Les voy a contar una historia de la vida real que parece sacada de un libro de ficción. En la era de la bonanza minera en Estados Unidos, una familia compró un lote de tierra con la convicción de que iban a encontrar oro. Efectivamente, después de un tiempo escarbando en la mina hallaron una muy buena cantidad.
Estaban felices. Después del primer hallazgo siguieron buscando con la misma técnica rudimentaria de pala. Pasaron varios años y no volvieron a descubrir nada.
Desilusionados y habiéndose gastado el dinero del oro inicial, les vendieron la tierra y el poco equipo que aún tenían a unos recolectores de chatarra por un precio insignificante, con la plena convicción de que esa tierra era inservible.
Para la grata sorpresa de los nuevos dueños y la tristeza de la familia, a los pocos días de la compra hallaron uno de los depósitos de oro más grandes en su momento… a tres metros de donde habían parado de escarbar los anteriores dueños. ¡Solo tres metros cambiaron el destino de todos los personajes!
Los recolectores de chatarra jamás hubieran pensado que estaban tan cerca, pero sí hicieron algo que la familia jamás intentó. Contrataron a ingenieros para remplazar por una maquinaria más sofisticada la técnica de palas que los primeros dueños venían practicando por años. Aunque esto no cambia el hecho de que igualmente hubieran encontrado el oro, sí lo lograron más rápido y eficientemente.
Esta historia, que parece inventada, es real y documentada. El señor Darby, inicial dueño de la mina, después se convirtió en el vendedor de seguros más exitoso de Estados Unidos. La lección que le dejó el hecho de haberse rendido cuando faltaban tres metros para encontrar la veta lo convirtió en un vendedor y negociante inigualable.
El relato deja muchas moralejas, pero me voy a centrar en una de las más poderosas. ¿Cuántas veces nos hemos rendido a las puertas de cumplir nuestros sueños? Y no necesariamente los de negocios o monetarios. ¿Cuántas veces nos hemos conformado con una relación, un trabajo o cualquier otra situación que, sabemos, no es lo que queríamos, pero por miedo o cansancio a creer en nosotros mismos, nos rendimos y renunciamos a vivir y explotar nuestro verdadero potencial?
Permanentemente olvidamos cosas como cuántas veces los niños tienen que caerse cuando están aprendiendo a caminar y que solo levantándose miles de veces logran hacerlo a la perfección.
Quizá nunca nos enteremos de qué tan cerca estuvimos de lograr todo lo que queríamos (no tenemos una bola de cristal para ver un futuro paralelo), pero estoy segura de que en el corazón sabemos que nuestra vida sería muy distinta si hubiéramos escarbado por tan solo tres metros más.
Alexandra Pumarejo
@DeTuLadoConAlex
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