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Noticia
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Acorralados entre ataques con granadas y el miedo, así se vive en San Bernardo, centro de Bogotá
Al día siguiente del último atentado, todo el mundo es sospechoso y nadie se atreve a hablar abiertamente.
El atentado con granada más reciente ocurrió en la calle 2 con carrera 11, en San Bernardo. Foto: Milton Díaz / El Tiempo
El letrero de bienvenida que pusieron hace unos meses el Distrito y la Policía en el barrio San Bernardo está por caerse. Así también se encuentra la esperanza de quienes viven y trabajan allí: arrugada y olvidada. En la mañana siguiente del último atentado, con una granada de fragmentación, el silencio está en boca de todos, las miradas evitan cruzarse y las preguntas parecen inaudibles. Nadie habla.
De la muchedumbre que este martes en la tarde gritaba de pánico tras la explosión, ya no queda nada. Es como si los ciudadanos ya no supieran lo que pasó, o lo hubieran olvidado, forzados por el miedo a las represalias. Los únicos rastros del violento hecho son algunas piedras de escombro que los caminantes patean como queriendo dispersar el mal recuerdo.
Pero ya son cuatro ataques similares y las cicatrices que estos han dejado en los andenes y los muros parecen imposibles de ocultar. El barrio, que alguna vez fue uno de los sectores más exclusivos del centro, cuenta lo que sus habitantes no quieren.
San Bernardo hoy en día parece que tuviera varias capas. Pasar una a una va desbloqueando diferentes relatos, cada uno más discreto y cuidadoso que el anterior. Hay miedo. En su centro está la calle tercera, que es un núcleo que refleja descomposición. Allí se han concentrado el consumo y tráfico de estupefacientes. Ese centro, que ahora lo custodian las autoridades, se asemeja a una cuarentena, como quien no quiere que se expanda un virus.
A pesar de la presencia de la Policía y de una que otra entidad distrital, esa zona es territorio de nadie. Por entre los mismos filtros que han puesto los uniformados con intención de ejercer control, pasan consumidores de bazuco con dosis en la mano que acaban de comprarse o de fumarse. El mercado ilícito está a la vista, pero "es algo con lo que nos tocó aprender a vivir", cuentan quienes se atreven a desafiar el silencio fúnebre que hay en el ambiente.
Esta es la calle tercera, donde están buena parte de los habitantes de calle de San Bernardo. Foto:Milton Díaz / El Tiempo
El viaje por San Bernardo
Carlos pisó por primera vez este céntrico sector de la capital hace unos 20 o 25 años, recuerda. Por ese entonces instaló un pequeño local de reparación de muebles en el corazón del barrio, pero la presencia delictiva cambió sus planes y lo obligó a ir aislándose. "Duré unos 12 años sobre la principal (mismo sector donde ocurrió el atentado de este martes) pero hace ocho la presencia de habitantes de calle aumentó, entonces, tocó salir de ahí", puntualiza.
El local de muebles de Carlos se transformó en una modesta fábrica que hoy siente el impacto de los recientes hechos delictivos, porque las ventas cayeron. "Con eso de las granadas nadie se va a bajar a comprar o a cotizar un mueble. Nosotros vamos de salida del barrio, mientras que los delincuentes se quedan. Al dueño de una ferretería de acá cerca, uno de los tipos de esas bandas casi que lo obligó a quitar las cámaras de seguridad que tenía instaladas. Ahora toca hacer lo que ellos digan para no exponerse", concluyó el comerciante, que hoy está ubicado en lo que parece una capa exterior del barrio, que es aparentemente tranquila.
El malestar para los tenderos es grave, pero algo peor sienten quienes viven a escasas dos o tres calles de los sitios donde han detonado las granadas este año. Al ir adentrándose en San Bernardo, el ambiente es distinto. Las tiendas trabajan a puerta entrecerrada, los residentes caminan a paso acelerado y miran con recelo al desconocido. Evitan cualquier interacción.
Como el miedo invade a casi todos, menos a los criminales de 'los Costeños' y 'los Venecos', que se están enfrentando a muerte por el control del sector, ningún vecino da su nombre y lo poco que cuentan es murmurando y moviendo la cabeza de un lado para otro. Parecen tener delirio de persecución.
Así quedó el lugar donde estalló una granada de fragmentación la tarde de este martes 25 de marzo. Foto:Milton Díaz / El Tiempo
En el parque público San Bernardo, donde alguna vez hubo zonas verdes y rodaron balones, hoy hay desechos y desperdicios, y uno que otro habitante de calle pernoctando entre las bancas y las gradas. "Nadie va al parque o a la tienda con ese panorama. Todo el tiempo, en porterías o calles cercanas, hay indigentes consumiendo. Tomar transporte es otro problema. Los conductores de plataformas no quieren venir hasta acá a dejar o recoger a los vecinos, hay que caminar desde la estación de TransMilenio y uno se expone a los delincuentes y a esos atentados", contó una de las residentes de los conjuntos Campo David.
A pesar de que las autoridades han reducido los recientes hechos de orden público a un enfrentamiento entre bandas criminales, el impacto real que esto tendría en el barrio iría más allá de la disputa por vender estupefacientes en unas calles. Los residentes están sitiados y no tienen salida, porque nadie quiere tomar en arriendo un apartamento y mucho menos comprarlo.
"Estamos en el medio de esa confrontación con una bandera blanca. Nadie viene por acá a consumir bienes o servicios. Los adultos mayores prefieren quedarse encerrados en sus casas. En general, los vecinos se quieren ir, pero cuando la gente ve que los predios que se venden son en este sector, nadie se le mide a comprar", explicó el de una zona comercial de allí.
En San Bernardo ningún delincuente ha salido a imponer su ley con nombre propio, hasta ahora no hay una cara visible. La presión ejercida sobre residentes y comerciantes ha sido a partir del miedo por hechos como los atentados recientes y eso es lo que más les preocupa, porque "el crimen respira el mismo aire que uno. Está acá al lado".
A pesar de que las dinámicas de vida de un sector promedio de Bogotá se desarrollan alrededor del comercio, los centros educativos y hasta los espacios religiosos, en San Bernardo pasa todo lo contrario. El comercio se ha desplazado, los colegios aíslan a sus estudiantes y la iglesia solamente abre para la misa. La vida en este barrio parece haberse reconfigurado a partir de la ordenanza del crimen, porque entrar al corazón resulta riesgoso y hasta los uniformados que custodian el sitio previenen a los transeúntes.
En los alrededores del barrio San Bernardo se evidencia el consumo de estupefacientes sin control. Foto:Milton Díaz / El Tiempo
Ante los ojos de los policías, que a pocas cuadras de allí incautarían los estupefacientes que se consumen en sitios públicos, en San Bernardo pareciera ser permitido prender una pipa de bazuco en ese corredor vedado que es la calle tercera entre carreras 10 y 12. La imagen de aquella calle de 'el Bronx' o también llamada la 'L', desmantelada en 2016 en el gobierno de Enrique Peñalosa, parece revivir en la memoria de quienes frecuentan San Bernardo. Esperan que solo sea un mal recuerdo
Este es parte del panorama que se vive en el día, ante los ojos de todos, pero la noche podría ser más tenebrosa. El silencio y la oscuridad son cómplices del desorden y del consumo de sustancias que se apropian de sus calles.