Las redes sociales siempre nos darán de qué hablar, y aunque todavía hay pocas excepciones, la mayoría de la humanidad está o ha estado expuesta a sus ‘garras’.
La realidad es que las redes sociales no solo nos arrebatan horas de tiempo de nuestras vidas, sino que en gran parte nos exacerban las peores características de nuestra naturaleza humana.
Una en particular me llama la atención. Cuando vemos fotos en Instagram o Facebook de nuestros seres queridos o de completos extraños nos sentimos con el derecho, o casi con la obligación, de juzgar cada una. Si vemos una mujer haciendo ejercicio con un cuerpo espectacular, muchos piensan: “No debe de hacer nada más”; si vemos a alguien en un viaje lujoso, cuestionan: “De dónde habrá sacado la plata si el rumor era que estaba quebrado”. Nos sentimos con el derecho de criticar las vestimentas, los comentarios que hacen, el peso, la escogencia de pareja, e incluso las decisiones de vida de los demás con simplemente ver una foto. Juzgamos duro y fuerte a cualquiera que pase por nuestra pantalla. Creemos saber todo lo que pueden estar pensando y viviendo por ver una imagen.
Las redes nos han facilitado algo que nos encanta hacer como seres humanos: juzgar. Con tan solo ver una imagen estática de una persona ya nos sentimos con el derecho de tildarla de “bruta”, “fea”, “desesperada”, “interesada”, “equivocada”, etc.
Pareciera que nuestra naturaleza se define por destrozar al otro sin ni siquiera conocerlo. Creo que esto que parece tan trivial nos enferma y nos estanca como sociedad. Por estar tan enfrascados en encasillar o derrumbar al prójimo, perdemos la oportunidad de mirar hacia adentro. O, más bien, por el miedo a ponerle una luz reflectora a nuestra propia vida, se la ponemos a la de los otros.
La realidad es que solo existen tres asuntos, como dice la escritora Byron Katie. El asunto de Dios, el asunto del otro y el asunto de uno. La mayoría estamos tan absorbidos en controlar el asunto de Dios o tan pendientes del asunto del otro que se nos olvida que el ÚNICO asunto que podemos cambiar, modificar o controlar es el nuestro. Podemos criticar, insultar o juzgar el asunto de otros, pero no hay absolutamente NADA que podamos hacer para modificarlo.
Perdemos minutos, horas, días y hasta años valiosos de nuestra existencia en esta tierra juzgando y criticando aquello que ni siquiera nos incumbe, en vez de hacer el trabajo duro y, muchas veces, doloroso de mejorarnos a nosotros mismos.
Las redes nos han dado la oportunidad de oro porque nos pone en vitrina aquello que más nos “ofende” o “molesta” y nos da permiso de creer que somos mejores que el resto o que tenemos la razón absoluta, sin salir a la calle. Pero hoy les pregunto: ¿qué porcentaje de sus vidas le están gastando a mirar hacia afuera y cuánto están invirtiendo en reflexionar hacia adentro?
ALEXANDRA PUMAREJO
@deTuLadoConAlex