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Noticia
Ciclovía, 50 años: los ‘guardianes’ que transforman las calles en un flujo de pedales y patines
Son 280 personas, 15 coordinadores y 110 operarios quienes hacen posible el espacio en Bogotá.
Los guardianes de la ciclovía deben pasar por un proceso de formación de cuatro meses antes de salir a patrullar las calles. Foto: Cortesía Jerson Osorio
Es domingo en Bogotá. La ciudad amanece más callada que de costumbre porque una marea de bicicletas tomó el control de las calles desde muy temprano. El estruendo habitual de los cláxones y motores es reemplazado por el susurro de las ruedas y los patines de línea.
Una multitud de patinadores, caminantes y ciclistas, que se extiende a lo largo de 127 kilómetros, es la razón por la que Bogotá luce más tranquila cuando hay ciclovía. Detrás de esta manifestación deportiva y cultural hay por lo menos 400 personas que lo hacen posible cada domingo y día festivo.
María Ovalle, de 26 años, pertenece al grupo de 280 guardianes que se distribuyen para vigilar las rutas y brindar atención en los 14 tramos que conectan toda la ciudad. Su trabajo consiste en recorrer un tramo de 5 a 10 kilómetros en bicicleta, mientras brinda ayuda a los s, atiende cualquier emergencia y vela por que se cumplan las normas de tránsito. En el transcurso del día, yendo de un lado a otro, pedalea más de 80 kilómetros en total.
María Ovalle es economista de profesión y hace 6 años se desempeña como guardiana de la ciclovía. Foto:Cortesía María Ovalle
Desde hace seis años, cada domingo se despierta a las 3:30 a.m. y, con el uniforme listo desde la noche anterior, empaca su kit de primeros auxilios, algunos pasabocas y se despide de su French Poodle ‘Paco’, antes de salir hacia uno de los puntos de formación donde se reúnen los guardianes de la ciclovía para recibir las instrucciones del día.
Afuera, los semáforos marcan el compás de una Bogotá que aún duerme y Ovalle se abre paso entre la madrugada con su bicicleta de aluminio. Tiene las calles solas por delante, puede manejar por la mitad de la carretera o acelerar hasta el límite de sus piernas sin que alguien le pite o le eche el carro encima. Es la ciudad ideal para cualquier aficionado de la cicla como ella.
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La incursión del pedal y el patín empieza desde las tres de la mañana en la Plaza de los Artesanos. A esta hora, un grupo de 110 operarios se reúne en el centro logístico para cargar 33 camiones con todos los materiales de señalización y seguridad. De allí, los operarios se movilizan de norte a sur y de oriente a occidente con la misión de distribuirlos entre los guardianes. A las dos de la tarde, hora a la que se cierra la ciclovía, recogen sus pasos y cargan el material de vuelta al centro logístico.
En total son 1.553 vallas, 2.387 conos, 197 contra flujos, 99 divisores de carril, 445 canecas viales, 285 reductores de velocidad, 25 rollos de cinta y 50 paletas de pare y siga los que se necesitan para delimitar cada tramo. Recibir, instalar y recoger esta equipación es una tarea que asumen los guardianes junto a los jóvenes que prestan su servicio social.
Poco a poco, las vías arteriales se convierten en el territorio de los que madrugan para hacer ejercicio, compartir en familia o, de vez en cuando, cambiar la rutina. También se suman aquellos que encuentran una forma de empleo en este programa: los vendedores informales con sus puestos de salpicón, los que ofrecen agua y bebidas energizantes y los que adaptan sus bicicletas para vender desayunos exprés: arepas rellenas, chorizos y huevos revueltos.
Guardianes de la ciclovía en Bogotá Foto:Cortesía María Ovalle
En la carrera Séptima, el paisaje es un caleidoscopio de formas y colores mezclados entre sí: una comunidad de hare krishna desfila con cantos en medio de los vendedores de libros y antigüedades, mientras que los ciclistas buscan abrirse el paso entre la multitud. Frente al Museo Nacional, un adulto mayor monta su bicicleta vintage con un parlante que anuncia la temporada al son de Willie Colón y Héctor Lavoe:
“Se acerca la Navidad
Y a todos nos va a alegrar
El jibarito cantando aires de felicidad"
Es el primer domingo de diciembre y él lleva su vehículo adornado con luces y guirnaldas. Va de una esquina a otra y se devuelve con el altavoz a todo volumen. Una pareja de extranjeros mira complacida la escena.
“Lo que más me motiva a madrugar los domingos es el amor que puede generar la bicicleta: el agradecimiento de las personas que se detienen para saludar y dar las gracias por nuestro trabajo”, enfatiza Ovalle. Sin embargo, para los guardianes, comprometer los domingos también representa perderse de fiestas, reuniones familiares y algunos viajes. El trabajo que hacen los fines de semana permite que alrededor de 1.7 millones de personas puedan disfrutar de la ciclovía.
Los guardianes suelen patrullar un tramo de 5 a 10 kilómetros a lo largo del día. Foto:Cortesía María Ovalle
Aunque Ovalle, por ejemplo, no lo ve como un sacrificio sino como una oportunidad para estudiar entre semana, descansar o buscar salidas de empleo con su profesión de economista. De hecho, muchos jóvenes universitarios en Bogotá aplican para ser guardianes y el proceso es muy competido pues, por cada domingo, reciben 268 mil pesos que les ayudan en sus gastos.
Para ser elegidos, deben asistir a talleres y pasar por varios filtros de selección antes de salir a patrullar las calles, y en su período de formación aprenden sobre protocolos de seguridad, normas de tránsito y atención prehospitalaria. Si aprueban con éxito los cuatro meses que dura el proceso, el distrito los dota con uniforme, casco y bicicleta para las jornadas.
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Un programa tan extenso como este, que involucra a 18 de las 20 localidades de Bogotá, exceptuando Sumapaz y Rafael Uribe Uribe, requiere de otras personas que supervisen el trabajo conjunto entre operarios y guardianes. En este rol es importante Jerson Osorio, quien lleva 27 años involucrado con la ciclovía y este año se convirtió en el coordinador general.
Osorio se unió como voluntario en 1997, se graduó del colegio, terminó su pregrado y la vida lo puso de vuelta en 2005, cuando asumió el rol de guardián y, de domingo en domingo, fue pedaleando para convertirse en líder de ruta, coordinador y hoy día, estar a la cabeza del programa.
En total, hay 280 guardianes y 26 líderes de ruta que patrullan las calles durante la ciclovía Foto:Cortesía María Ovalle
La ciclovía se ha convertido en una tradición que la mayoría de las personas de Bogotá visitan, por lo menos, una vez al año.
—“Nos sentimos orgullosos de que, en la retina del bogotano y del turista, esté marcada la ciclovía como un programa al que debemos asistir al menos un domingo o festivo”—, dice Jerson, “el uno de enero y el Viernes Santo son los únicos días que no prestamos servicio”.
Por lo demás, es un trabajo ininterrumpido que, cada fin de semana, promueve la recreación y el uso inteligente del espacio público en una ciudad que pide más alternativas de transporte para sus ciudadanos.
Como parte del programa, muchas familias salen cada domingo con sus mascotas a ejercitarse. Foto:Cortesía María Ovalle
En los últimos 50 años, lo que empezó como una manifestación de aficionados un 15 de diciembre de 1974 ha evolucionado hasta convertirse en un parque al aire libre de 127 kilómetros de extensión. La ciclovía es un modelo para más de 200 ciudades del mundo por el trabajo que personas como Jerson Osorio, María Ovalle y los cientos de guardianes, operarios, promotores, voluntarios, vendedores y coordinadores realizan cada fin de semana en las calles de Bogotá.
Cuando llegan las dos de la tarde y el tráfico vuelve a la normalidad, Bogotá vuelve a ser una ciudad cuyo orden depende de los semáforos, los carriles exclusivos y los puentes largos para peatones y ciclistas. La incursión de los vehículos sin motor emprende la retirada, y se prepara en silencio para conquistar otra vez las calles dentro de una semana. Bogotá contiene la respiración y espera hasta el próximo domingo para respirar de nuevo.