes, gracias al permanente o con directores, productores, diseñadores, elencos, y de primera mano, con el caudal de representaciones artísticas que suceden en el escenario, cada vez que sube el terciopelo.
Por estas fechas de celebraciones de los 50 años del Teatro Jorge Eliécer Gaitán, con una programación cultural digna de un aniversario de campanillas, su directora Maura Achury y el señor Cardona atienden recorridos de grupos, la mayoría estudiantes, llevados por la curiosidad que inspira el majestuoso edificio art déco, de la carrera 7.ª con calle 22, su historia, el auditorio, el escenario, el foso, los camerinos y demás laberintos y recovecos insospechados que lo componen.
A sus sesenta y un años, Diego Campos Cardona afirma sentirse como un roble y, por carrera istrativa, aspira a continuar hasta los setenta en el escenario que lo vio nacer tramoyista: el del Jorge Eliécer Gaitán.
Todavía quedan muchas lunas de por medio para su última función.
¡Aplausos!
Renovación del antiguo Teatro Colombia para ampliar tarima y adecuar silletería del nuevo Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán.

La historia del ícono de la arquitectura y de la cultura de la ciudad y les mostraremos cómo funciona el teatro más grande de la ciduad y del país. Foto:CITY TV

Ricardo Rondón Chamorro
Especial para EL TIEMPO

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