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Para bailar tango se necesitan dos

Este gobierno no ha logrado instalar una nueva utopía y cree que puede hacerlo a través de un cambio constitucional.

Consultora independienteActualizado:

Hace unos días salió en este periódico una entrevista al gran historiador Gonzalo Sánchez en la que hacía una interesante lectura sobre el actual momento de bloqueo político. Si bien el hilo conductor de la entrevista era la derecha como ese actor que le ha apuntado al fracaso del “cambio”, en lo personal, y desde una postura de izquierda, considero que es importante entender que la política es un fenómeno relacional, y que, por consiguiente, una lectura del panorama político tiene que incluir no solo a la oposición, sino también al gobierno de turno.

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Una lectura relacional de la política nos permite entender que el Gobierno no es un actor estático, es decir, no todo se explica por la reacción de la oposición, sino también por las acciones del Gobierno, al cual le han faltado pericia y legitimidad. Frente a esta falta de pericia y de legitimidad, la reacción del Gobierno, no solo de la oposición, ha sido la de adelantar la campaña del 26. Cuando Isabel Zuleta habla de reelección significa que hay un sector del Pacto Histórico que entiende muy bien que su futuro político, y el de muchos contratistas, depende de Petro. No hay que ser un gran conocedor para saber que la política consiste en tomar el poder del Estado y buscar permanecer en él, ya sea reeligiéndose o eligiendo a un sucesor (entre otras cosas por esto Uribe no perdona a Santos, porque creía que había elegido a su sucesor, pero Santos fue más astuto que él).

Esta es la razón por la que materializar la idea de un acuerdo nacional ha sido tan difícil: porque no depende solo de la oposición, también depende del Gobierno. Un acuerdo nacional exige principalmente dos cosas, ambas muy difíciles: que la oposición abandone su resistencia al cambio, y que el Gobierno sea más flexible; el acuerdo nacional no exige solamente que la derecha renuncie, de alguna manera, a su razón de ser: la de preservar el statu quo, sino que el Gobierno renuncie al discurso de que sin las reformas a la medida de Petro el país está perdido.
La política es un fenómeno relacional, y, por consiguiente, una lectura del panorama político tiene que incluir no solo a la oposición, sino también al gobierno de turno.
Por otro lado, hablar de “agenda de Petro” me parece contraproducente. Para desbloquear nuestra capacidad de soñar y de imaginar el futuro se hace necesario pensar que el cambio no empezó con este gobierno ni terminará en él. El cambio no depende de Petro. En cada coyuntura hay personas que funcionan como engranajes de un histórico deseo de transformación social. Hoy puede ser Petro, pero mañana será otra persona. Pensar que el cambio solo depende de una persona limita los horizontes de posibilidades de la misma izquierda.

Y, por último, el cambio constitucional. En junio de 2021 escribí una columna titulada ‘Andar constituyente’ en la que afirmaba que había pocos lugares comunes más arraigados en el imaginario colectivo que el de pensar que la Constitución del 91 es perfecta y que solo hace falta cumplirla. En esa columna decía: “Es una clara contradicción con el derecho a la paz aprobado por la Constituyente –artículo 22: ‘La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento’–, que el día de la elección de los constituyentes, el 9 de noviembre de 1990, César Gaviria ordenara el bombardeo a Casa Verde, lugar en el que se encontraba el secretariado de las Farc-Ep”.

Sin embargo, la Constitución del 91, a pesar de lo imperfecta, nos dio un nuevo ordenamiento jurídico y una utopía. Este gobierno no ha logrado instalar una nueva utopía y cree que puede hacerlo a través de un cambio constitucional. Por esto, Álvaro Leyva y Gustavo Petro deberían explicarle al país qué buscan lanzando al aire ideas sueltas sobre una constituyente. Por ahora, se necesita seguir empujando la idea de un gran acuerdo nacional. Y también se necesita que el Gobierno improvise menos y ejecute más.

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