
Ciclovía: medio siglo de fiebre por la bicicleta en Bogotá; esta es la historia del simbólico espacio en la ciudad
El espacio de recreación semanal se ha convertido en un referente para el mundo.


El domingo 15 de diciembre de 2024 se cumplen 50 años de la ‘gran manifestación del pedal’, uno de los grandes puntos de inflexión que ayudó a consolidar la ciclovía en la capital colombiana. Años antes, una tesis universitaria había planteado la posibilidad de transformar la forma en la que los bogotanos se movían por la ciudad. Con el tiempo, se estableció un espacio semanal cada domingo y festivos para que las personas usaran su bicicleta e hicieran deporte. Hoy es un símbolo y referente para el mundo.

Domingo. Siete de la mañana. Es 1.º de diciembre y hace frío en Bogotá. En la carrera 7.ª con calle 72 todo está listo para dar inicio a otra jornada de ciclovía. Poco a poco, sin permitir que el clima los espante, empiezan a pasar personas en bicicleta, en patines, trotando o caminando a buen ritmo. En las aceras ya están abiertos los puestos de los expertos en reparar las ciclas, en hacer el clásico salpicón. Dentro de pocos minutos, estas calles —y los más de ciento veinte kilómetros que conforman los circuitos de la ciclovía a lo largo y ancho de la ciudad— estarán llenas de personas de todas las edades que harán uso de un espacio que medio siglo atrás era impensable.
Domingo. Nueve de la mañana. 15 de diciembre de 1974. En este mismo punto de la ciudad —la 7.ª con 72—, aunque en un entorno distinto en el que no estaban aún los altos edificios que hoy reinan en cada costado, un grupo se alista para empezar ‘La gran manifestación del pedal’: una convocatoria que reunió a más de cinco mil personas y que, bajo el grito de ¡ciclistas a la calle!, logró que por primera vez se cerraran vías principales de la ciudad para dedicarlas a las bicicletas. Durante tres horas, de nueve a doce, recorrieron un circuito que iba de la carrera 7.ª a la 13, entre la calle 72 y la avenida Jiménez. ‘El circuito de la tranquilidad’, lo bautizó este diario en un artículo que publicó un día antes y en el que se describía el evento como una voz a favor de las ventajas de la bicicleta. “¡Abajo la contaminación! ¡Viva el aire puro!” fueron otras de las consignas que se escucharon. Para muchos, esa manifestación fue la primera piedra de lo que hoy se ha consolidado como la ciclovía bogotana.


FOTOS: Fernando Caro - Archivo EL TIEMPO

Detrás de este encuentro, que por supuesto contó con el apoyo de las entidades distritales —necesario para haber podido “tomarse las calles”—, estaba un movimiento de jóvenes liderado por la organización Pro-Cicla, con los arquitectos Jaime Ortiz Mariño y Fernando Caro Restrepo a la cabeza. Ambos se conocían desde la infancia y llegaron a obtener el título universitario con una idea fija: buscar estrategias para incorporar la bicicleta en el desarrollo urbano de Bogotá. Era el inicio de los años setenta. Tiempos de la contracultura. De los derechos y el nacimiento de la conciencia ambiental. “Estábamos todos muy revoltosos —recuerda Ortiz Mariño—. Y el debate sobre las ciudades era algo cotidiano para nosotros”. Tenían la bicicleta en mente, no solo por lo que ya pasaba en otras partes del mundo, sino por lo que sucedía en el país. Aquí, la cicla reinaba en el deporte —con eventos como La Vuelta a Colombia—, en el campo —donde resultó fundamental en muchas labores— y en la ciudad, en tareas específicas o como objeto recreativo. “La bicicleta ya estaba en nuestro ADN. Lo que hicimos fue abrir la discusión urbana sobre la necesidad de un espacio para los s”, agrega Ortiz Mariño. El entusiasmo de los dos arquitectos era tal que, además de su activismo, decidieron crear un almacén dedicado a las bicicletas: Ciclopedia se llamó, y se convirtió en punto de encuentro de muchos de los interesados en que las ciclas fueran las protagonistas de las calles bogotanas. A ellos se les unió Rodrigo Castaño Valencia, que cumplió un papel clave: consiguió que los medios de comunicación se volvieran aliados del proyecto.
Claro, ellos no estaban solos en el tema. Lo que se vivió en esos primeros años setenta fue una suma de iniciativas que venían de diferentes partes y buscaban el mismo objetivo. Un año antes de aquella primera ‘manifestación del pedal’, un estudiante de la Universidad de los Andes había planteado en su tesis de grado la idea de crear ciclovías en la ciudad. Motivado por el entonces rector, Eduardo Aldana Valdés, el ingeniero civil Pablo Tarud desarrolló un estudio en el que presentaba la opción de usar la bicicleta como medio complementario de transporte en Bogotá y describía que, para ello, podían usarse los separadores que se extendían en muchas de sus avenidas. Los detalles de la tesis de Tarud, que ya recorría los ámbitos académicos, los dio a conocer al público general el periodista Daniel Samper Pizano en un artículo que salió en este diario el 29 de julio de 1973. ‘La vieja bicicleta, lo último en vehículos’, se tituló. “Ante los problemas que han traído los vehículos automotores, el mundo está volviendo a considerar la bicicleta como un paraíso de dos ruedas”, escribió Samper. Una frase que hoy sería igual de oportuna. mejor.
El 15 de diciembre de 1974 se realizó la ‘Gran manifestación del pedal’, considerada para muchos como el comienzo del cierre de calles para el tránsito de bicicletas.
"Bogotá tiene varias ciudades en su interior y la ciclovía transita por todas ellas. Este espacio ayudó a que tuviera una identidad”
Tatiana Gomescásseres
socióloga
El 15 de diciembre de 1974 se realizó la ‘Gran manifestación del pedal’, considerada para muchos como el comienzo del cierre de calles para el tránsito de bicicletas.
FOTOS: Fernando Caro - Archivo EL TIEMPO
Detrás de este encuentro, que por supuesto contó con el apoyo de las entidades distritales —necesario para haber podido “tomarse las calles”—, estaba un movimiento de jóvenes liderado por la organización Pro-Cicla, con los
arquitectos Jaime Ortiz Mariño y Fernando Caro Restrepo a la cabeza. Ambos se conocían desde la infancia y llegaron a obtener el título universitario con una idea fija: buscar estrategias para incorporar la bicicleta en el desarrollo urbano de Bogotá. Era el inicio de los años setenta. Tiempos de la contracultura.
De los derechos y el nacimiento de la conciencia ambiental. “Estábamos todos muy revoltosos —recuerda Ortiz Mariño—. Y el debate sobre las ciudades era algo cotidiano para nosotros”. Tenían la bicicleta en mente, no solo por lo que ya pasaba en otras partes del mundo, sino por lo que sucedía en el país. Aquí, la cicla reinaba en el deporte —con eventos como La Vuelta a Colombia—, en el campo —donde resultó fundamental en muchas labores— y en la ciudad, en tareas específicas o como objeto recreativo. “La bicicleta ya estaba en nuestro ADN. Lo que hicimos fue abrir la discusión urbana sobre la necesidad de un espacio para los s”, agrega Ortiz Mariño. El entusiasmo de los dos arquitectos era tal que, además de su activismo, decidieron crear un almacén dedicado a las bicicletas: Ciclopedia se llamó, y se convirtió en punto de encuentro de muchos de los interesados en que las ciclas fueran las protagonistas de las calles bogotanas. A ellos se les unió Rodrigo Castaño Valencia, que cumplió un papel clave: consiguió que los medios de comunicación se volvieran aliados del proyecto.
El 15 de diciembre de 1974 se realizó la ‘Gran manifestación del pedal’, considerada para muchos como el comienzo del cierre de calles para el tránsito de bicicletas.
"Bogotá tiene varias ciudades en su interior y la ciclovía transita por todas ellas. Este espacio ayudó a que tuviera una identidad”
Tatiana Gomescásseres
socióloga
Claro, ellos no estaban solos en el tema. Lo que se vivió en esos primeros años setenta fue una suma de iniciativas que venían de diferentes partes y buscaban el mismo objetivo. Un año antes de aquella primera ‘manifestación del pedal’, un estudiante de la Universidad de los Andes había planteado en su tesis de grado la idea de crear ciclovías en la ciudad. Motivado por el entonces rector, Eduardo Aldana Valdés, el ingeniero civil Pablo Tarud desarrolló un estudio en el que presentaba la opción de usar la bicicleta como medio complementario de transporte en Bogotá y describía que, para ello, podían usarse los separadores que se extendían en muchas de sus avenidas. Los detalles de la tesis de Tarud, que ya recorría los ámbitos académicos, los dio a conocer al público general el periodista Daniel Samper Pizano en un artículo que salió en este diario el 29 de julio de 1973. ‘La vieja bicicleta, lo último en vehículos’, se tituló. “Ante los problemas que han traído los vehículos automotores, el mundo está volviendo a considerar la bicicleta como un paraíso de dos ruedas”, escribió Samper. Una frase que hoy sería igual de oportuna. mejor.
VIAJE A LA HISTORIA DE LA CICLOVÍA EN LA CAPITAL
Estos son los momentos claves y los personajes que fueron claves en la consolidación de este espacio de deporte y recreación en la ciudad.

Al mismo tiempo, entidades como Planeación Nacional empezaban a hacer estudios puntuales sobre la viabilidad de establecer rutas para las bicicletas y otros grupos de universitarios se aventuraban a probar algunos recorridos urbanos. “Lo que se dio fue una convergencia de hechos afortunados. No hay que olvidar la existencia del C100, liderado por Carlos Pinzón, por ejemplo, que también despertó el interés de la ciudadanía. Fue la unión de un montón de personas que, sorprendentemente, le vieron posibilidades a la bicicleta”, dice el experto en urbanismo y movilidad Ricardo Montezuma. Con tantas voces a favor, el tema siguió su camino. Aunque sus avances serían lentos. En 1976 se logró su primera reglamentación, cuando el entonces alcalde Luis Prieto Ocampo expidió los decretos 566 y 567, después de hacer un estudio cuyo resultado recomendaba “implementar ciclovías, ciclopistas y ciclorrutas en la ciudad”. Las decisiones oficiales, sin embargo, no significaban todavía un gran avance. “Prieto le dio vida jurídica a la ciclovía, pero no era un total convencido del asunto —dice Ortiz Mariño—. Él puso como condición no cerrar las vías principales. Se hicieron cuatro circuitos —en el Olaya, en la carrera 3.ª, en el Simón Bolívar y uno por el norte—, pero eran pequeños y no tenían el mismo atractivo”.
El salto mayor vino a darse a comienzos de los años ochenta, con Augusto Ramírez Ocampo como alcalde y Gonzalo Medina Vaca en la Secretaría de Tránsito. Ambos decidieron fortalecer la ciclovía. Extendieron sus circuitos y dieron un paso fundamental: abrieron las avenidas principales para las bicicletas, que era lo más esperado por los ciudadanos. El tema llegó a tener tal interés desde el punto de vista académico, político y cívico que en esos años se llevó a cabo en Bogotá el Primer Seminario sobre Planeación de Ciclovías, con la participación de expertos de diferentes países. Los medios de comunicación se unieron al optimismo. El 22 de octubre de 1982, EL TIEMPO publicó un editorial que tituló: ‘Bogotá inventa playa’. Y entre otras cosas decía: “Aunque en un principio la idea parecía un poco excesiva, la destinación de un costado de la carrera 7.ª a la recreación dominical de los bogotanos promete ser todo un éxito. Bogotá no estaba acostumbrada a la clase de espectáculos que ofrece el carnaval de la 7.ª en fin de semana. (...). Es una pequeña fiesta que contrasta con la antigua abulia de los domingos bogotanos”. Con ese apoyo general, la ciclovía comenzó a adquirir las características esenciales que hoy mantiene, si bien en el camino ha ganado mucho tanto en cobertura como en logística. “Al principio todo era muy modesto —recuerda Ortiz Mariño—. Durante unos diez años funcionaba con un camión, un chofer, un ayudante y cien señales de metal. Por las mañanas salían y botaban las señales en las intersecciones. La evolución ha sido tal que hoy la ciclovía puede verse como el aula de civismo al aire libre más grande del mundo”.

FOTO: César Melgarejo - EL TIEMPO
En la historia de ese crecimiento, los años noventa fueron claves. En el 95, la ciclovía comenzó a ser istrada por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte —con Guillermo Peñalosa a la cabeza—, lo que significó un progreso no solo en su organización —se multiplicó el presupuesto, se aumentó su horario, se introdujeron más funcionarios para su logística, entre otras medidas—, sino en la extensión de sus circuitos. Las rutas han crecido al punto de que hoy cubren casi la totalidad de localidades de la ciudad. “Bogotá tiene varias ciudades en su interior, y la ciclovía transita por todas ellas”, dice la socióloga Tatiana Gomescásseres, autora de una de las investigaciones más completas sobre el tema, titulada Deporte, juego y paseo dominical: el caso de la Ciclovía de Bogotá. En esos años noventa, como parte de una campaña que buscaba generar la apropiación de los ciudadanos, surgió también un jingle que se quedó en la memoria de todos: “Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía”.
Siete de la mañana. Es 1.º de diciembre y hace frío en Bogotá. En la carrera 7.ª con calle 72 todo está listo para dar inicio a otra jornada de ciclovía. Poco a poco, sin permitir que el clima los espante, empiezan a pasar personas en bicicleta, en patines.
Siete de la mañana. Es 1.º de diciembre y hace frío en Bogotá. En la carrera 7.ª con calle 72 todo está listo para dar inicio a otra jornada de ciclovía. Poco a poco, sin permitir que el clima los espante, empiezan a pasar personas en bicicleta, en patines.
FOTO: César Melgarejo - EL TIEMPO
El salto mayor vino a darse a comienzos de los años ochenta, con Augusto Ramírez Ocampo como alcalde y Gonzalo Medina Vaca en la Secretaría de Tránsito. Ambos decidieron fortalecer la ciclovía. El tema llegó a tener tal interés desde
el punto de vista académico, político y cívico que en esos años se llevó a cabo en Bogotá el Primer Seminario sobre Planeación de Ciclovías, con la participación de expertos de diferentes países. Los medios de comunicación se unieron al optimismo. El 22 de octubre de 1982, EL TIEMPO publicó un editorial que tituló: ‘Bogotá inventa playa’. Y entre otras cosas decía: “Aunque en un principio la idea parecía un poco excesiva, la destinación de un costado de la carrera 7.ª a la recreación dominical de los bogotanos promete ser todo un éxito. Bogotá no estaba acostumbrada a la clase de espectáculos que ofrece el carnaval de la 7.ª en fin de semana. (…).
Es una pequeña fiesta que contrasta con la antigua abulia de los domingos bogotanos”. Con ese apoyo general, la ciclovía comenzó a adquirir las características esenciales que hoy mantiene, si bien en el camino ha ganado mucho tanto en cobertura como en logística. “Al principio todo era muy modesto —recuerda Ortiz Mariño—. Durante unos diez años funcionaba con un camión, un chofer, un ayudante y cien señales de metal. Por las mañanas salían y botaban las señales en las intersecciones. La evolución ha sido tal que hoy la ciclovía puede verse como el aula de civismo al aire libre más grande del mundo”.

FOTO: César Melgarejo - EL TIEMPO
En la historia de ese crecimiento, los años noventa fueron claves. En el 95, la ciclovía comenzó a ser istrada por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte —con Guillermo Peñalosa a la cabeza—, lo que significó un progreso no solo en su organización —se multiplicó el presupuesto, se aumentó su horario, se introdujeron más funcionarios para su logística, entre otras medidas—, sino en la extensión de sus circuitos. Las rutas han crecido al punto de que hoy cubren casi la totalidad de localidades de la ciudad. “Bogotá tiene varias ciudades en su interior, y la ciclovía transita por todas ellas”, dice la socióloga Tatiana Gomescásseres, autora de una de las investigaciones más completas sobre el tema, titulada Deporte, juego y paseo dominical: el caso de la Ciclovía de Bogotá. En esos años noventa, como parte de una campaña que buscaba generar la apropiación de los ciudadanos, surgió también un jingle que se quedó en la memoria de todos: “Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía”.
***
Hacia las diez de la mañana, el puesto de jugos de doña Concepción Molina, en la calle 60 con carrera 7.ª —en el conocido parque de los Hippies—, está lleno de clientes. Su hija le ayuda a atender mientras ella organiza algunas frutas. La gente va en busca de su salpicón, que ya tiene fama. Doña Concepción lleva veintisiete años con su local en la ciclovía. “Noto que cada año tiene más fuerza”, responde cuando le pregunto cómo ha visto evolucionar este espacio urbano. “Me gusta porque les da cabida a todas, todos y todes”, dice su hija, y con ese lenguaje incluyente describe una de las principales características de la ciclovía: está abierta a todas las personas.
¿Cuál es la primera palabra que les llega a la mente cuando piensan en la ciclovía? Interrumpo el recorrido de algunas personas, que corren o van en bicicleta, para preguntarles. Esto responden:
—Entretenimiento.
—Familia.
—Deporte.
—Descanso.
—Una joya.
Algunos van con estricta vestimenta deportiva, otros incluso caminan en bluyín. Algunos montan bicicletas último modelo, otros recorren las calles en su vieja cicla de siempre. Muchos van concentrados, otros hablan y se detienen para tomarse una selfi. Padres con sus niños en coche. Parejas con sus perros al lado. En una esquina, una guía turística le explica a un grupo de seis japoneses de qué se trata la ciclovía. Ellos miran y toman fotos con sus celulares. Se alejan. Cada uno lleva en sus manos un paquete de Juan Valdez. Acaban de conocer, en estas calles, otro sello tan colombiano como el café.
La ciclovía se ha convertido en un espacio recreativo insignia de la capital colombiana. El modelo ha sido replicado en varias ciudades del mundo.
1.700.000
DE S EN CICLOVÍA
Este es el promedio de personas que salen a las calles cada domingo a caminar, montar bicicleta, patinar o realizar actividades físicas.
La ciclovía se ha convertido en un espacio recreativo insignia de la capital colombiana. El modelo ha sido replicado en varias ciudades del mundo.
FOTO: César Melgarejo - EL TIEMPO
En la historia de ese crecimiento, los años noventa fueron claves. En el 95, la ciclovía comenzó a ser istrada por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte —con Guillermo Peñalosa a la cabeza—,
lo que significó un progreso no solo en su organización —se multiplicó el presupuesto, se aumentó su horario, se introdujeron más funcionarios para su logística, entre otras medidas—, sino en la extensión de sus circuitos. Las rutas han crecido al punto de que hoy cubren casi la totalidad de localidades de la ciudad.
“Bogotá tiene varias ciudades en su interior, y la ciclovía transita por todas ellas”, dice la socióloga Tatiana Gomescásseres, autora de una de las investigaciones más completas sobre el tema, titulada Deporte, juego y paseo dominical: el caso de la Ciclovía de Bogotá.
En esos años noventa, como parte de una campaña que buscaba generar la apropiación de los ciudadanos, surgió también un jingle que se quedó en la memoria de todos: “Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía”.

FOTO: Sergio Acero Yate. EL TIEMPO
—¿La ciclovía le cambió la identidad a Bogotá? —le pregunto a la socióloga Tatiana Gomescásseres.
—No la cambió, le dio una identidad —responde—. En los años ochenta, Bogotá era una ciudad con la que nadie se sentía identificado. Era una ciudad lúgubre, triste, de todos y de nadie. La ciclovía ayudó a que tuviera una identidad, a partir de la construcción de un espacio público, abierto, democrático, donde todo el mundo puede expresarse.
Ricardo Montezuma también reconoce su importancia: “La ciclovía tiene una trascendencia descomunal en lo social, en lo cultural, lo político y lo económico. En Bogotá no hay otro ejemplo de un proceso de construcción colectivo y gradual tan significativo como este”. El arquitecto Fernando Caro Restrepo, otro de los gestores de la ‘manifestación del pedal’ hace cincuenta años, afirma: “Los domingos se volvieron una fiesta en la que participa toda la ciudad. Nuestra ciclovía ha rebasado las fronteras y hoy se la han apropiado dentro y fuera del país”. Y esas dos palabras —“nuestra ciclovía”— reflejan el cariño que la gente le tiene a este espacio tan particular y humano. Un territorio en el que afloran valores que no suelen imperar habitualmente. Es como si Bogotá detuviera su ritmo cotidiano y entrara en otra dinámica durante esas horas. Y pudiera respirar mejor.
Es usual que durante las primeras semanas de enero a la ciclovía asistan más de dos millones de s, sobre todo familias, aficionados y deportistas.
Es usual que durante las primeras semanas de enero a la ciclovía asistan más de dos millones de s, sobre todo familias, aficionados y deportistas.
FOTO: César Melgarejo - EL TIEMPO
Hacia las diez de la mañana, el puesto de jugos de doña Concepción Molina, en la calle 60 con carrera 7.ª —en el conocido parque de los Hippies—, está lleno de clientes. Su hija le ayuda a atender mientras ella organiza algunas frutas.
La gente va en busca de su salpicón, que ya tiene fama. Doña Concepción lleva veintisiete años con su local en la ciclovía. “Noto que cada año tiene más fuerza”, responde cuando le pregunto cómo ha visto evolucionar este espacio urbano.
“Me gusta porque les da cabida a todas, todos y todes”, dice su hija, y con ese lenguaje incluyente describe una de las principales características de la ciclovía: está abierta a todas las personas. ¿Cuál es la primera palabra que les llega a la mente cuando piensan en la ciclovía? Interrumpo el recorrido de algunas personas, que corren o van en bicicleta, para preguntarles. Esto responden:
—Entretenimiento.
—Familia.
—Deporte.
—Descanso.
—Una joya.
Algunos van con estricta vestimenta deportiva, otros incluso caminan en bluyín. Algunos montan bicicletas último modelo, otros recorren las calles en su vieja cicla de siempre. Muchos van concentrados, otros hablan y se detienen para tomarse una selfi. Padres con sus niños en coche. Parejas con sus perros al lado. En una esquina, una guía turística le explica a un grupo de seis japoneses de qué se trata la ciclovía. Ellos miran y toman fotos con sus celulares. Se alejan. Cada uno lleva en sus manos un paquete de Juan Valdez. Acaban de conocer, en estas calles, otro sello tan colombiano como el café.
1.700.000
DE S EN CICLOVÍA
Este es el promedio de personas que salen a las calles cada domingo a caminar, montar bicicleta, patinar o realizar actividades físicas.
—¿La ciclovía le cambió la identidad a Bogotá? —le pregunto a la socióloga Tatiana Gomescásseres.
—No la cambió, le dio una identidad —responde—. En los años ochenta, Bogotá era una ciudad con la que nadie se sentía identificado. Era una ciudad lúgubre, triste, de todos y de nadie. La ciclovía ayudó a que tuviera una identidad, a partir de la construcción de un espacio público, abierto, democrático, donde todo el mundo puede expresarse.
Ricardo Montezuma también reconoce su importancia: “La ciclovía tiene una trascendencia descomunal en lo social, en lo cultural, lo político y lo económico. En Bogotá no hay otro ejemplo de un proceso de construcción colectivo y gradual tan significativo como este”. El arquitecto Fernando Caro Restrepo, otro de los gestores de la ‘manifestación del pedal’ hace cincuenta años, afirma: “Los domingos se volvieron una fiesta en la que participa toda la ciudad. Nuestra ciclovía ha rebasado las fronteras y hoy se la han apropiado dentro y fuera del país”. Y esas dos palabras —“nuestra ciclovía”— reflejan el cariño que la gente le tiene a este espacio tan particular y humano. Un territorio en el que afloran valores que no suelen imperar habitualmente. Es como si Bogotá detuviera su ritmo cotidiano y entrara en otra dinámica durante esas horas. Y pudiera respirar mejor.
VOCES Y ANÉCDOTAS DE LAS ÚLTIMAS CINCO DÉCADAS

GUILLERMO
PEÑALOSA
Director del Instituto
de Recreación y
Deporte

DANIEL SAMPER
PIZANO
Periodista y
escritor

GONZALO
MEDINA
Director de Tránsito
de Bogotá en 1982

CLARA LÓPEZ
OBREGÓN
Director del Instituto
de Recreación y
Deporte

JAIME
ORTIZ
Arquitecto bogotano
y promotor de la
‘manifestación del
pedal’ de 1974

ENRIQUE
PEÑALOSA
Alcalde de Bogotá
1998 – 2000 y
2016 – 2019

CLAUDIA
LÓPEZ
Alcaldesa
de Bogotá
2020 – 2024
ASÍ SE VIVE LA CICLOVÍA EN BOGOTÁ
CONOZCA MÁS HISTORIAS
La primera vez que se habló de la ciclovía para Bogotá fue en la tesis de un barranquillero
Paul Tarud fue el primer colombiano en escribir sobre un modelo de este tipo para Bogotá.
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CRÉDITOS
Redacción:
María Paulina Ortiz, Carol Malaver, Nicolás Díaz, Laura Valeria López, Juan A. Motato.
Columnistas invitados:
Ricardo Montezuma y Carlos Felipe Pardo.
Diseño:
Sandra Rojas y Katherine Orjuela.
Maquetación:
Carlos Bustos.
Coordinación editorial:
David Alejandro López Bermúdez.
Editor de Bogotá:
Guillermo Reinoso.
Video:
Julio César Guzmán, Juan Carlos Gómez, Juan David Cuevas, Daniel López, Edwin Romero, César Melgarejo y Mauricio Moreno.
Fotografía:
César Melgarejo, Sergio Acero Yate y archivo EL TIEMPO.
Editor de País:
Jhon Torres.
Editor general:
Ernesto Cortés.

/the-trust-project/buenas-practicas
¿Cómo se desarrolló este reportaje multimedia?
El 15 de diciembre es una fecha que se ha mencionado entre los conocedores de la bicicleta en Bogotá porque rememora el ‘mitin’ de 1974 —como lo tituló EL TIEMPO —, que permitió consolidar pasos para desarrollar lo que hoy se conoce como ciclovía. Un equipo de esta casa editorial decidió investigar y desarrollar un reportaje multimedia con crónicas, archivos documentales, videos y fotos que permiten dar cuenta de la evolución del espacio recreativo y de la ratificación como un referente global. La revisión histórica en los folios del periódico fue clave para determinar las fechas y los hitos de las últimas cinco décadas. Un equipo de diseño digital desarrolló la presentación gráfica con el fin de presentarles a los s de forma rápida y sencilla la información documentada.
REFERENCIAS
• Archivo histórico de EL TIEMPO.
• Ciclovía. Alcaldía Mayor de Bogotá. https://www.idrd.gov.co/recreacion/ciclovia-bogotana
• Historia de la ciclovía. https://www.idrd.gov.co/recreacion/ciclovia-bogotana/historia-ciclovia-bogotana
• Investigación de Ricardo Montezuma, 1970 – 2024.
• Una ciudad de bicicletas. Biblioteca digital de Bogotá. https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/expositions/literatura-y-deporte-bogota/una-ciudad-de-bicicletas/
CRÉDITOS
Redacción:
María Paulina Ortiz, Carol Malaver, Nicolás Díaz, Laura Valeria López, Juan A. Motato.
Columnistas invitados:
Ricardo Montezuma y Carlos Felipe Pardo.
Diseño:
Sandra Rojas y Katherine Orjuela.
Maquetación:
Carlos Bustos.
Coordinación editorial:
David Alejandro López Bermúdez.
Editor de Bogotá:
Guillermo Reinoso.
Video:
Julio César Guzmán, Juan Carlos Gómez, Juan David Cuevas, Daniel López, Edwin Romero, César Melgarejo y Mauricio Moreno.
Fotografía:
César Melgarejo, Sergio Acero Yate y archivo EL TIEMPO.
Editor de País:
Jhon Torres.
Editor general:
Ernesto Cortés.
Fecha de publicación: 15 de diciembre de 2024