En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Leí recientemente algo que me dejó estupefacta, y estoy segura de que a ustedes les sucederá lo mismo. La escritora estadounidense Glennon Doyle asegura en uno de los apartes de su nuevo libro, Untamed: “Si en algún momento se encuentra con la decisión de tener que romperle el corazón a alguien más o rompérselo a usted mismo, nunca dude en rompérselo a alguien más”. Lean esta frase dos o tres veces; confieso que yo tuve que hacerlo, y esa simple y corta oración volteó mi mundo en solo unos minutos.
¿Cómo así que debo poner mis intereses, mis sueños, mis gustos y mi felicidad por encima de los demás? ¿Cómo así que no tengo que sacrificarme para darles gusto a los demás, aunque me sienta miserable en el proceso? ¿Cómo así que no debo sentirme culpable por hacer lo que, yo sé, es mejor para mí sin pedir permiso?
No soy la única persona, y mucho menos la única mujer, que alguna vez sintió que debía vivir su vida pensando siempre en los demás (familia, hijos, pareja, amigos e, incluso, sociedad), y si alguien tenía que sacrificarse, callar, modificar o fingir en aras de la felicidad de los otros, esa era yo. Romperle el corazón a mi hija, a mi mamá o a mi pareja (a pesar de tener que romper también el mío) no estaba dentro de mis posibilidades mentales.
Ustedes pueden pensar que ser así nos hace egoístas, malas madres o pésimas personas. Esa es, precisamente, la idea sobre la cual nos han adoctrinado. No tiene nada de malo querer ser feliz, darnos gusto y cumplir nuestros sueños. No tiene nada de malo vivir una vida plena y sentirnos libres, ni entender que, así como queremos la felicidad y plenitud de quienes amamos, las deseamos con igual convicción para nosotros.
Incluso creo que me hace mejor mamá demostrarle y darle ejemplo a mi hija que yo importo, que mis espacios son sagrados y que mis sueños son válidos, por locos que parezcan. Me hace una pareja más feliz y generosa si no siento que me he perdido a mí misma por el bienestar de la relación.
Me hace menos resentida, y sí más generosa con el mundo que me rodea, el hecho de que doy desde la abundancia propia y no desde la escasez. Me hace mejor ser humano saber que estoy haciendo justicia por mi paso en esta tierra, en lugar de vivir una vida menos maravillosa de la que merezco.
Deténganse y piensen si en todo este tiempo han ido por el mundo sintiéndose rencorosos y enojados por tener su corazón roto, con la excusa de que están ‘protegiendo a los demás’.